EL-SUR

Lunes 20 de Enero de 2025

Guerrero, México

Opinión

Alguien que no sea hermosa como una carta de amor

Federico Vite

Abril 05, 2016

Un paseo por el lado salvaje (A walk on the wild side. Traducción de Vicente Campos, Galaxia Gutenberg, España, 2011, 409 páginas), de Nelson Algren, no sólo es una novela que retoma la picaresca para mostrarnos lo agridulce de ser Dove Linkhorn en la Gran Depresión estadunidense, una variante amarga de Huckleberry Finn, sino que ofrece un fascinante tour de force por los arrabales de las almas sedientas, rotas, ensimismadas.
Dove es hijo de un predicador que durante seis días, el sábado es sagrado, se dedica a la limpieza de pozos negros. No fue a la escuela; ni siquiera sabe qué es la escuela. Habita una ranchería de Texas, convive con ebrios mexicanos, mecánicos, meseras, apostadores profesionales, proxenetas, prostitutas, militares, saqueadores, mutilados de guerra, espectros de una puesta en escena que la pobreza decoró con un halo de impotencia, con polvo y con hambre; sobre todo, con hambre.
Dove escapa de su pueblo, quiere ver mundo y para su mala fortuna sale de un cinturón de miseria estrecho para ingresar a uno más grande, donde las prostitutas se encargan de mostrarle la regla más importante para seguir vivo: No sueñes, acepta lo poco que posees y escóndelo.
Esta propuesta narrativa se enfoca en el realismo; ofrece una obsesiva mirada a los usos y las costumbres entre los proxenetas y sus chicas, detalla a la perfección los rituales masculinos de respeto a los que se someten los miserables, quienes únicamente poseen loas y las ofrecen a cambio de pan y de alcohol.
La novela posee una estructura sincopada, avanza con variaciones al tema, con variaciones a la nota esencial del libro (Dove), camina sutil el relato desde diversos focos de atención; todos los hilos de la trama son enhebrados con parsimonia, bajo los pliegues de un mecanismo narrativo que se muestra sin la espectacularidad de los relatos policiacos, noir o hardbolied. Más que un libro en el que la noción del mal parezca un enfrentamiento entre justicieros, Algren apuesta por la descripción de un fenómeno económico que tiene repercusiones brutales en lo humano. Da voz a los temores de un pueblo desencantado e iracundo, un pueblo que incluso siente el abandono de Dios mismo. La gente busca cómo salir del paso, pero queda únicamente la degradación. El primer paso no sólo consiste en la ingesta de alcohol, en atiborrarse de heroína o en fumar toda la mariguana posible, sino en asumir que ya todo está perdido y hundirse es apenas el principio. Con personajes así, infatuados por la banalidad de la pobreza, socializa Dove. Todas sus empresas fracasan, pero sirven para mostrar en claroscuro la convicción de perder.
La novela, orquestada y prácticamente musicalizada por el soul, blues y gospel, propone la inusitada apropiación del mundo ya saqueado; desde la música, el autor afina el universo que construye: la debacle, el duelo amoroso y el hambre. Vemos cómo todo hombre intenta escapar de la pobreza; ya sea comerciante, camionero, vendedor, político e incluso proxeneta, todos buscan huir de la miseria y concluyen que la acumulación de bienes y de riqueza son la respuesta para la estabilidad emocional.
Un paseo por el lado salvaje es una telaraña negra, un libro que se propone dar noticias de lo humano casi roto, agrupa relatos de sobrevivencia. También se le considera un texto que revela ciertas etapas en la vida de Algren. Este tipo estudió en la Universidad de Illinois con la intención de graduarse en sociología; pero como no le alcanzaba el dinero para costearse esa especialidad, escogió periodismo. Su hermana mayor, quien se había casado con un hombre acaudalado, pagó casi toda la licenciatura de Algren. Se licenció en 1931, en plena crisis, y trató de encontrar trabajo en casi todos los periódicos del Medio Oeste; no tuvo mucha fortuna y emprendió la ruta del vagabundeo. Caminó por el vado del Mississippi, llegó a Nueva Orleans. Sobrevivió gracias a la “achicoria caliente y las bananas verdes” que unos franciscanos repartían a diario entre los mendigos. A pesar de que sus libros no se vendían tanto, los escritores consideraban a este hombre un caso excepcional en la narrativa estadunidense, pues se enfrascaba en dotar de un código moral a los viciosos, a los pendencieros, a los asaltantes, a los estafadores.
En 1947, tras regresar de la Segunda Guerra Mundial, publica La selva de neón, un libro de relatos que ha sido considerado por los especialistas anglosajones como una obra maestra. Pero el rotundo hit que le da fama y algo de fortuna es El hombre del brazo de oro (1950), novela con la que obtiene el National Book Award. Y justo por esas fechas inicia un romance con Simone de Beauvoir, una relación que dura 17 meses, un amasiato que Algren termina porque desea una persona real en su vida, alguien que no sea hermosa como una carta de amor y logre, por lo menos una vez al día, mirarlo directo a los ojos.
Después de la etapa dorada, Algren tuvo una serie de problemas graves; al FBI le pareció que era un espía y orquestó una campaña en contra de todos sus libros, se le consideraba un traidor a la patria, alguien que veía sólo los vicios de la sociedad norteamericana. Su ascendente trayectoria literaria se vio empañada por esa denigrante maledicencia. Perdió estabilidad emocional y debió pasar una temporada en un hospital siquiátrico. Atendiendo su depresión crónica, perdió mucho dinero e incluso la casa que había comprado. Dio conferencias, tradujo libros y algunas personas creen que trabajó como negro para otros autores. Tuvo la posibilidad de relanzar sus libros e incluso publicar otros, pero siempre que alguien buscaba la manera de encarrilarlo hacia una editorial, Algren reaccionaba como uno de los personajes de Un paseo por el lado salvaje: lastimando a quien trataba de ayudarlo. Nelson Algren, un poeta de la miseria, murió en completa soledad el 9 de mayo de 1981. Sufrió un infarto en el baño, como si se tratara de una estampa de esa picaresca que tanto le gustaba: la del desamparo. Que tengan buen martes.