EL-SUR

Martes 16 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Algunas fuerzas ficticias

Federico Vite

Abril 07, 2020

 

(Segunda parte y última)

 

Paul Valéry con La soirée avec monsieur Teste (1896)* (Una velada con el señor Teste) enuncia algunos vicios, o repeticiones laureadas, del brazo musculoso de la literatura. Aunque tal vez, siendo benevolente, afirma que la literatura del siglo XX necesariamente debe adentrarse en un delirio, nacido del vértigo de la modernidad, que para bien o para mal, todo lo deforma.
Edmond Teste –eje central del libro de Valéry, el cual está dividido en nueve apartados que incluyen correspondencia, diálogos trabajados a la manera de Platón y una suerte de confesatorio poético filosófico– propone una suerte de antídoto contra ese delirio contemporáneo. Sugiere que el artista moderno apueste por la nulificación del yo, exige la invisibilidad del autor. Prefigura lo que Roland Barthes llamaría La muerte del autor (1980). Barthes define en ese documento a la escritura como un ejercicio de reescritura, porque “el relato nunca está a cargo de una persona sino de un mediador. La escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es un lugar neutro donde acaba por perderse toda identidad. Cuando comienza la escritura, la voz pierde su origen y el autor entra en su propia muerte (Barthes Dixit)”. El filósofo francés señala que al autor se le relaciona con la apropiación de las ideas, porque las ideas escritas en papel no son propias de cada persona, pertenecen a la cultura en general. Asevera que para permitir la existencia del lector, la voz del autor debe desaparecer.
La literatura contemporánea es un egocéntrico delirio sobre la modernidad y una carrera desbocada por vender, vender y vender; para contrarrestarla, Teste brinda una lección de humildad: “No estoy hecho para novelas u obras de teatro. Sus grandes escenas, furias, pasiones y momentos trágicos, lejos de agitarme, me tocan sólo como luces tenues, como situaciones rudimentarias en las que se permite todo tipo de tonterías […]. En este escenario el ser se simplifica incluso en la estupidez, se ahoga en lugar de nadar en las circunstancias del agua”.
Expone la necesidad de un vértigo que muestre a borbotones la deformación venidera: “Uno va embriagado por fantasmas que giran, por visiones volcadas al vacío, por luces arrancadas […] Sobreexcitado, machacado a maltratos, el cerebro por sí solo y sin saberlo engendra necesariamente toda una literatura moderna”. Esa idea de literatura no se consumó. A contrapelo de lo sugerido por Teste, se encumbró al autor, se ficcionalizó al escritor y este se convirtió en un empleado de cierto tipo de lectores que se regodean “en el estruendo de los descubrimientos publicados, pero junto a las invenciones menospreciadas que cada día cometen el comercio, el miedo, el hastío y la miseria”, palabra de monsieur Teste y agrega: “Un reino extraño donde todas las cosas hermosas que crecen allí son comida amarga para todas las almas menos una. Y cuanto más hermosos son, más amargos son sus gustos”.
Teste refiere lo que siempre le ha pasado al continente literario: vive en un estado de confusión aguda. ¿Por qué? Porque un libro no debería ser parte del currículum de un autor ni de la circunstancia de su escritura; un libro sería un principio de identidad del lector.
Encuentro en la industria del libro, repeticiones estructurales y temáticas laureadas, dispositivos literarios gastados, elementos que se traducen en ventas y lectores que enarbolan la literatura empírica, finalmente, porque tiene que ver con la novela de aprendizaje (bildungsroman), no hay problema en ello, el asunto es que hay cien en un año y cada año es casi lo mismo, son libros que intentan encontrar un nicho de mercado describiendo fracasos. Una verdadera paradoja: ser exitoso fracasando. A veces todo es muy risible.
¿Pero qué se necesita para escribir algo valioso? En palabras de monsieur Teste, la respuesta va mucho más allá de la perorata, él llama a todo eso la “obra interior”. Cito: “A medio camino entre ensayo y una verdadera narración. Un relato sin argumento, un híbrido genérico donde el ficción se confunde con la reseña o el comentario crítico”. Sin duda, usted está pensando en Pierre Menard, autor del Quijote, de Jorge Luis Borges. Obviamente, Borges era un lector ferviente de Valéry, un narrador que nos indicó, de la mano de Edmond Teste, que la ficción especulativa es la válvula de escape para sacar toda la presión de un continente literario que sobrevive de las imitaciones. La antinovela también puede ser un pivote para refrescar el panorama.
Pienso en los cuentos de Ficciones (1944) y en los nuevos rumbos que marcan títulos emblemáticos y van de la mano de Valéry: Finnegans Wake (1939), de James Joyce, y La vida, instrucciones de uso (1988), de Georges Perec. También sumaría a esta mínima lista Ejercicios de estilo (1947), de Raymond Queneau; Si una noche de invierno un viajero (1979), de Italo Calvino, y Pálido fuego (1961), de Vladimir Nabokov.
Valéry construyó La soirée avec monsieur Teste con un mínimo de fabulación. Tomó como basamento el testimonio que un narrador anónimo ofrece acerca de un pesimista y antisocial autor que consagra su vida a una obra interior.

* Consulté la edición de L’académie Française (París, 1946, 92 páginas); la traducción de algunos párrafos es mía.