EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Algunas afinidades parecidas al morbo

Federico Vite

Agosto 17, 2021

(Segunda de tres partes)

Decía que Peter Straub, como bien señala Stephen King, logró unir la vieja guardia con la novedad. Ghost story tuvo una buena recepción de los lectores. Se vendió bastante el libro y varias de las adaptaciones cinematográficas de esta novela acopiaron buenas sumas de dinero en la taquilla. Pero cambiando un poco el foco geográfico, debe pensarse que en México, por ahí de 1952, apareció en el mercado editorial un libro de Francisco Tario, Tapioca Inn, Mansión para fantasmas, que bordea con acierto y gran oficio narrativo a los espectros. En ese momento, los autores del país estaban involucrados en los grandes temas, ya saben ustedes, la migración a las urbes, la vida en la Ciudad de México. Analizaban por arriba y por abajo a la clase media, y su insaciable anhelo aspiracional. Este libro de Tario era un artefacto raro, ajeno a las causas de la literatura nacional (vaya locura, ¿no?). Pero lejos de ese planteamiento que ya han expuesto, y con mayor solvencia, varios investigadores y críticos literarios, me llama la atención el tratamiento de los fantasmas, los espectros, las psicofonías, las herramientas de la literatura fantástica puestas al servicio de un narrador extravagante, con un humor gozoso y negro, como es el caso de Tario.
Es bien sabido que los libros de terror fueron parte del mainstream de los mass media; poseen todo eso que se necesita para llamar la atención. Ghost story y Tapioca Inn tienen algo en común: son un acopio de historias tétricas. La diferencia entre ellos es el tono y la ingeniería literaria. En suma: el esfuerzo sostenido de la imaginación favorece a uno más que a otro. También hay otro vaso comunicante entre Tapioca Inn y Ghost story: los hechos macabros narrados en esos continentes naturalizan lo paranormal. Sus personajes conviven con las otras realidades. Prescinden de un tono afectado (la voz engolada para hablar en mayúsculas de una PRESENCIA EXTRAÑA o SINIESTRA). Insisto: estos dos libros, uno de cuentos y una novela, normalizan los vasos comunicantes entre esta realidad y la de los espectros. Son puentes y los puentes, claro está, sirven para comunicar dos lados.
Las nuevas generaciones de lectores gringos ponen muy poca atención al trabajo de Peter Straub; caso contrario es el de Tario, a quien se lee cada vez más. Su culto incrementa, pero no a niveles de mass media. Naturalizar estéticamente a los fantasmas tiene su encanto. Es la piedra angular de una generación, porque en cierta forma eso es la literatura, un asunto de muchísimas personas, un mosaico de lecturas e influencias entreveradas.
Straub recicla las historias de otros autores; las organiza de una manera atractiva y las presenta en una novela. En sus palabras, el autor afirma: “Canibalicé la literatura de horror”. Tario crea una mitología personal asombrosa y tétrica. Straub logra un hito, más mercantil que estético, en el continente literario; Tario simple y sencillamente moldea un artefacto que sigue cautivando lectores. Baste recordar los cuentos Ciclopropano, La semana escarlata y T.S.H. Straub pone en movimiento el negocio literario; Tairo, la literatura. En este punto, me parece, es prudente sumar algunas aseveraciones de Jesús Palacios, asesor editorial de la editorial española Valdemar (empresa literaria que se caracteriza por su especial sensibilidad para editar clásicos de la literatura de horror). Cuando Palacios ordena y clasifica la obra del poeta y narrador estadunidense Thomas Ligotti (otro referente de la literatura de horror) afirma algo que llama la atención: “Existen muchas tendencias, modos y modas en la literatura sobrenatural fantástica y de terror. No son sólo cosa de hoy. Siempre hubo autores que escribieron fantasías para un público masivo y popular, atendiendo a los miedos y necesidades del momento, mientras otros los hicieron impulsados por una necesidad singular, necesitada de expresión”. Encasilla acá, las dos vertientes de lo dicho sobre Straub (miedos y necesidades del momento) y Tario (necesidad singular de expresión). Cito nuevamente a Palacios: “El mundo del fantaterror actual, hinchado de corrección política, comentario social y personajes ‘humanos’, procura a veces algunos placeres, pero raramente el placer del miedo, de lo extraño, de lo perverso. No se trata, como algunos agoreros predijeron, de que la sangre y las vísceras lo agoten, sino de que esta sangre y estas vísceras están tan claramente prefabricadas, tan perfectamente diseñadas, que en lugar de provocar revulsión, en lugar de conmover nuestra conciencia, la adormecen, la acunan en una falsa sensación de seguridad”. Estas picantes palabras me llevan a la otra orilla de lo que desde hace mucho tiempo se sabe: Clive Barker es lo mejor que le ha pasado a la ficción de horror. Justamente cuando Peter Straub recibía oro molido por las adaptaciones de Ghost story, Los libros sangrientos I (Books of blood I) ya estaban creando un mito en Inglaterra. La publicación de The hellbound heart (1986) hizo mundialmente famoso a Barker. Pero el título que me parece sumamente atractivo es Cabal (1988). No sobra decir que no hay una sola línea en Danse macabre, de Stephen King, acerca del talentoso Barker, quien empezó a publicar algunas de sus historietas y libros en Estado Unidos justamente en la década de los 80 del siglo pasado. Es un dato, menor, claro, pero finalmente revelador. Aunque en descargo de King debe apuntalarse que a principios de los 90 afirmó lo siguiente: “He visto el futuro de la literatura de horror; su nombre es Clive Barker”. Y Barker está más cerca de Lovecraft que de Straub o de King. Aunque lo interesante en el trabajo de Barker es que su obra pone como eje toral a la especie humana. En los hombres anida el bien y el mal; sobre todo, el mal.
¿Y los autores mexicanos? Todo está todo ligado. Después de Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Remedios Varo, Tario, etcétera, etcétera, etcétera. Me parece prudente identificar en esa onda de la reverberación temática algunos nombres: Mario González Suárez, Mauricio Molina, Alberto Chimal, Rodolfo J. M., Edgar Omar Avilés, Iliana Vargas, Valentín Chantaca, Lola Ancira, Bernardo Esquinca, Bibiana Camacho y Miguel Lupian. Estos autores tienen sobre sí proyectos escriturales que bogan en la literatura de la hibridación, en la weird fiction y bucean en el ancho mar del término alemán unheimlich. Todo ese trabajo pone en perspectiva los rumbos de esta fascinación que se nutre, por supuesto, mientras más lecturas se tengan, mientras más libros se asimilen. Por ejemplo, la argentina Mariana Enríquez no sería quien es si no hubiera leído a Shirley Jackson; Bernardo Esquinca no tendría el mismo concepto narrativo si no hubiera atendido la obra de J. G. Ballard. Insisto: somos un entreverado de lecturas, un mezcla de muchos autores que fortalecen un eco que potencia nuestra voz.