Adán Ramírez Serret
Noviembre 25, 2022
En una retrospectiva al artista oaxaqueño Rufino Tamayo –hace más ya de una década– en el museo que lleva el nombre del pintor de sandías, perros que miran la luna y quimeras; se reproducía un video en donde Tamayo hablaba de la inspiración, ¿cómo hacía para obtener esas obras?, ¿de dónde venían?
Allí, en el video, a sus 90 años, el pintor confesaba que eran ideas e imágenes que venían a su mente, y que él, al ser pintor, las plasmaba de manera plástica, pero que si fuera poeta, lo haría un poema. Porque al final los artistas trabajan con lo mismo, solamente que lo plasman de manera diferente según sea su oficio.
Pensé de inmediato en Octavio Paz, en la manera en la cual el poeta defendió a Tamayo en una época de proselitismo político de un arte comprometido de grandes y maravillosos muralistas que plasmaban la historia de México de manera genial; pero había otros artistas, abstractos como Tamayo, cuya obra llamaba al instinto, a lo inefable y que Paz veía como el arte en verdad revolucionario. Porque el acto creativo puede ser mucho más revolucionario que el discurso.
En 1951, Paz y Tamayo hicieron un libro hermoso, en el cual el poeta escribía poemas y el poeta los dibujaba, es el libro ¿Águila o sol? Que comienza así, “Ayer, investido de plenos poderes, escribía con fluidez sobre cualquier hoja disponible: un trozo de cielo, un muro […] un prado, otro cuerpo”.
La unión entre dibujos y literatura normalmente se concreta en dos artistas: en un pintor y en un poeta; pero hay personas que son dos o tres en una, es el caso del diseñador, poeta, dibujante, artista visual, escritor y varios oficios más, Alejandro Magallanes (Ciudad de México, 1971), autor de más de 15 libros e ilustrador de miles, en especial de la hermosa y paradigmática editorial oaxaqueña Almadía. Por si fuera poco, este año ha publicado recientemente dos libros por demás brillantes. Las letras son dibujos y X, Y y Z.
En ambas obras Magallanes pone los puntos sobre las íes sobre todo al ir a la esencia. Al momento del descubrimiento. Porque normalmente en cuanto más se envejece, más nos alejamos de los primeros momentos y nos sumergimos en los significados, en la semántica. En lo que las palabras quieren decir de manera literaria, pero también política, académica; olvidándonos que las palabras con su significado y dibujo viven por sí mismas.
Nos dice, por ejemplo, desde la propia guarda que usualmente va en blanco, “¿De verdad habremos pensado alguna vez algo que nunca nadie haya pensado?”.
Magallanes se va moviendo con la inocencia y exigencia de un niño a cada página, pues sus búsquedas son la diversión y la sorpresa. Nada más difícil.
Nos advierte desde la página legal, “Lo hemos elegido a usted para que pueda transmitir todo esto. Ojalá sea cabal y lo haga. Gracias”.
Magallanes busca la carcajada, despertar nuestras neuronas para que estén listas para volver a pensar en cada página. Ser una persona diferente ante cada línea que hace una palabra.
Las letras son dibujos es una obra para redescubrir los libros. Para perderse en cada línea, en cada idea e imagen que sugieren las palabras. “Las letras son dibujos de sonidos”, advierte y dan ganas de perderse de nuevo en los poemas de Paz, en las líneas de Tamayo, luego de haber sido sensibilizados por el talento y la gracia de Alejandro Magallanes. Quien nos advierte en la última página, “Le recordamos de la manera más atenta que también su cuerpo es usted”.
Alejandro Magallanes, Las letras son dibujos, Ciudad de México, Reservoir Books, 2022. 255 páginas.