EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Algunas fuerzas ficticias

Federico Vite

Marzo 31, 2020

 

(Primera de dos partes)

¿Qué se necesita para escribir algo valioso? Alguien muy optimista diría que buena técnica, un tema interesante y mucho arrojo. Para responder esta pregunta se requieren varios malabares mentales, porque las tres cualidades referidas no bastan para una empresa de tal envergadura. Sería suficiente con seguir al pie de la letra la obra de Balzac, de Flaubert o del divino Joyce, yacimientos literarios importantes, para imitar lo valioso, pero al releer a estos titanes se dará cuenta que la literatura es una experiencia de la incertidumbre. Un catedral adecuada para fomentar esa emoción, agregaría con firmeza. Entonces la moneda de cambio es la incertidumbre y diría que un buen libro sólo es reconocido por un buen lector. Sería prudente, también, recordar que los editores no siempre son buenos lectores y que los escritores esenciales apostaron por el realismo. Es decir, el campo está trillado.
También debemos responder unas interrogantes que fungen como prefacio de la pregunta inicial: ¿tiene sentido abandonar literatura empírica? ¿Cómo trazar las rutas que nos acerquen a otra orilla de lo literario? Tal vez las respuestas a estas preguntas están fundamentadas en la preocupación de un lector, y un lector, como todos sabemos, es un misterio.
Muchos de los libros recién salidos del horno editorial tienen más o menos la misma estructura e incluso los mismos temas y si me apuran bordan de manera similar la trama (aparte de repetitiva, muy floja) e incluso poseen el mismo punto de vista, como si los autores vieran exactamente lo mismo. De hecho, parece que son escritos por un solo autor; incluso dan la impresión de ser diseñados para un solo tipo de lector, un lector empírico. Pareciera pues que la industria editorial crea un prototipo de libro para un estereotipo de lector. ¿No hay nada nuevo entonces en el panorama literario? Lo más interesante en literatura circula en sellos independientes, con pocos reflectores, claro, con poca prensa y tímidos lectores. Lo curioso de este asunto es que por todos lados del continente literario se pregonan libros inusitados, bien escritos y terriblemente iconoclastas, cositas así que no hacen más que cosquillas. Algunos de esos autores presumen poquísimos lectores; otros tantos, como bien decía Jorge Luis Borges, anhelan ser leídos con previo fervor y misteriosa lealtad.
Tratando de responder la pregunta que impulsa este texto aparecen dos ideas más:
A) ¿Una literatura empírica necesariamente obliga al autor a que se construya un personaje (justamente el autor que ha vivido mucho y entiende del sufrimiento, el amor y la muerte, aparte, claro, de la pobreza, desempleo y escasas satisfacciones carnales y financieras) para que ese actante-narrador traduzca sus experiencias sobre el papel y con ello engrose el ancho mundo de la repetición laureada en el continente literario?
B) ¿Un texto empírico es mucho más fácil de publicar?
Ambas preguntas se responden con una breve enumeración de novedades literarias: Corazón helado, de Tami Hoag; El río baja sucio, de David Trueba; Salvar el fuego, de Guillermo Arriaga; Todos hemos perdido algo, de Liliana Blum; Brujas, de Brenda Lozano; Desierto sonoro, de Valeria Luiselli; Cuentos de maldad (y uno que otro maldito), de Alma Delia Murillo; La penúltima vez que fui hombre bala, de Etgar Keret.
No basta con escribir bien (sintaxis, ortografía y gramática) ni con inventar mundos cándidos o distópicos, tampoco basta con encapsular una época en unas cuantas páginas. Entonces es pertinente pensar en innovaciones para ya no repetir lo tantas veces dicho.
Algunos temas de cabecera en el continente literario nacional son las empresas del narcotráfico, el relato erótico, la narrativa policial, el realismo, los complots políticos y recientemente el feminismo; tópicos que empiezan a generar un canon (hablo de la estructura y el cuerpo narrativo que contiene esos temas en forma de novela o libro de cuentos), eso invita a pensar que se trata de libros hechos para un solo tipo de lector.
Los autores de la literatura empírica ponen, encima de su obra, el personaje construido para narrar ciertas historias (pienso en dos prototipos, Ernest Hemingway y Anaïs Nin) que le prodiguen fama, éxito y fortuna gracias a la publicidad, a las hercúleas labores de un gente literario, a las relaciones públicas y a todo un mundo de auxiliadores. Llegan entonces a un sitio, algo que no conozco, pero que es claro cuando pongo atención a las actitudes de muchos autores de mi generación, porque sus gestos y sus desplazamientos autorales describen muy bien este asunto de la literatura empírica como aureola.
En tiempos de empirismo, la respuesta a la pregunta inicial podría ser la metaficción (libros en los que se analizan los mecanismos de la escritura) o la ficción especulativa (una denominación general que engloba los géneros literarios con mayor grado de ficción fantástica e inusitados ejercicios de imaginación), pero es obvio que el lector de literatura empírica no valorará esas estéticas con justicia, a él le grada escuchar, por ejemplo, que alguien va cambiar la historia oficial, que alguien va hacer justicia y darle la voz a los pobres, a muchos lectores empíricos sólo los mueve la intención de la literatura, no la literatura en sí. Entonces, ¿qué se necesita para escribir algo valioso? Pienso que el dandy Paul Valéry tiene una solución para esto y se encuentra en La soirée avec monsieur Teste (Una velada con el señor Teste).