EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Alfonso Reyes, el escritor mexicano más prolífico

Fernando Lasso Echeverría

Noviembre 03, 2015

Don Alfonso Reyes Ochoa fue hijo del famoso general porfirista Bernardo Reyes y de doña Aurelia Ochoa, ambos originarios de Jalisco; este distinguido escritor mexicano nació en Monterrey Nuevo León, el 17 de mayo de 1889, durante uno de los periodos de gobierno que don Bernardo su padre, había desempeñado como Ejecutivo de esa entidad federativa durante el porfiriato. Su padre fue el más popular de los posibles sucesores de Porfirio Díaz que tuvo el país en los inicios del siglo XX; su capital político era enorme en toda la república, pero don Bernardo lo desperdició en nombre de una absurda lealtad al dictador, aceptando un exilio “voluntario” en Europa que aquél le impuso al temer un levantamiento popular reyista en su contra, pues en esas fechas era ya notable el hartazgo de la población por su gobierno dictatorial, que estaba a punto de cumplir ya tres décadas.
Esos años también resultaron terriblemente difíciles para Alfonso, pues don Bernardo su padre, se había vuelto el principal enemigo político del grupo de Los Científicos que encabezaba José Yves Limantour, y que controlaban las instituciones educativas de élite en donde Reyes estudiaba, y que por ello no era bien visto en ellas. Fueron días de intensa intranquilidad personal y familiar, que se vio momentáneamente resuelta cuando su padre fue exiliado, pero al volver éste al país las cosas empeoraron, pues don Bernardo encontró ocupado su lugar por Francisco I. Madero en el ánimo popular. En ese tiempo, Alfonso le pidió a su padre en forma respetuosa, que se retirara de la política y escribiera sus memorias, en lugar de involucrarse en un proceso en el que ya no era un protagonista positivo para la población, pero fue rechazado con enojo por don Bernardo. Hay biógrafos de don Alfonso que aseguran que estos sucesos marcaron y definieron la personalidad que tuvo durante toda su vida, y que lo volvieron taciturno, introvertido y poco dado a las fiestas.
Poco antes de finalizar el mandato de Madero debido a su aprehensión y posterior asesinato, don Bernardo –recién liberado de la prisión por conspiradores que lo involucraron en un golpe de Estado en el cual no había participado– fue muerto en el zócalo de la capital, al querer tomar el Palacio Nacional en forma osada e imprudente en el inicio de la llamada Decena Trágica, que finalmente llevó al poder a Victoriano Huerta Márquez, con el que colaboró muy activamente un hermano de don Alfonso llamado Rodolfo y jurista de profesión, quien durante el gobierno golpista se desempeñó como secretario de Justicia en el gabinete, volviéndose un hermano muy incómodo para nuestro biografiado. Antes, el joven Alfonso había recibido una propuesta del presidente Madero –a través de compañeros ateneístas como Alberto J. Pani y Martín Luis Guzmán– de que su padre quedaría libre, si él lo convencía de que se retirara de la política, gesto que agradeció Alfonso con tristeza, respondiéndole en forma franca que lamentablemente él carecía de influencia alguna sobre su progenitor, pues éste no consentía hablar con él de política, ya que lo consideraba un hombre incapaz de entender los asuntos del poder.
Merece mención que Alfonso, recién titulado como abogado en ese momento, se negó terminantemente a funcionar como secretario privado de Huerta, quien le había ofrecido el puesto por la capacidad intelectual del joven Reyes, y éste prefiere alejarse de un doloroso y tenso ambiente familiar provocado por la trágica muerte de su padre, y de una comprometedora situación política causada por la violenta llegada al poder de Huerta –con quien su familia se vio involucrada– aceptando el cargo de segundo secretario de la legación mexicana en Francia, y embarcándose hacia Europa a mediados de 1913; todo ello, sin ilusión alguna a pesar de su amplia cultura francófila, y sumido en una terrible pesadumbre. Ya en París –trabajando en un ambiente poco grato al representar al régimen de Huerta– a Alfonso le tocó vivir el inicio de la Primera Guerra Mundial y casi al unísono, la caída del gobierno huertista, quedando cesante de inmediato y refugiándose en la neutral España, en donde sobrevivió con mucha dificultad al principio; sin embargo, empieza a frecuentar las instituciones y lugares que acostumbraban los escritores españoles, como el Ateneo de Madrid, en donde conoce a Enrique Díaz-Canedo, al impresor Rafael Calleja, a Francisco Acebal dueño de la editorial La Lectura y a Juan Ramón Jiménez, quien quedó gratamente sorprendido por los amplios conocimientos del mexicano; a través de éstos, y de algunos otros valiosos amigos como don Ramón Menéndez Pidal, empezaron a llegarle propuestas laborales: prólogos para libros especializados, traducciones (dominaba el francés y el inglés), y colaboraciones culturales para publicaciones locales, lo ayudaron a salir de sus penurias.
A mediados de 1920 fue derrocado y asesinado Venustiano Carranza y asumen el poder los sonorenses, encabezados por Álvaro Obregón; con ellos llega José Vasconcelos su viejo amigo ateneísta, quien logró que Alfonso fuera reincorporado al sistema diplomático mexicano, hecho que le permitió continuar en Madrid con ingresos económicos estables; no obstante, esto también le causa graves problemas familiares, pues este apoyo lo había convertido en empleado del gobierno revolucionario que había terminado con la vida de su padre, e incautado las propiedades de la familia que se mantenía en el exilio, imposibilitados sus miembros para volver al país.
Al poco tiempo, Vasconcelos le pidió que regresara a México para colaborar con él, en la flamante Secretaría de Educación Pública, pero Reyes prefirió permanecer en Madrid, pues sabía que su apellido todavía resultaba aborrecible para la mayoría de los revolucionarios, a pesar de que él, no sólo se había mantenido al margen del golpe de Estado, sino que intentó en forma discreta e íntima disuadir a su padre y a su hermano para que no intervinieran. Su desempeño diplomático fue satisfactorio, “desfaciendo entuertos” entre ambos países, ocasionados por la reforma agraria pos revolucionaria, que afectó a muchos terratenientes españoles; por otro lado, su labor diplomática fue doble, pues desde un principio actuó como enlace entre los escritores mexicanos y sus pares peninsulares. Sus actividades diplomáticas le impidieron cabalmente dedicarse a la literatura, pero mantuvo su presencia en los círculos literarios españoles y estableció una gran amistad con varios escritores de su generación, durante los 10 años que se mantuvo en Madrid. En 1924 fue promovido a ministro ante el gobierno francés, durando su segunda estancia en París casi cuatro años; como era previsible, también en París realizó una doble diplomacia gubernamental y literaria satisfactoria; le tocó limar las asperezas de la espinosa situación de la guerra cristera en el país y estableció fuertes amistades con algunos escritores y artistas franceses contemporáneos.
En 1927, Alfonso Reyes alcanzó el rango de embajador y el primer destino que se le asignó como tal fue Argentina, llevando como principales objetivos el acabar con el aislamiento entre México y Sudamérica, fomentar la solidaridad latinoamericana e incrementar el comercio entre ambos países. Su estancia en esta nación no fue fácil; eran frecuentes los enfrentamientos con la prensa, con varias organizaciones sociopolíticas locales, con la Iglesia católica y con altos funcionarios del gobierno argentino, debido a la violencia en México provocada por la rebelión cristera, así como por la escandalosa lucha electoral que ya había causado el asesinato de tres candidatos presidenciales: Serrano, Gómez y Obregón.
Tal como en España y Francia, don Rodolfo desarrolló una doble diplomacia: la gubernamental y la literaria. Pronto intimó con numerosos escritores jóvenes, como Jorge Luis Borges y Ricardo E. Molinari entre otros y por supuesto, con otros ya consolidados como Ricardo Güiraldes y Ricardo Rojas. Participó en diversos proyectos editoriales, como Los Cuadernos del Plata, la revista Prisma y la fundación de la mítica revista Sur de Victoria Ocampo. De hecho, sirvió como intermediario entre ambas literaturas, para que los escritores mexicanos fueran leídos en Argentina y viceversa. En 1930, fue trasladado a la embajada mexicana en Brasil, en donde no se encontró muy a gusto debido al supuesto atraso literario de Río de Janeiro, y que dio motivo a uno de sus inventos literarios: una revista que enviaba por correo individualmente, a todos sus amigos escritores y aquellos interesados en recibirla en México, Argentina, España y Francia. Su labor diplomática no fue fácil en Brasil, pues las relaciones de este país con México eran muy tensas y existía en este país sudamericano –gobernado entonces por Getulio Vargas– una gran inestabilidad política inducida por las características fascistoides de este gobernante. La embajada mexicana en Río fue objeto de varias agresiones. Sin embargo, un apasionado amor con una brasileña le endulzó a don Alfonso su estancia en este país, aunque después le abatió su existencia largo tiempo al concluir su relación con ella.
Después de cinco años como embajador en Brasil, lo envían nuevamente a Buenos Aires, para una segunda etapa como embajador en Argentina. Esta época coincidió con la guerra civil española, por lo que su actuación en esta etapa fue eminentemente política, defendiendo la posición del gobierno mexicano en relación a esta lucha fratricida en la península española, la cual era diametralmente opuesta al enfoque de Argentina. Finalmente fueron tantas las diferencias entre ambos gobiernos, que el mexicano decidió cerrar temporalmente su embajada en Buenos Aires, y don Alfonso recibió la orden de regresar a México. Cumplía 25 años fuera de México y aún existían en él temores para retornar a su país. Reyes tenía dudas sobre su futuro y pensó quedarse en Buenos Aires y trabajar en la industria editorial, o bien, aceptar una oferta de trabajo en la Universidad de Texas, como profesor de literatura hispanoamericana, sin embargo se decidió a regresar a México. Don Alfonso era ya un diplomático maduro muy identificado con los principios del Estado mexicano posrevolucionario, al que había sido de máxima utilidad en el servicio exterior. Su capacidad y lealtad le eran ampliamente reconocidas. Por ello, llegando al país a mediados de 1938, fue enviado con urgencia nuevamente al extranjero, para que ofertara petróleo en los mercados mundiales, pues el boicot de las empresas petroleras transnacionales contra la nueva Pemex era terrible.
Alfonso Reyes regresó de esta comisión a principios de 1939 para vivir en México sus últimos 20 años de vida, mismos que gracias a su capacidad intelectual y a su empeño, fueron muy prolíficos. Su retorno al país seguía siendo para él una incertidumbre; sin embargo, pronto se aclararon sus dudas, pues fue nombrado por Lázaro Cárdenas presidente de la Casa de España en México, creada para coordinar las labores de los intelectuales invitados por el gobierno mexicano mientras durara el conflicto bélico en el país europeo; pero contra el diagnóstico inicial, el gobierno republicano fue derrotado y numerosos intelectuales solicitaron asilo en México, situación que modificó la naturaleza y las dimensiones de la Casa de España, convirtiéndose ésta en El Colegio de México en octubre de 1940. Presidir esta institución le dio la oportunidad a don Alfonso de pagar la deuda que tenía con los mismos españoles que lo apoyaron en sus duros años de exilio madrileño, entre 1914 y 1920. Esto también le permitió a Reyes dedicarse a la academia al 100 por ciento, escribir más y darle coherencia editorial a su obra. Pudo concentrar sus publicaciones en tres instituciones: el Fondo de Cultura Económica, el Colegio de México y el Colegio Nacional, fundado por él. Por otro lado, construyó la célebre Capilla Alfonsina, contigua a su domicilio, y ordena en ella los miles de libros acumulados por él en el extranjero y guardados en cajas, en la casa de su suegra.
Al volver al país, don Alfonso advirtió que era un autor poco leído en México, seguramente por su prolongado alejamiento y porque todos sus libros editados en el extranjero eran difíciles de encontrar aquí; en algunos círculos literarios se le rechazaba con el argumento de que era un autor extranjerizante sin vínculos con México. En síntesis, se le respetaba, pero no influía en el ámbito cultural mexicano; sin embargo, paradójicamente, poco a poco el nacionalismo pos revolucionario imperante dio sentido a su concepción literaria; Reyes se dedicó a divulgar la literatura internacional y en especial la de la Grecia clásica, cumpliendo así su viejo anhelo juvenil de difundir la cultura universal en México, e integrar a ella el saber del medio cultural mexicano. Y fue así como finalmente colabora en forma importante en los esfuerzos educativos del Estado mexicano, a través del Colegio de México, de la Academia Mexicana de la Lengua, del Fondo de Cultura Económica y del Colegio Nacional. El reconocimiento del medio cultural del país lo alcanzó en 1945, cuando fue el primer nominado para obtener el Premio Nacional de Literatura. Pronto, Reyes no sólo fue un escritor reconocido y admirado sin inconveniente alguno, sino también un hombre influyente en el medio editorial. En 1952, el Fondo de Cultura Económica tuvo su primera colección literaria: la famosa Letras Mexicanas, cuyo volumen inicial lo fue en forma significativa la Obra Poética de Alfonso Reyes.
El escritor tuvo una fecunda labor educativa y editorial desde su regreso a México. Sus nuevos títulos aparecieron año tras año y también pudo reeditar viejos libros prácticamente desconocidos en nuestro país, como los míticos textos de Visión de Anáhuac e Ifigenia cruel, aparecidos por primera vez en México en 1944 y 1945. Sus últimos años de vida los dedicó a la organización de sus Obras Completas, que llegaron a formar 26 gruesos volúmenes, de los cuales sólo 12 fueron impresos en vida de su autor. En sus últimos años, don Alfonso Reyes llegó a ser el indiscutible patriarca de la literatura mexicana, hecho que provoca constantes visitas de los entonces escritores en ciernes, quienes peregrinaban a la Capilla Alfonsina en busca de ayuda y consejo. Así lo hicieron Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan José Arreola y Juan Rulfo, entre otros. En ese entonces, eran muchos los rumores internacionales que lo asociaban a un futuro Premio Nobel de Literatura, merecida posibilidad que se disipó con su muerte, a finales de 1959. Sin especulación alguna, es indiscutible que Reyes fue el hombre de letras más importante de la primera mitad del siglo XX mexicano, y que es un escritor que seguirá vigente en forma intemporal.

* Presidente de Guerrero Cultural Siglo XXI AC.