EL-SUR

Lunes 22 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alcaldes de Acapulco (XXXIV)

Anituy Rebolledo Ayerdi

Junio 21, 2018

Multifamiliar Juan Álvarez

El Ayuntamiento de Acapulco, encabezado por el alcalde Efrén Villalvazo Alarcón, dona en 1955 un terreno en la colonia Progreso destinado a un multifamiliar para trabajadores al servicio del estado. A cargo del arquitecto hidalguense Guillermo Rossell de la Lama, se inician los preparativos de la unidad que tendrá dos cuerpos, uno de 15 niveles y el otro de cuatro, que podrán albergar a muchas familias porteñas.
Transcurridos tres años, esto es en 1958, la primera unidad habitacional de Guerrero alberga ya a 141 familias, además de noventa jubilados, todos burócratas federales. “Vivimos en pleno corazón de la ciudad, con servicios óptimos, hasta ahora, la brisa del mar nos acaricia y refresca y nos sentimos totalmente seguros”, presumían aquellos. Se referían y refieren con esto último o a que el Multi, su estructura monumental, ha salido indemne de más de medio siglo de temblores, algunos terriblemente destructivos.
Rossell de la Lama, autor del World Trade Center, fue uno de los arquitectos más influyentes y talentosos de su momento, era conocido como El hombre de las ideas. Se le admiraba por haber sabido congeniar sus dos vocaciones esenciales: la arquitectura y la política. En este último terreno fue senador de la República, gobernador del estado de Hidalgo y secretario de Turismo con el presidente López Portillo. Aquí proyectó el hotel Paraíso Marriot y por cierto se comió parte de la banqueta con un acceso para vehículos.

Don Chendo Pintos

El ayuntamiento de Villalvazo Alarcón se declara insolvente para hacer suyo el proyecto de “escuelas granjas,” destinadas a la rehabilitación de niños y jóvenes que hayan caído en las garras de la delincuencia. Lo presenta en 1955 don Rosendo Pintos Lacunza, cuyo liderazgo moral es incuestionable entre los porteños. “Ya lo sabía”, dirá él, “para el gobierno no es posible la rehabilitación del individuo a ninguna edad”.
Don Chendo, como era conocido, fue creador del Museo Regional Guerrerense en el Fuerte de San Diego, al que logró acercar a la niñez y juventud escolares de su tiempo. Aquí lo recuerda su hijo, el teniente coronel médico cirujano Manuel Adolfo Pintos Carvallo, su hijo fallecido recientemente en la ciudad de Puebla, Puebla, donde residía con fama de excelente oculista: En alguna ocasión mi padre había logrado el consenso de la población para integrar un Comité Pro Defensa de las Playas de Acapulco, con la loca pretensión –así calificada por el poder político– de prohibir las construcciones en la zona de playa de la bahía. “Las playas son para los bañistas, no para soportar moles de concreto”, fue uno de los lemas de aquella organización destruida, por cierto, antes de nacer. “Pura ingenuidad pueblerina”, se dijo entonces. Colaborador del diario Trópico, de don Manuel Pérez Rodríguez, donde escribía una columna titulada Espigando, fundó el grupo denominado Periodistas Unidos de Acapulco.
“Mi padre don Chendo –lo recuerda Manuel Pintos–, fue escritor nato, lo mismo que poeta, músico y líder. Padre, esposo y abuelo sin igual; su convicción moral siempre lo acompañó con honor en todas sus actividades, desde las cotidianas hasta las luchas sociales”- (Mi padre don Rosendo Pintos Lacunza, teniente coronel médico cirujano Manuel Adolfo Pintos Carvallo, Puebla, Puebla, noviembre de 1998).

La biblioteca Alarcón

Aquí mismo, en entregas anteriores, se ha acreditado a don Chendo Pintos la paternidad de la biblioteca Alfonso G. Alarcón, en Quebrada y Madero, prolongación de la que él mismo había fundado en el Fuerte de San Diego. En efecto, la casa de teja ubicada en tal esquina fue tiempo atrás residencia del cura párroco de la templo de La Soledad, el curato, como se le llamaba, y dejará de serlo por la intervención de don Rosendo. La historia fue esta:
En plena Guerra Cristera, el cura párroco de La Soledad cierra el templo y el curato mudándose a un albergue ofrecido por feligresía. Don Chendo, a la sazón síndico procurador del Ayuntamiento, denuncia el cierre del templo y el abandono de la casa cural y lo hace directamente a la presidencia de la República. “Enterados, gracias por su interés”, recibe como única respuesta.
El cronista de Acapulco no dará crédito cuando, pasados los días, escuche por vía telefónica la voz del propio presidente Plutarco Elías Calles, requiriendo detalles del caso. Una vez informado, el mandatario instruye al síndico para que auxilie a un enviado presidencial que hará cumplir la ley. Le recomienda tener cuidado especial con las pertenecías de la iglesia y del sacerdote, mismas que deberá entregar él personalmente, con testigos y recibo.
Recuperado por la nación, el curato albergará a la escuela primaria federal “Tipo” Manuel M. Acosta, pronto con edificio propio enfrente. Entonces se levantará la biblioteca Alfonso G. Alarcón, un eminente médico chilpancingueño…

La Wells Fargo

Wells Fargo, la legendaria operadora de diligencias en el Lejano Oeste estadunidense, tuvo larga presencia en Acapulco. Y no era que aun llegaran al puerto las diligencias conducidas a latigazo limpio por John Wayne, Clint Eastwood, Charles Bronson, Gary Cooper y otros héroes del Far West. Se trataba de una simple agencia marítima de pasajeros. Se ubicó en la planta baja del edificio Pintos, en la plaza Álvarez, y fue atractivo irresistible para los niños de Acapulco.
¿Motivos? Ninguno relacionado con el cine o el circo, simplemente con los ventiladores gigantes, nunca vistos en el puerto. Una serie de petates colgando del techo unidos por una estructura móvil de madera que, al ser accionada manualmente, se movían en vaivén para crear una brisa agradable. Aquél interés infantil por los “ventiladores de techo,” como eran conocidos, fue aprovechado por los empresarios para tener siempre a su disposición a alegres movilizadores voluntarios.

El Coloso de Acapulco

Grueso como directorio telefónico es el catálogo de propuestas, proyectos y megaproyectos inspirados por Acapulco en calidad de ofertas electorales. Algunos concebidos por mentes sabias pero en la práctica irrealizables, sin faltar los surgidos de mentes calenturientas hijos del delirium tremens. Candidatos a puestos públicos ofreciendo barredoras mecánicas, como las de Nueva York, con recursos disponibles sólo para media docena de escobas de varas. Otros proponen pesadillas alcohólicas convertidas en avenidas de seis carriles de ida y seis de venida o congelar la bahía para hacer de ella la pista de patinaje sobre hielo del mundo. Para las temporadas invernales, you know.
El megaproyecto que se detalla a continuación es producto de aquel desvergonzado mercado electoral y es adjudicado a candidatos de los años 50-60. Se trata de un monumento a Cuauhtémoc más grande que el Apolo de la isla griega de Rodas –una de las siete maravillas del Mundo Antiguo–, que bien lo dejaría como centro de mesa.
Y mire usted si será enorme. Las plantas tatemadas del tlatoani quedarían asentadas una en la Punta Bruja y la otra en Guitarrón. Las embarcaciones penetrarían a la Bahía pasándole necesariamente bajo el arco del triunfo, incluso los gigantescos trasatlánticos ingleses Queens. “¡Cosa más glande! caballelo” habrá expresado Chimmy Monterrey, tocándole por entonces los cueros a su paisana Ninón Sevilla. O sea, las tumbadoras; los tambores, pues.
La imagen del último emperador azteca sería la clásica, la usada por la cervecería regiomontana, ello no obstante haber quienes aseguren que se trata en realidad de Cuitláhuac o, en el mejor de los casos, de Moctezuma. Erguido el cuerpo, la actitud desafiante, el rostro fiero pero sereno y la lanza lista para atravesar gachupines todavía chupando sangre en el puerto.
Las entrañas de aquella mole de ¿acero? ¿concreto? serían tan complicada como interesantes. Todo se movería mediante elevadores eléctricos a partir de las plantas de los pies y hasta la última pluma del penacho. Se accedería a las salas donde se ofrecería una diversión múltiple y sana para toda la familia.
Un barcito, por ejemplo, a la altura de la rodilla, atendido por guapas autóctonas vistiendo minúsculos taparrabos aztecas y ornado el pelo con una única pluma de pavorreal. El ombligo sería un pequeño mirador dotado con potentes catalejos oteando el cielo y los sitios de mayor interés del puerto. Ya en plena cintura un saloncito para reuniones, una placita comercial para el expendio de tanto de artesanías como de dulces de coco y tamarindo. Si cabe, una salita de cine.
La pelvis completa ocuparía un cabaret con variedades internacionales y los sanitarios en su lugar, los riñones, por supuesto. El penacho del emperador estaría coronado por un faro de gran alcance y en el interior de la gran testa un restaurante giratorio. La lanza sería utilizada como antena de televisión y hasta podría convertirse en un tobogán para los amantes de los deportes extremos.
Como queda dicho, el proyecto no está registrado como propiedad intelectual, por lo que está disponible para ser ofrecido ahora mismo por el candidato que lo considere viable. Cuando mucho la mención de haberlo leído en estas contraportada hoy interiorizada por el futbol.

Miroslava

La orden y el veneno para ejecutar a Miroslva Stern partieron de Acapulco, de manos de un agente del contraespionaje inglés hospedado en el hotel Del Monte, en el cerro de La Pinzona. Y era que la actriz nacida en Checoslovaquia, poseedora del rostro más bello del cine mexicano, debía morir por su actividad demoledora contra el “mundo libre”: Ser activa militante desde muy joven del espionaje soviético.
La versión novelesca sobre el suicidio de la actriz el 9 de marzo de 1955 –calle Kepler 83, colonia Anzures–, pertenece al acapulqueño Jorge Joseph Piedra, reportero del diario La Prensa, de la Ciudad de México, más tarde alcalde de Acapulco. A él se le había confiado un personaje misterioso, quizás el propio espía inglés, en torno a una botella de champaña en el cabaret, Cantamar del hotel Prado Américas.
La versión oficial, por su parte, se centra en el suicidio de la actriz con barbitúricos (Ayerlucin y Dodecalivez), cuyos frascos fueron encontrados en el buró de su recámara. Junto con las obras completas de García Lorca, un libro sobre El Greco, tres cartas póstumas y en sus manos una fotografía del espada Luis Miguel Dominguín, con quien había mantenido una relación sentimental pasajera. Se quitaba la vida por la traición del torero, quien había contraído matrimonio con la actriz italiana Lucía Bosé (padres del cantante Miguel Bosé).
Fue aquella ocasión en la que la policía española rechazó el ingreso de Miroslava a ese país, acusándola de pertenecer al espionaje ruso. La salva Dominguín, quien era compañero de cacería del propio Franco.
Un día antes del suicidio, el 8 de marzo, había caído cerca de San Luis Potosí el avión del empresario Jorge Pasquel, muriendo él y cinco ocupantes más. Circunstancia que elevará los niveles de morbo del que se ha adueñado todo México. Habida cuenta de que eran públicos los amoríos de Miroslava con el creso alemanista, yerno de Calles, el Jefe Máximo, surgirán no sólo insinuaciones perversas, sino afirmaciones contundentes de que la actriz era la séptima víctima del avionazo. Traído su cadáver subrepticiamente a la capital y depositado en su propia recámara. Y así por el estilo, según las calenturas reporteriles.
El caso Miroslava no hubiera podido cerrarse nunca si no ha sido por la orden de cerrarlo dictada, a pedido de la ANDA, por el presidente de la República Adolfo Ruiz Cortines. Argumento: falta de respeto para la memoria de la bella difuntita. (En el viejo Acapulco, Luz de Guadalupe Joseph).

La filmografía

La filmografía de Miroslva es impresionante: 30 títulos en tan solo nueve años de actriz: Escuela de Vagabundos (con Pedro Infante), Ensayo de un crimen, Bodas trágicas, A volar joven, (con Cantinflas), Juan Charrasqueado, Nocturno de amor, La posesión, La casa chica, Monte de piedad, (con guión de la escritora acapulqueña Cuquita Massieu y candidato al Ariel en 1951), Trotacalles, Las tres perfectas casadas y más.