EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Algunas formas de encarar lo inminente

Federico Vite

Septiembre 24, 2019

(Primera de dos partes)

 

The Lost Scrapbook (1995), de Evan Dara, es una novela que al igual que Infinit jest (1996), del memorable David Foster Wallace, fundamentan ese vínculo constante entre la tradición y la ruptura. Son novelas monstruo, novelas totales en las que se elige encapsular el tiempo y los conflictos de una comunidad en una geografía perfectamente definida. Esta primera novela de Dara, digamos que ingeniosamente desorganizada, es un cauce literario que acopia múltiples monólogos y conversaciones en primera persona. Los personajes son gente sola, hablan con el televisor, con las mascotas, son gente que balbucea mientras camina rumbo al sicólogo.
Dara muestra un rango extendido de personajes, incluye un DJ de radio pirata que rastrea su propia señal, un ecólogo ermitaño y esquizoide en una diatriba constante contra el cambio climático, un portavoz de la industria del tabaco que responde a las preguntas que un entrevistador imaginario le formula. Fusiona la vida de todos esos personajes en una sola catástrofe que se agranda en la medida que el lector consume páginas intentando comprender por qué tanta prisa, por qué tanta rabia, temor y ansia en la voz de esas personas. Llegando a ese núcleo, el lector comprende que todos están involucrados en un desastre químico y ellos, los habitantes de esa ciudad, anudan, tensan y resuelven la trama: son la trama.
The Lost Scrapbook es una novela poco convencional que anuda los testimonios con sutileza, posee gran talento para trabajar los diálogos, se nota que sigue lo heredado por William Gaddis: trabaja las acciones sin exponer narrativamente los hechos, es decir, el lector infiere y deduce todo. Esa es la mayor propuesta, crear todo para que el lector lo infiera emotivamente. Para crear la inferencia, Dara necesita una estructura novelística robusta, así explora las ansiosas variaciones de todo el ruido blanco que precede la catástrofe.
Este autor nos confronta con novedades estilísticas, por ejemplo, en lugar de personajes en conflicto, Dara ofrece narraciones que abordan de manera múltiple el tema de la pérdida. El relato funciona gracias al efecto de acumulación (como en casi todas las novelas monstruo) ejercitando con creces las variaciones emotivas del vacío existencial. Es decir: la novela muestra cómo hacer nuevo lo ya dicho. Trabaja en el cómo y el qué resulta francamente emotivo.
En el último tranco del libro, el lector descubre lo ocurrido en Isaura, una ciudad de Missouri, destruida por la contaminación química. Así que la historia de lsaura se cuenta de manera coral, con múltiples pistas, con voces que cortan y cortan otras voces, pero las pérdidas de todos ellos son exactamente el caudal novelado. Esas voces, en la medida que avanza en lector en las páginas de El cuaderno dorado (versión al castellano a cargo de José Luis Amores. Editorial Pálido Fuego, España, 2015, 510 páginas), se involucran con el miedo, la negación de la perdida y la rabia, se funden hasta la resignación acunada en el silencio. Justo así termina la novela, con la palabra silencio. La caída de Isaura es una tremenda ficción ecológica.
Los lectores pacientes descubrirán en las páginas finales de Dara que las voces en los primeros dos tercios de The Lost Scrapbook son refugiados, literales y figurativos, de Isaura, quienes perdieron hogares y amigos, monologan su vida en desplazamiento.
Las primeras 300 páginas de Dara ejercen tanto fuerza intelectual como emocional. Se lee a un autor muy inteligente, a un autor muy sensible. Pero técnicamente, el lector reconoce las herramientas poderosas de quien maneja a la perfección el diálogo, un símil de la contaminación del suelo y de los acuíferos, porque el diálogo en estado puro parece una roca indisoluble minada por el ruido de una catástrofe. Enumero algunos de los personajes que dan vida a la novela: un empleado de una estación de radio busca los puntos precisos en los que se pierde la señal (y se encuentra con un panteísta que podría ser Thoreau o el mismo Evan Dara), un cineasta intenta crear una galaxia de insectos filmando una y otra vez esos seres; un seguidor de Chomsky ve al famoso lingüista y se dedica a investigar la “pérdida de objetos” de la infancia de Piaget. Esos oradores se dispersan de Isaura gracias al trágico derrame de químicos, obra y gracia de Oz Chemicals. Pero antes de abordar la originalidad de este libro, hagamos una pausa. Seguiremos la semana entrante. The Lost Scrapbook (1995), de Evan Dara, es una novela que al igual que Infinit jest (1996), del memorable David Foster Wallace, fundamentan ese vínculo constante entre la tradición y la ruptura. Son novelas monstruo, novelas totales en las que se elige encapsular el tiempo y los conflictos de una comunidad en una geografía perfectamente definida. Esta primera novela de Dara, digamos que ingeniosamente desorganizada, es un cauce literario que acopia múltiples monólogos y conversaciones en primera persona. Los personajes son gente sola, hablan con el televisor, con las mascotas, son gente que balbucea mientras camina rumbo al sicólogo.
Dara muestra un rango extendido de personajes, incluye un DJ de radio pirata que rastrea su propia señal, un ecólogo ermitaño y esquizoide en una diatriba constante contra el cambio climático, un portavoz de la industria del tabaco que responde a las preguntas que un entrevistador imaginario le formula. Fusiona la vida de todos esos personajes en una sola catástrofe que se agranda en la medida que el lector consume páginas intentando comprender por qué tanta prisa, por qué tanta rabia, temor y ansia en la voz de esas personas. Llegando a ese núcleo, el lector comprende que todos están involucrados en un desastre químico y ellos, los habitantes de esa ciudad, anudan, tensan y resuelven la trama: son la trama.
The Lost Scrapbook es una novela poco convencional que anuda los testimonios con sutileza, posee gran talento para trabajar los diálogos, se nota que sigue lo heredado por William Gaddis: trabaja las acciones sin exponer narrativamente los hechos, es decir, el lector infiere y deduce todo. Esa es la mayor propuesta, crear todo para que el lector lo infiera emotivamente. Para crear la inferencia, Dara necesita una estructura novelística robusta, así explora las ansiosas variaciones de todo el ruido blanco que precede la catástrofe.
Este autor nos confronta con novedades estilísticas, por ejemplo, en lugar de personajes en conflicto, Dara ofrece narraciones que abordan de manera múltiple el tema de la pérdida. El relato funciona gracias al efecto de acumulación (como en casi todas las novelas monstruo) ejercitando con creces las variaciones emotivas del vacío existencial. Es decir: la novela muestra cómo hacer nuevo lo ya dicho. Trabaja en el cómo y el qué resulta francamente emotivo.
En el último tranco del libro, el lector descubre lo ocurrido en Isaura, una ciudad de Missouri, destruida por la contaminación química. Así que la historia de lsaura se cuenta de manera coral, con múltiples pistas, con voces que cortan y cortan otras voces, pero las pérdidas de todos ellos son exactamente el caudal novelado. Esas voces, en la medida que avanza en lector en las páginas de El cuaderno dorado (versión al castellano a cargo de José Luis Amores. Editorial Pálido Fuego, España, 2015, 510 páginas), se involucran con el miedo, la negación de la perdida y la rabia, se funden hasta la resignación acunada en el silencio. Justo así termina la novela, con la palabra silencio. La caída de Isaura es una tremenda ficción ecológica.
Los lectores pacientes descubrirán en las páginas finales de Dara que las voces en los primeros dos tercios de The Lost Scrapbook son refugiados, literales y figurativos, de Isaura, quienes perdieron hogares y amigos, monologan su vida en desplazamiento.
Las primeras 300 páginas de Dara ejercen tanto fuerza intelectual como emocional. Se lee a un autor muy inteligente, a un autor muy sensible. Pero técnicamente, el lector reconoce las herramientas poderosas de quien maneja a la perfección el diálogo, un símil de la contaminación del suelo y de los acuíferos, porque el diálogo en estado puro parece una roca indisoluble minada por el ruido de una catástrofe. Enumero algunos de los personajes que dan vida a la novela: un empleado de una estación de radio busca los puntos precisos en los que se pierde la señal (y se encuentra con un panteísta que podría ser Thoreau o el mismo Evan Dara), un cineasta intenta crear una galaxia de insectos filmando una y otra vez esos seres; un seguidor de Chomsky ve al famoso lingüista y se dedica a investigar la “pérdida de objetos” de la infancia de Piaget. Esos oradores se dispersan de Isaura gracias al trágico derrame de químicos, obra y gracia de Oz Chemicals. Pero antes de abordar la originalidad de este libro, hagamos una pausa. Seguiremos la semana entrante.