Arturo Martínez Núñez
Julio 22, 2005
La pobreza es una guerra que debe ser combatida en diferentes niveles y escenarios. Ante la contundencia de los datos publicados la semana anterior, el presidente de la República decidió realizar una gira por los municipios más atrasados del país entre ellos, Metlatónoc (Metlatongo según Fox).
El recorrido ultra rápido, parece responder más a una estrategia de imagen, que a una verdadera gira de trabajo. El presidente de la República y el enorme aparato que lo rodea, todo lo avasallan. Las crónicas periodísticas hablan de un elemento de seguridad por cada tres habitantes. El aislamiento del presidente municipal es escandaloso y duele tanto como la pobreza. Nos guste o no nos guste, nos caiga bien o mal, Saúl Rivera Mercenario es el presidente municipal de Metlatónoc y uno del únicos tres niveles de gobierno que señala la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Ningún miembro del Estado Mayor Presidencial está por encima de la autoridad municipal. El insulto es mayúsculo. Forma es fondo.
A las 9 de la mañana, el primer mandatario llega en el poderoso helicóptero Superpuma de la Fuerza Aérea Mexicana y rápidamente se traslada a la casa de la familia Vázquez Rojas. Rápidamente conversa con los reconvertidos simplemente en Rojas, por obra de algún perspicaz “asesor” y rápidamente vuela a San Juan Puerto Montaña donde rápidamente inaugura el albergue infantil patrocinado por la fundación Coca-Cola. ¿Por qué la prisa? ¿Acaso hay algo más apremiante que el combate a la pobreza extrema?
El presidente da órdenes, gira instrucciones, pide que se concluya tal o cual obra, se cura en salud. Fox descubre el hilo negro y nos informa que la pobreza viene de antes, que él no la inventó: “Reyes, quiero de esos pizarrones computarizados y en su idioma; Josefina, que le entreguen Oportunidades a tal y cual familia; Julio, el Hospital de Tlapa tiene que estar operando para septiembre…” Xóchitl Gálvez amenaza con subirse el huipil frente a Paco Gil para que le ayude con los recursos de la carretera a Tlapa.
La pobreza, particularmente la extrema, necesita ciertamente, de políticas de choque para detener de tajo el avance del hambre. Nadie puede regatear los esfuerzos en materia de salubridad, educación y vivienda digna. Sin embargo, seguimos sin ubicar el punto de partida para detener la miseria.
Supongamos que Xóchitl convence (con o sin los oficios de su huipil) a Paco Gil para que libere los recursos y la carretera Metlatónoc-Tlapa ha sido concluida y opera ya con eficiencia; soñemos que el Hospital del Niño y la Madre en Tlapa ha sido finalizado y opera a plena capacidad; demos por hecho que todas las escuelas de la zona cuenten con los “pizarrones computarizados” y sus respectivos maestros bilingües; asumamos que la cobertura de Oportunidades es ya universal. Aunque todos y cada uno de estos propósitos estuviesen concluidos, el panorama en el corto y mediano plazo para los habitantes de la región sería igualmente sombrío porque seguirían careciendo del elemento fundamental del desarrollo que no es otro que el ingreso producto del trabajo.
Desde que la política asistencial comenzó a institucionalizarse a través de Solidaridad, luego Progresa, hoy Oportunidades ha carecido de una política de creación y fomento al empleo. En el sexenio de Salinas, a través de Solidaridad, se consiguió avanzar notablemente en la construcción de caminos y carreteras y en la pavimentación de calles y construcción de obras fundamentales determinadas por cada comité en cada comunidad. La propaganda oficial nos mostraba alumnos felices porque ya podían llegar a la escuela sin sortear charcos ni lodazales; los viejos del pueblo lloraban emocionados porque “ya tenemos carretera”; los padres de familia invitaban a los novios esquineros a pasar a la sala, porque “ya tenemos luz”. En el sexenio de Zedillo, se decidió atinadamente que había que transformar el “círculo vicioso” de la pobreza en un “círculo virtuoso” y que los recursos asistenciales tendrían que estar condicionados a acciones en educación y salud por parte de los beneficiarios. El programa Oportunidades es una continuación –mejorada, ciertamente– de los anteriores esquemas.
Es necesaria una evaluación de la política social nacional. Es impostergable una nueva política que incluya al trabajo dentro del esquema asistencial. Sin los proyectos detonadores en cada una de las micro regiones, los recursos que atacan los síntomas y no las causas de la enfermedad siempre serán insuficientes.
Al transcurrir de los años, aquellas carreteras que provocaban lágrimas de alegría, hoy están más pozancudas que la joya de la corona: la Autopista del Sol; los muchachos que llegaron impolutos a sus escuelas, lograron finalmente graduarse y no encontraron empleos dignos y tuvieron que dedicarse a la economía informal –desestructurada le llaman los que saben– a la delincuencia o emigraron a Estados Unidos; los señores que orgullosos presumían de la electrificación, hoy miran resignados los melodramas de la televisión y del refrigerador sólo pueden sacar agua fría y dos veces por semana leche, eso sí, de Liconsa.
Bienvenidos los esfuerzos coordinados para abatir la pobreza, pero sin una política que privilegie la productividad por encima de la dádiva y la quimioterapia sobre la aspirina, únicamente estaremos engañándonos y acudiendo al espectáculo sexenal del alumbramiento de la pobreza.