EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Algunas estampas vitales con José

Federico Vite

Noviembre 07, 2017

Hace varios años, cuando me asistía la razón de la insolencia, frecuentaba a los actores, a los directores de escena y a los dramaturgos guerrerenses. Era una llama viva mi pasión por ser un espectador ejemplar del arte escénico hecho en casa. Iba de un lado a otro y en ese oleaje conocí a José Dimayuga.
Por ridículo que parezca, algunos de los actores y de los directores de escena acapulqueños de los 90 del siglo pasado tenían una insufrible pose de rockstar, una actitud que adoptaron inexplicablemente los escritores locales (rasgos que eventualmente descubro en gente con mucho ego y poco trabajo), pero lejos, muy lejos de eso, José estaba enfocado en su trabajo: cincelaba el canon estético de su obra. La dirección escénica, aparte de la dramaturgia, eso frecuentaba el José que conocí en aquellos años, en los albores del nuevo siglo, era un autor guerrerense que había tenido varios y afortunados aciertos en el ámbito literario nacional. Su trabajo, como el de la mayoría de los nativos que se alejan por un tiempo de Guerrero, no se conocía en esta geografía. Había visto algunas de sus obras: Hotel Pacífico y Luna en piscis. Posterior a ello tuve la suerte de platicar con él en varias ocasiones mientras preparaban el montaje de El oso, de Anton Chejov, una adaptación, traducción y dirección de José. Asistí a varios de los ensayos en el teatro de la Universidad Americana. No eran para mí las indicaciones que él daba a los actores; pero yo escuchaba como si fuera uno de ellos, de esa casta, oía sus comentarios sobre el ritmo del montaje, sobre la escenografía, sobre los detalles técnicos, sobre un emocional y sesudo mundo interno que ayudaba a los actores a crear su personaje. Y creí que la construcción de un personaje era una tarea titánica, era parte de un engranaje superlativo que funcionaba como una maquinaria perfecta, como algo que enciende al llavazo.
Me cuesta mucho creer que un dramaturgo sarcástico y sensible muera, un dramaturgo guerrerense, esa especie en peligro de extinción. Es que aún no lo creo, pero no importa lo que uno crea. Hace mes y medio platicamos nuevamente de Guerrero, de lo mal pagados que están los trabajos, del reciente montaje de La forma exacta de percibir las cosas. Qué rápido pasa el tiempo, me dijo, acerca del homenaje que le hicieron en mayo pasado, en Zihuatanejo, durante las jornadas de la Feria de Libro Guerrerense. Hasta parece que este trabajo es pura emoción, José, que uno se mueve sólo por eso, para sentir y para hacer sentir. Pensé repentinamente que uno de los actores de El oso, Yolohtli Vázquez (el resto del elenco eran los enormes Malena Steiner y Enrique Caballero), se fracturó la pierna durante un ensayo y se hicieron las adaptaciones que justificaban al actor desplazándose con férula por el escenario. ¿Qué pasión debe tener alguien para exhibir sus debilidades? ¿Eso es la literatura? ¿Eso es el teatro? Últimamente pienso en el teatro, José, en que lo he abandonado un poco, le dije tratando de seguir el hilo de mis ideas. Ah, mira, yo pienso en volver a publicar Bonita Malacón, me respondió. Hay que mandar a dictamen entonces, agregué, además la novela tendría una lectura mucho más interesante ahora, con todo lo que pasa en Guerrero.
Recuerdo también una fiesta. Probablemente sea diciembre de 2001. José tomó su copa. Se levantó de la silla y nos dijo que tenía ganas de cantar. Interpretó la canción Usted, cambiaba juguetonamente los versos (la culpable por el culpable. No juegue con mis penas ni con mis sentimientos por No juegue con mi pene ni con mis sentimientos). Elevaba su canto en esa noche profunda y tropical, una oscuridad que mismamente recuerdo como alegre, porque en ese entonces mi vida era un completo agasajo, un festín de corazones por donde el vino corría. Yo era un espectador frente al oropel. Estábamos en el jardín de una casa. José cantaba. Todos sudábamos; por tanto, bebíamos. Nos refrescábamos. Él entonaba esos versos; renovó el júbilo de la reunión. Nunca dejó la copa sobre la mesa, la sostuvo en los andamios de esa noche, o tal vez brindaba con las emociones que inspiraron ese canto. Cerraba los ojos cuando aumentaba el volumen de su voz y pensé que así eran los bohemios esenciales: genio y figura, teatralidad al máximo, una copa en la mano, un canto, señor, todo en esta vida se trata de un canto.
Como narrador, José nos dio en 2007 una novela, ¿Qué fue de Bonita Malacón? Publicada por la editorial Jus (México, 161 páginas). Presenté ese libro en Puebla, en la cafebrería Profética. Me contó que fue muy curiosa la forma en que literalmente llegó a Jus. Iba caminando por la calle Donceles (centro de la Ciudad de México), me dijo, y vi el letrero de la editorial. Entré a la oficina y pregunté cuáles eran los requisitos para solicitar dictamen. Es que traigo mi texto en versión electrónica, le comentó a una señorita, quien amablemente copió el libro en la computadora de la editora. Total que meses después me dijeron que sí, detalló sonriendo. José estaba muy contento de ver a Bonita Malacón exhibéndose por el centro del país. Y hablamos de los amigos en común, de cómo estaba Guerrero, de la creciente violencia. Hablamos de musas enfermas.
Bonita Malacón es un entramado de monólogos. Los habitantes de Palma Gorda dan cuenta de la tragedia de una diosa, de la historia de esta chica que nos hace pensar que la violencia lo marchita todo. Este libro apuesta por el realismo, pero como la gran mayoría de la obra de José, posee una dosis de humor que lo hace francamente delicioso, pícaro, subversivo. Con Bonita Malacón, José criticó el abuso que Bulmaro Goring, jefe del Cártel del Desierto, ejercía en contra de los pobladores de Palma Gorda, específicamente detalló la relación tormentosa entre Bonita y Bulmaro. Creó con acierto una maqueta de lo que ocurre en Guerrero: violencia, muerte y desesperación. Digo todo esto porque no sé lidiar con el duelo, José. Digo todo esto porque finalmente se trata de la muerte, porque me encuentro ante lo inefable y sensatamente te nombro. Nos duele que te vayas. Descansa en paz, José. Descansa.