Lorenzo Meyer
Mayo 17, 2018
La política a seguir frente a Estados Unidos en la era de Trump va a ser un desafío mayúsculo para el próximo gobierno. En el caso de AMLO, sus modelos históricos pueden aportar claves para especular.
Un corresponsal preguntó: “Y si Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es presidente de México ¿cuál será su política frente a los Estados Unidos de Donald Trump?”.
La interrogante es pertinente pero imposible de contestar con exactitud, incluso por AMLO, por la complejidad del tejido de la relación entre los dos países, la asimetría de poder y la brutalidad y poca predictibilidad de las políticas de Trump hacia México y el resto del mundo.
Las características fundamentales de la conexión de México con Estados Unidos son, entre otras: una historia borrascosa donde la ganancia de uno ha sido la pérdida del otro, una asimetría de poder pronunciada y una permanente dependencia económica del país del sur con respecto al del norte. Actualmente, el 80% de las exportaciones mexicanas se destinan al mercado norteamericano, pero sólo el 48% de las importaciones provienen de ese país, lo que ha llevado a algo relativamente novedoso y conflictivo: a un déficit comercial del país vecino con el nuestro de más de 40 mil millones de dólares anuales. Ese déficit irrita sobre manera a Trump, que lo atribuye al “terrible” Tratado de Libre Comercio, (TLC) y por eso quiere acabarlo (La Jornada, 12/05/18). Tanto o quizá más que el TLC, al trumpismo le enfurecen los 5.6 millones de mexicanos indocumentados en su país (Pew Research Center, 27/04/17). De ahí su exigencia de recursos para construir un gran muro que divida físicamente el sur del norte de la América del Norte y que, al final ¡México lo pague, quiéralo o no! Aunque abiertamente no se dice, es obvio que el presidente norteamericano y sus seguidores tienen poca simpatía por los 34.5 millones de mexicanos o de ascendencia mexicana que actualmente residen legalmente entre ellos, por eso su empeño en acabar con el programa DACA de protección temporal de los jóvenes que entraron a Estados Unidos sin documentos cuando eran menores de edad, pues el 78% son mexicanos (Forbes, 4/09/17).
Desde el Porfiriato, el gran marco político en que se desarrollaron las relaciones entre los gobiernos de México y Washington descansó en un supuesto: que el interés nacional norteamericano estaba bien servido con un México estable y predecible. Si bien sus gobiernos podían no ser completamente del agrado de la Casa Blanca, no debían ser antagonizados e incluso podían ser apoyados en tiempos difíciles para sostener lo esencial: la estabilidad en la frontera.
Trump ha modificado mucho esa concepción del interés norteamericano en México. Su prioridad es la reelección y para ello se presenta como un defensor intransigente del “America first” frente a los supuestos abusos mexicanos. A la base electoral de Trump le entusiasma que su presidente ataque a México, insista en el muro y culpe al débil vecino del sur por el déficit comercial, la migración indocumentada (incluida la centroamericana), la pérdida de empleos, el consumo de drogas, la criminalidad –para Trump, los mexicanos indocumentados son básicamente narcos y violadores–, etc.
Hoy, cualquier política importante de México frente a Washington es defensiva. En estas condiciones, ¿cómo llevaría AMLO su política exterior? Obviamente, deberá hacerlo con mucha prudencia, aunque su naturaleza general está resumida en una propuesta ya expresada: la base de una buena política exterior mexicana no puede ser otra que una buena política interna, es decir, una que ponga la casa mexicana en orden para no dar pie al poderoso y arrogante vecino a aprovecharse de la debilidad que genera el deplorable estado en que hoy se encuentra nuestro marco institucional, dañado por la violencia y la corrupción.
Otro indicador de la posición de AMLO frente a Washington se puede encontrar en algunos de sus libros. En Oye, Trump, (México: Planeta, 2017), AMLO reunió sus argumentos en defensa de los migrantes mexicanos e interpreta los ataques de Trump contra ellos y contra México más como parte de la política electoral y menos como un problema estructural. Entre los trabajos con enfoque histórico del tabasqueño, hay uno poco comentado pero revelador: Catarino Erasmo Garza Rodríguez, ¿Revolucionario o bandido? (México: Planeta, 2016). En este pequeño libro se puede apreciar la visión no coyuntural sino histórica de la naturaleza conflictiva de la relación México-Estados Unidos.
No hay duda que como autor, AMLO se identifica con el espíritu de su biografiado, Catarino Garza, un personaje de clase media quien a finales del siglo XIX organizó y se lanzó a una rebelión fallida contra la dictadura porfirista y murió luchando en Panamá por la causa de los insurgentes y liberales de esa región. Garza nació en la zona de la frontera México-Estados Unidos en 1859 y pasó gran parte de su vida trabajando en los dos países, pero actuando políticamente en ambos sólo en función de los intereses de México o Latinoamérica.
Si un autor se identifica con los valores de su personaje, entonces AMLO pareciera haber encontrado un modelo no sólo en Juárez, Madero o Cárdenas, también en el relativamente olvidado Catarino Garza. En su libro, AMLO acentúa el esfuerzo e incluso entusiasmo de Garza por enfrentar al régimen de Díaz en nombre de la democracia y en su disposición personal, como mexicano, a no tolerar ningún insulto de norteamericanos. Ese es un indicador de los valores que pudieran guiar a AMLO.
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