EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Algunas afinidades parecidas al morbo

Federico Vite

Agosto 24, 2021

(Tercera de tres partes)

Los autores mexicanos que escriben actualmente literatura de horror, y sus derivados, debieron leer a Stephen King. Sin duda. Es un escriba insoslayable, más aún en un escritor en ciernes que intenta aprehender todo lo relacionado con el oficio. Me parece que King, más que un narrador, ensayista y crítico literario, es una puerta que conduce a otros tantos pasadizos; por ejemplo, estos artículos que diseccionan filias próximas al pavor y a las vísceras. Pero antes de continuar, preciso: El terror es un asunto que socava sicológicamente a los personajes. La sique de ellos se somete a una tensión abrumadora. Cuando se escribe sobre el terror, el mal no se encarna. Es justamente lo que pasa con los fantasmas: presencias que no adquieren solidez ni un rotundo tacto. Pero el mundo del horror es otro asunto. Ahí el mal adquiere rostro, cuerpo y presencia. Posee las cualidades de lo físico. Jesús Palacios, especialista en literatura de horror, señala:“el terror no debe refugiarse en las Ciencias Ocultas o en la fenomenología de lo paranormal para propiciar al lector un cómodo refugio final contra el pavor, con esas largas parrafadas efectistas que revisten el misterio y lo sobrenatural de convenciones racionalistas o pseudoracionalistas”. Palacios advierte que el horror no debe recurrir a las “criaturas sobrenaturales de la guardarropía”. ¿Por qué? Porque finalmente se edulcora la proposición estética de esos proyectos escriturales y facilita así la explosión irrisoria de la comedia. Al usar sin medida ni clemencia la “guardarropía” de los monstruos el arribo al humor involuntario es inobjetable. Palacios agrega finalmente una coqueta reflexión: “Es muy posible que no haya más que decir, que nadie pueda llegar más lejos en la búsqueda del pavor de lo innombrable e innombrado. Eso que acecha a nuestro alrededor cuando damos unos pocos pasos en la oscuridad”. Yo no creo que todo se haya dicho acerca de lo que nos acecha a nuestro alrededor en la oscuridad, pero estoy de acuerdo en un asunto, sería letal para los fines del horror regresar a lo ya hecho y lo ya dicho. Estas aseveraciones conducen al otro cauce. Si la literatura de terror en México no aborda a los fantasmas de manera exhaustiva, probablemente haya un problema más grave. Tal vez el rango de movimiento de una fantasma, como personaje de novela, sea limitado. Siguiendo la pista del texto mayor de Henry James acerca de los fantasmas, me refiero a The turn of the screw, se nota de inmediato que los espectros tienen comportamientos sumamente humanos. Es decir, en esa novela los fantasmas y los humanos pueden confundirse con facilidad porque actúan, digamos, de igual manera. Tienen pasiones, anhelos y temor; sobre todo, tienen miedo del otro, del desconocido.
Otra vuelta de tuerca está planteada como un relato que se narra junto al fuego de la chimenea. Un tal Douglas lee la historia de una institutriz que se encarga de cuidar a dos niños en una mansión victoriana. La visión de dos espectros la trastoca. La maestría de James radica en una suerte de mesura entre lo que se dice y lo que se oculta. No revela lo esencial, pero sí lo muestra. El trabajo del narrador es ejemplar. Encapsula a la institutriz en un mundo terrorífico (insisto: el terror es un elemento que apunta más a lo sicológico; el horror, necesariamente apela a un mal corpóreo).
La institutriz es la llave que nos permite abrir y cerrar las lecturas del relato. La sique de ella está completamente diseñada para propiciar en el lector una angustia opresiva. James planifica todos y cada uno de los elementos que permiten tensar la trama y, obviamente, la gran vuelta de tuerca ocurre al final del libro. Si James explicara los hechos punto por punto (también si llenara de sombras y de ruidos de cadenas la historia) mataría la tensión de la trama. King, volvamos a sus palabras, considera que este libro es un proyecto estrictamente literario, no está en la lista de los objetos de culto de los mass media. A mí me parece que Otra vuelta de tuerca es ejemplar en la ficción de terror. La sicología de la institutriz está tan bien diseñada que no necesita corporizar al mal. Eventualmente habla de una anciana cuyo rostro era tenebroso, pero no lo describe con precisión. Alude a eso que la inquieta (un hombre de mirada tétrica, por ejemplo) sin revelar detalles. Carece de horror, y cuando digo horror me refiero a las vísceras y esa estética del burp y el splash, onomatopeyas de los aplastamientos y de las secreciones: puras vísceras. El horror ofrece múltiples posibilidades de creación, pero los fantasmas y sus derivas se han sometido básicamente a meras apariciones espectrales. No más, espectrales apariciones que se alejan y se distancian de los personajes principales. No se puede seguir así.
Quizá los fantasmas sean un dispositivo que posterga el dolor del duelo y dulcifica holográficamente la estancia en la tercera dimensión; tal vez son ayuda para matizar la soledad. Si México es un país esencialmente espectral, ¿por qué no hemos renovado los comportamientos de los fantasmas? Los hemos dejado como personajes gastados. No pueden interactuar de manera similar a los descritos por Edith Wharton, Wilkie Collins, Henry James, Juan Rulfo, Amparo Dávila, Leonora Carrington o Francisco Tario. No. Eso me lleva, necesariamente, al seductor Óscar Wilde, en especial, hablo de The Canterville ghost (1887).
El fantasma de Canterville aborda la historia de una familia estadunidense que adquiere un castillo en Inglaterra. La familia está enterada de que el fantasma de sir Simon de Canterville deambula en el edificio desde hace 300 años; también de que asesinó a su esposa, lady Eleonore. Pero el señor Otis, estadunidense moderno y práctico, ignora las advertencias espectrales. Los Otis habitan el castillo de una forma singular. El fantasma se les presenta en varias ocasiones, pero es incapaz de asustarlos. Solo gracias al tono de una comedia, el fantasma se convierte en la víctima de las bromas de la familia. La esposa del señor Otis, consciente de lo que sucede, ayuda al espectro a encontrar la paz. Es decir, lo jubila. Wilde jubila a los fantasmas.
Un fantasma ya no tiene los elementos necesarios para aterrorizar a una familia moderna. Ya no posee (sonidos de cadenas, apariciones, gritos, susurros, cantos ominosos, poltergeist) la magia. La renovación debe emprenderse desde los mecanismos que utiliza un narrador para asustar al hombre de hoy, porque un verdadero fantasma desafía la consciencia, ocupa los sitios oscuros entre el sueño y la vigilia. La tarea es perfeccionar los espectros de esta época, ya sea para lidiar con el duelo de un ser querido, para confrontar el pasado, para aliviar las piedras pesadas de la culpa o simplemente para comprender las fosas marianas de la sique humana. Todo fantasma es un acto de fe y la fe, todos sabemos, es un asunto de opacidades.