EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Algunas cosas que analizar

Federico Vite

Diciembre 21, 2021

 

Aparte de lo que ya sabemos de la pandemia, y del porvenir, es prudente preguntarse si en materia literaria la Covid-19 está únicamente dándonos libros sobre la reclusión, la pérdida, el duelo y alguna que otra interesante bitácora médica. Pienso, por ejemplo, que Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, quienes –a pesar de haber vivido en una pandemia– tuvieron la osadía de no meter ese mal a sus libros. Ninguno de los dos dedicó un texto a la gripe española ni exploró el tema, aunque algunos personajes sí aparecen enfermos mortalmente en las novelas; por ejemplo, en The beautiful and damned (1922) Fitzgerald hace referencia a un persona que murió por efectos del trancazo (como se le conoció a la gripe española), pero no ahonda ni sacude esa fronda temática. Cierra la referencia como si se tratara de una maldición. Fitzgerald posee una prosa en estado de gracia para referir pasiones y escenarios de una clase social obviamente acomodada. Decidió hablar de la compleja realización del amor. Desechó la gripe española, pero queda una pregunta, ¿cómo habría descrito esa enfermedad el dorado Fitzgerald?
Hemingway también le cerró la puerta a la pandemia. In our time (1924) fue ampliamente elogiado por el uso simple y preciso del lenguaje para transmitir emociones complejas. Ese volumen le valió a Hemingway un lugar entre los escritores estadunidenses más prometedores. In our time contiene varios de los primeros clásicos de Hemingway, incluye las famosas historias de Nick Adams, Indian Camp y The Three-Day Blow. Presenta a los lectores las señas de identidad de una prosa esbelta y magra, animada por un oído entrenado para reproducir lo coloquial y por una mirada realista. Con estas características es imposible no repetir la pregunta, ¿por qué Hemingway no escribió sobre la pandemia? Publicar textos sobre esos males podría haberles dado buenos dividendos: más dinero y más fama. Podría incluso haberlos convertido en una trepidante máquina de libros. Eligieron seguir en lo suyo; por su parte, Hemingway pulió el estilo y trabajó diversas aristas de la violencia. Fitzgerald afinó la pluma para llegar a la tremenda e irrepetible The great Gatsby (1925). Quizá sea el Santo Grial de la novela de Estados Unidos.
A diferencia de los narradores mencionados, el inglés Daniel Defoe en Diario del año de la peste (1722) se sumó a la desquiciada búsqueda por registrar el daño, el terror y la muerte de las pandemias. Hablar de la peste bubónica, para él, fue catalizador y explicó así la fragilidad de la vida. Es un libro, por cierto, de gran vigencia ahora, pero no precisamente por lo literario. Otro caso similar es el del escritor argelino-francés Albert Camus, a quien considero el de menor talento de los tres: Hemingway, Fitzgerald y Defoe. Publicó en 1947 La peste. Aunque la intención de Camus no era hablar de una epidemia sino literalmente del nazismo. Ambientó el libro en el puerto de Orán, en Argelia. Los habitantes de esa ciudad se comportaron como las ratas que salen de los barcos: huyeron de los problemas aplastando a los congéneres. Carecían de solidaridad y fundamentaron su existencia en la acumulación de bienes. El autor focalizó la novela en la vida de los médicos, quienes lograron el cometido de unir a la humanidad para consumar la sobrevivencia. Esta alegoría planteada por Camus nos hace pensar mucho más en la forma en la que se enhebran las sociedades. Pero la propuesta de La peste (la ocupación nazi) no es más que una buena idea, algo que el tremendo y talentoso Juan Carlos Onetti llamaba, a propósito de una anécdota sobre Intruder in the dust, de Faulkner, la “maldita buena intención”. Es decir, se oye bien, pero puesta sobre la hoja no es más que una curiosidad en bruto. Camus no se permitió explorar lo literario de una idea como esta, en la que el nazismo avanza igual que la bacteria Yersinia pestis. Al comparar este libro con Némesis (2010), del magnífico Philip Roth, uno sabe que La peste no estaba lista para ser publicada. Requería mucho más trabajo. Necesitaba menos razón y más corazón. El libro de Roth es mucho más ambicioso que el de Camus. Apuesta por desarrollar un verano ecuatorial que se oscurece repentinamente en cuanto los brotes de poliomielitis en un barrio judío echan todo, literalmente todo, a perder. Las plagas, en el caso de Camus y de Roth, permitieron recrear un mal mayor. Roth fusiona la epidemia con el holocausto; empata esos dos temas. Sale mejor librado que Camus, sin duda alguna.
En estados como el nuestro, el apoyo gubernamental es lo único que evita el desplome; el turismo, ya lo sabemos, pende de un hilo. Si pensamos en el héroe de Némesis, el profesor Buckey Cantor, solo nos queda asumir la terrible angustia religiosa y espiritual que sumada a la crisis médica y social empujan a un hecho: obedecer al pie de la letra todo lo institucional implica aislamiento. Pero se necesitan forzosamente vínculos sociales para no perderlo todo. Organizarse a cabalidad. No perder la cabeza por un político. Nunca.
Las descripciones de Roth acerca de la propagación de la polio y el efecto de la enfermedad en la comunidad infantil son fieles a la pandemia actual. Cito: “Podía escuchar una sirena en la distancia. Escuchó sirenas intermitentes, día y noche ahora… Eran las sirenas de las ambulancias que iban a buscar a las víctimas de la polio y las llevaban al hospital, las sirenas gritaban estridentemente: ‘¡Fuera del camino, hay una vida en juego!’ Recientemente, varios hospitales de la ciudad se habían quedado sin pulmones de hierro, y los pacientes que los necesitaban eran llevados a Belleville, Kearny y Elizabeth hasta que llegara a Newark un nuevo envío de tanques de respiración”. Como nota, las pandemias son pruebas de fuego, tanto para la libertad como para la vida. ¿Qué puede hacer alguien en casos así? Se recomienda extremar precauciones, mantener la calma, pero dos años después de padecer una pandemia, la calma simplemente es un milagro. En especial cuando lo único que se oye son buenas intenciones, no planes ni ideas gubernamentales para sobrellevar el mal. Cito nuevamente un fragmento de Némesis para dar cuenta de la vivacidad con la que Roth imaginó nuestro presente: “Está en el periódico de esta noche. Todos los lugares donde se congregan los niños están siendo cerrados. Tengo el artículo frente a mí. Las salas de cine están cerrando para los niños menores de dieciséis años. La piscina de la ciudad se cierra. La biblioteca pública con todas sus sucursales está cerrando. Los pastores están cerrando las escuelas dominicales. Todo está en el periódico. Es posible que las escuelas no abran a tiempo si las cosas continúan así”. Años después de la publicación de esta novela llegó para Estados Unidos el otro temor enunciado por Roth en Némesis: Donald Trump. Hay algo que aprender en todo esto, algo eminentemente político que se debe analizar como un símil de esta pandemia. El político vendrá, parafraseando a Cesare Pavese, y tendrá tus votos. Eso puede entenderse al leer a Camus y a Roth. Lo único que podemos hacer es no darle un cheque en blanco con nuestros votos. Organizarse es preciso. Siempre lo ha sido.