Federico Vite
Octubre 06, 2020
Las llamadas del morbo son inconmensurables. Respondiendo a ellas presencié por internet, el domingo pasado a las 11 de la mañana, la mesa de discusión Ripples of violence: personal and literary, del Brooklin Book Festival 2020. La programación era ideal para quien trata de empaparse del mercado literario estadunidense. Los autores, mientras más interesantes parezcan, mientras más atrevidos sean, tendrán mayor impacto en los lectores; por tanto, se habló muy poco de literatura.
Ripples of violence: personal and literary pretendía indagar en las virtudes del lenguaje para representar la turbulencia de tres zonas: África, Palestina y México. Los invitados pretendían analizar los impactos de la violencia tanto en lo personal como en lo literario, pero el resultado fue otra cosa, una conversación sobre la complejidad de representar lingüísticamente la brutalidad que transpiran esas tres regiones.
Me gustaría comenzar por el novelista, periodista, poeta y académico, ahora ciudadano francés, pero nacido en la República del Congo, Alain Mabankou. Es conocido por sus novelas y libros de no ficción que describen los problemas de África contemporánea y la diáspora africana en Francia. Mabankou señaló que La muerte del camarada presidente es una novela ambientada en el comunismo Congo-Brazzaville de la década de los 70 del siglo pasado.
En combate muere el camarada presidente, Marien Ngouabi, y una junta militar toma el control del país. Ejecuta a los responsables del golpe militar e impone una violenta represión y una interpretación cada vez más draconiana de la doctrina del partido. Se abre así un oscuro capítulo en la historia de África. Bajo esa premisa, Alain refirió que África tiene muchos lenguajes e idiomas vivos, pero centró la experiencia de la violencia a nivel lingüístico con una simpleza que lacera por obvia: “Yo escribo en francés, la lengua del colonizador. No tengo las traducciones adecuadas para que los africanos que padecen estas situaciones se reconozcan en los libros, para que estas historias estén cerca de sus ojos. Las traducciones están muy, pero muy distorsionadas. Es la real experiencia de violencia que sufre quien escribe en la lengua del conquistador”. Alain insistió en el asunto: La traducción de los hechos está muy distorsionada en francés, no puedes encontrar la manera de expresarlo en tu propia lengua.
En su turno, Adania Shibli, autora de Detalle menor, señaló que en su novela se narra la historia de un pelotón israelí, en 1949, en el desierto del Néguev. Los soldados patrullan durante la noche. Su misión es vigilar la zona sur de la nueva frontera para comprobar que no hay árabes entre las dunas, tras algún cañaveral o a los pies de las palmeras. Durante un rondín encuentran a una muchacha palestina. La chica sufre una violación multitudinaria; después la torturan y la asesinan. Así que Adania afirmó, sobre los niveles de violencia en el lenguaje, que en la novela tuvo experiencias básicas; por ejemplo, los violadores no pueden extinguir la relación violenta que dejan en el lenguaje. Así que en la práctica (escribir) queda esa marca en el idioma. Aunque a la hora de narrar haya una zona densa y neblinosa, algo que finalmente queda expuesto y reproduce esa experiencia de la violación. En el segundo apartado del libro, agregó, cuenta la historia desde el punto de vista del soldado y ahí se trabajó con otro tipo de violencia. Quedan signadas en esta historia, entonces, experiencias difíciles de asimilar, algo que a nivel de lenguaje se logra de una manera compleja, sin seguir una regla simple. La violencia es algo de lo que no puedes retirar la mirada, expuso, pero tal vez haya una manera de hacerlo; tal vez haya una manera de encontrar el balance.
Finalmente, Juan Pablo Villalobos eligió charlar acerca de su experiencia como migrante y de su interés por trabajar, en sus tres primeras novelas, con personajes, escenarios y problemas estrictamente mexicanos con la intención de parecer un escritor mexicano. Tenía los interlocutores adecuados y obvió la potencia de las historias ahí reunidas para llegar a lugares comunes de los autores latinos: contar su historia exitosa al salir del país. Abrumó, sobre todo, la correlación de los hechos que hizo, como si al enunciar vicios y errores graves de una sociedad lo convirtiera en un narrador genial. Su postura fue una reproducción a escala de la vieja figura del escritor del boom latinoamericano: hablar sobre todo, aunque en este caso el desconocimiento sobre la realidad del país es ejemplar. Su libro, No voy a pedirle a nadie que me crea, no me parece malo. Es una parodia de los usos y costumbres de la delincuencia organizada en el mundillo literario.
Un mexicano, homónimo del autor, viaja a Barcelona para hacer un doctorado “sobre los límites del humor en la literatura latinoamericana del siglo XX”. Juan Pablo (el personaje) fue reclutado en México para ser el enlace con una organización delictiva que preparara actividades ilegales. De manera que va a ser manejado por esa “empresa transnacional” incrustada en la sociedad catalana. La novela se aproxima mucho a los lugares comunes del humor negro (construir situaciones risibles gracias al infortunio del otro), pero gracias a los cambios de perspectivas y a la fusión de géneros (relato epistolar, sentimental, narcoliteratura y “novela académica”) el autor sugiere una renuncia a una vida estable como ciudadano ejemplar y enuncia el adiós a “esa pinche simulación de la literatura”. Con eso a cuestas, Villalobos refirió que habla diariamente en tres idiomas. Cuando visita México se expresa con soltura en español de España y la gente (familiares y amigos) no lo entiende. Me parece que intenta representar en sus libros lo que pasa en México, pero cayó en la romantización de la delincuencia organizada. Busca rasgar las vestiduras de un coto literario manido en aras de un nuevo registro literario. Intenta salvar los lugares comunes de la narcoliteratura, pero se ciñe a la parodia como el mejor modelo de representación. Es un autor que capitaliza en sus libros la violencia, la corrupción, la injusticia y el abuso de poder. No voy a pedirle a nadie que me crea es un artefacto sumamente rígido y, hasta cierto punto, artificial.
Lástima que Villalobos no señaló que todos los hechos violentos en este país forman parte de una sintaxis que ni la parodia ni el humor negro son capaces de representar. Lo que sí dijo, y dijo bien, es que lo importante no es el sujeto que enuncia la violencia sino cómo se cuentan esos hechos. En eso estamos de acuerdo.