EL-SUR

Martes 23 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Algunas zona oscuras e inquisidores

Federico Vite

Mayo 19, 2020

La naturaleza seguía propagándose en la oscuridad (Booket, México, 2019, 99 páginas), de la colombiana Andrea Mejía, es una colección de diez cuentos que funciona muy como un ejercicio de autoficción en la que un personaje llamado Andrea sufre mutaciones que la madurez instaura en cualquier adulto.
Cada unidad narrativa mantiene la tesis del iceberg; aunque algunos textos están más cerca del relato que del cuento. Es lo que algunos teóricos denominan cuento moderno, que en palabras de Lauro Zavala se caracteriza por la multiplicación, la neutralización o el carácter implícto de la epifanía, así como por una asincronía deliberada entre la secuencia de los hechos narrados (historia) y la presentación de estos hechos en el texto (discurso).
Ballenas me parece un cuento logrado. Pero antes de ir a él, refiero que en los primeros cuatro textos el lector conoce a Andrea de niña en situaciones enrarecidas y ominosas. Posteriormente, las historias tienen que ver con Andrea de adulta, quien se relaciona con hombres que la maltratan. En Cactus, por ejemplo, la narradora (Andrea) se acaba de separar de Juan (personaje referido también en el texto La quema) cuando la hija de ambos, Amalia, es una niña. En Un pájaro negro muy bello, Amalia es una adolescente y vive con la narradora. Al final del texto, Amalia decide irse a vivir con su padre porque la narradora no vuelve a casa por la noche. En Casi cero la narradora amanece en un motel con un hombre que recibe constantes mensajes de su esposa. La relación entre ellos es  distante. En un mensaje que la esposa envía al amante de la narradora, pregunta, “¿ya colgaste a tu novia?”. En la resolución de ese texto se hace mención a la soga que ambos han llevado a la habitación.
Ballenas describe el viaje que hace una pareja a la isla Gorgona. Daniel y la narradora tienen problemas; él la golpea, pero al llegar a la isla ella se convierte en la persona más feliz del mundo y espera que al ver a las ballenas todo, por arte de magia, adquiera una felicidad inusitada. La belleza y el fracaso amoroso van de la mano y en el cuento está muy bien equilibrado ese asunto.
El título del libro es una frase que la autora toma del cuento Zorros salvajes y sirve para darle unidad a estos cuerpos narrativos que exponen una certeza: la madurez no resuelve los constantes equívocos existenciales.
En otra orilla de lo oscuro se encuentra De las sombras (Lectorum / INBA, México, 2018, 186 páginas), de Alma Mancilla. Me parece una idea brillante la de esta novela: recrear la vida de un inquisidor. Al leer un párrafo del acta del jurado del premio José Rubén Romero que aparece en la contraportada uno se entusiasma: “…la obra recrea un narrador coral, polifónico, que inquiere al inquisidor en una suerte de propuesta metaliteraria y dramática, capaz de conformar una atmósfera oscura que hace eco a la vida del propio personaje”. Desgraciadamente la resolución narrativa no es ni metaliteraria ni teatral. Posee elementos del teatro y asedios a lo metaliterario. Es una idea muy interesante, pero el resultado es huero.
Debe aplaudirse la investigación de Mancilla y la recreación de un contexto ideal para la cacería de brujas, pero el libro adolece de lo estrictamente literario. A ratos parece una traducción al castellano hecha por un madrileño.
Agrada la crítica furibunda al gobierno autoritario y corrupto de la iglesia católica, pero queda a deber en cuanto a la exégesis bíblica de un inquisidor. La autora no tensa el arco que le permite redondear esa clave metaliteraria que tanto bien le haría a esta novela volcada pasionalmente en lo histórico.
De las sombras es una biografía del inquisidor Heinrich Kramer, de quien no hay muchas referencias vitales, pero la más importante es que escribió El Martillo de las Brujas (Malleus Maleficarum), manual que la Inquisición propuso para identificar brujas. Es decir: ese libro era el instrumento principal para los juicios y los castigos ejercidos en contra de los herejes.
La historia se sitúa en el Sacro Imperio Romano Germánico durante la Edad Media. Mancilla fabula con un tono engolado que busca sonar tétrico. Cito: “—¡Ya te perfilabas para inquisidor! Ya, Henricus, tu sombra, mira, sobre el polvo del camino, tiene cuernos, tiene cola. Se estira, se encoge, tu sombra, te va a devorar”. “Y abajo estabas tú, con la mente hinchada también, llena de voces no de ángeles sino de brujas, y la imagen de la pobrecita joven semidesnuda y loca arrojándote una mirada fulminante con su ojo torcido, su naricita fruncida y moquienta, reptando hasta ti, alcanzándote al fin”.
En general se sostiene el esfuerzo narrativo por recrear los ecos funestos de un sirviente de Dios muy parecido al diavolo. Un sirviente, dicho sea de paso, que odiaba a las mujeres y en el relato se muestra con insistencia esa obcecación, pero todo es visto a través de un tamiz melodramático, entre buenos y malos, no con las honduras que la sique de ese Inquisidor poseía.
La novela está contada por una voz que turna el micrófono, a veces a un coro, durante la agonía de Heinrich Kramer. El dispositivo primordial de la narración es el diálogo que mantienen esas voces en off proclives al monólogo. Un ejemplo del coro utilizado con frecuencia es el siguiente: “¿O fue el sencillo y a la vez poderoso hecho de que, como tú, aquél creía con irresoluta firmeza en el poder del Diablo, casi tanto o más de lo que creía en el poder de Dios?
–¡Sus pezuñas asomaban debajo del hábito, Henricus!
–¡Su cola bífida serpenteaba entre sus enclenques piernas de diablo!”.
Queda el regusto de haber presenciado un apasionante alegato en contra del autoritarismo, pero el tono inexacto de esas voces que se disgregan fácilmente rompe la intensidad de la proposición narrativa. Ilustro con estos ejemplos lo señalado: “[…] esos que vendrán a clamar un día que falsificaste las aprobaciones, que sobornaste al rector De Monte (¡a De monte!, esa momia que primero hubiera muerto que poner en peligro su alma!), que te inventaste las historias de las que hablabas, que no escribiste nada. Solo faltó, imagínate, que dijeran que tú eras de los malos: un hechicero a su vez”. “[…]Porque de perseguidor al perseguido en ocasiones no hay más que un paso. Acuérdate, Hericus. No sea, no vaya a ser”.
Sirvan estos dos títulos para conocer la producción reciente que no tienen tanta publicidad (pero sí mucho más talento) que Brujas, de Brenda Lozano, y Cuentos de maldad (y uno que otro maldito), de Alma Delia Murillo.