Lorenzo Meyer
Noviembre 12, 2018
Al cúmulo de obstáculos internos que enfrentará el esfuerzo por dar forma a un nuevo régimen político mexicano, se deben añadir los provenientes del entorno externo, especialmente el “factor norteamericano”.
El cambio actual no fue precedido por una guerra civil, pero las dificultades que deberá superar no desmerecen frente a las que enfrentaron las otras grandes transformaciones históricas que sirven de referencia a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y a Morena: independencia, reforma y revolución mexicana.
Una comparación con la última coyuntura transformadora, la revolución, y sobre todo con su momento cumbre, el cardenismo, ilustra el punto.
Para quienes entonces cambiaron a México, las dos guerras mundiales del siglo XX fueron inesperadas ventanas de oportunidad: Estados Unidos y Europa se vieron forzados entonces a concentrar sus energías en sendas disputas y, en comparación, el teatro mexicano les resultó muy secundario. Fue esta relativa –y temporal– libertad de acción, lo que explica que el “factor norteamericano” no haya interferido de manera decisiva contra la promulgación de una Constitución nacionalista en 1917 ni contra las grandes expropiaciones de los 1930.
Las reformas cardenistas –sindical, agraria, petrolera– tuvieron lugar durante los prolegómenos de la otra guerra mundial. En 1935, cuando Cárdenas se impuso sobre el conservadurismo de Calles, los nazis repudiaron el Tratado de Versalles y Mussolini invadió Etiopía. En 1936, cuando la reforma agraria tomo un carácter masivo, se formalizó el Eje Berlín-Roma. En 1937, cuando Italia abandonó la Liga de Naciones y dio un nuevo golpe al sistema creado en Versalles, la guerra civil española mostró por donde podría derivar un movimiento armado de derecha en México. Por eso el embajador norteamericano, Josephus Daniels, consideró que estaba en el interés de Estados Unidos no desestabilizar el gobierno de Cárdenas en un momento en que los países del Eje quebraban el orden internacional. Cuando tuvo lugar la expropiación petrolera en 1938, Washington desoyó propuestas como la británica o la de sus propias empresas petroleras, de poner toda la presión posible sobre México: la alternativa a Cárdenas eran Saturnino Cedillo o Almazán y una derecha con simpatías por el fascismo.
La situación actual de México y de su nuevo gobierno, comparte con el cardenismo el propósito de disminuir el gran desequilibrio social. Uno, donde el 1% de los mexicanos reciben el 22% del total de ingresos disponibles, (Gerardo Esquivel, Desigualdad extrema en México, México: Oxfam, 2015, p. 15). Sin embargo, para lograrlo, no hay un equivalente al entorno internacional que permitió la reforma agraria o la expropiación petrolera de hace 80 años, sino apenas el gasto social de un fisco que sólo capta el 17.2% del PIB (el promedio en los países de la OCDE es de 34.3%) y que debe hacer frente a una deuda externa que, en los 1930, México simplemente pudo ignorar.
Mientras Cárdenas y su Plan Sexenal tuvieron como contraparte en Estados Unidos a Franklin D. Roosevelt y a su New Deal, donde había puntos en común, como un gobierno interventor dispuesto a poner el gasto y la acción de sus instituciones del lado de los intereses de la mayoría. Hoy la situación es la opuesta.
Hasta 2020 y posiblemente hasta el fin del sexenio, México va a enfrentar a unos Estados Unidos encabezados por un presidente abiertamente de derecha y que define el arte de la política en términos muy rudimentarios e impredecibles. El lema de Donald Trump “America first” es sinónimo del “White nationalism” (nacionalismo blanco) que Paul Krugman, premio nobel, define como “odio y miedo a personas de piel obscura, con una dosis de anti intelectualismo y antisemitismo” (The New York Times, 08/11/18).
Cardenas pudo llevar a cabo su política interna en el marco de la “Buena vecindad”. En contraste, Trump, desde el inicio, eligió presentar a México como un mal vecino, incapaz de resolver sus propios problemas y que por eso se los traslada a Estados Unidos vía la migración indocumentada. Finalmente, Trump no puso fin al acuerdo de libre comercio con México –hubo fuertes intereses internos que se opusieron– pero lo endureció y le cambió el nombre para eliminar el concepto de una América del Norte económica que incluyera a México, por eso hoy ya no hay NAFTA sino USMCA. Sin embargo, el rechazo más duro a México vino con la demanda del trumpismo de que nuestro país pagara la construcción de un gran muro que lo separara físicamente de la Norteamérica blanca.
La migración centroamericana que pasa por México ha sido definida por Trump como una invasión que debe pararse por la fuerza. La propuesta de AMLO de enfrentar el problema mediante un plan de desarrollo que ataque las causas materiales del éxodo no ha tenido respuesta de Trump y es difícil suponer que, de tenerla, sea positiva.
En fin, si la transformación juarista encontró simpatías en Lincoln y la de la revolución mexicana se vio favorecida por el rechazo de Woodrow Wilson al golpe militar de Victoriano Huerta y por la “Buena vecindad” de Roosevelt, la “cuarta transformación” difícilmente tendrá algo equivalente con la “America first” de Donald Trump.