Tryno Maldonado
Marzo 19, 2019
A la memoria de Samir Flores.
Este domingo 17 de marzo Andrés Manuel López Obrador, desde el Palacio Nacional, decretó “abolido” el neoliberalismo. Lo tildó, como suele hacerlo con quien considere su enemigo para apuntalar su narrativa del poder, de “pillaje” y “entreguismo”. Hasta aquí sólo palabras. Veamos.
Sobre el empleo de la palabra, las élites son siempre ambiguas. Frantz Fanon es certero al lapidarlas: las élites son violentas en las palabras y reformistas en las actitudes.
López Obrador dijo que durante el que considera el periodo neoliberal –supondremos que desde Miguel de la Madrid hasta el presente– los gobiernos optaron por imposiciones del extranjero en cuanto a políticas económicas. Sin embargo, él y su gobierno han estado abiertamente a favor del libre comercio, se ha rodeado de un consejo de empresarios multimillonarios que concentra las mayores riquezas del país y él mismo valida, por ejemplo, la autonomía del banco central. La disciplina en el manejo de las finanzas públicas y una supuesta austeridad republicana, que no es otra cosa que el adelgazamiento del Estado característico de los gobiernos neoliberales priistas y panistas, son síntomas también de un rígido modelo neoliberal. ¿Entonces?
López Obrador podrá gritar mucho, pero la realidad es que es un fiel capataz del neoliberalismo económico.
Para los pueblos, en cambio, la palabra es digna y se honra. Dice Silvia Rivera Cusicanqui que, en la condición colonial, hay una función muy peculiar para las palabras: ellas no designan, no revelan sino que encubren, velan. A diferencia de las culturas visuales, las culturas europeas de las palabras impuestas a las naciones indígenas –al costo del exterminio de sus lenguas– pueden fácilmente desentenderse de las acciones que reclaman y dan vida a esas mismas palabras. Se puede hablar mucho condenando al capitalismo, al conservadurismo, al neoliberalismo; se puede hablar pestes de ello, mientras esos conceptos subyacen y perviven en las acciones cotidianas y las políticas públicas impulsadas por quienes las enuncian. Es el caso de López Obrador.
Mucho ruido, pocas nueces. La palabra de las élites en una condición de colonialismo interno suele ser embaucadora. Sirve para gritar sin actuar. En tanto que, por otro lado, normalizan y mantienen sus prerrogativas intactas. De paso, desautorizan las palabras de los otros, de las otras, los estigmatizan y los condenan al escarnio público. Esas palabras tienen consecuencias. Nuestro compañero Samir Flores –delegado del Congreso Nacional Indígena y firme opositor al Proyecto Integral Morelos (PIM) que López Obrador impulsa– fue asesinado unos días después de que esas palabras estigmatizadoras cayeran sobre él desde la tribuna más alta del poder institucional. La simulación de consulta sobre el PIM fue hecha sobre la sangre de Samir Flores. López Obrador es un embaucador.
En su mensaje del día 17 de marzo, López Obrador dijo que construirá una propuesta postneoliberal como un modelo de desarrollo económico y ordenamiento político.
“El posmodernismo culturalista que las élites impostan y que el Estado reproduce (…) nos es ajeno como táctica. No hay post ni pre en una visión de la historia que no es lineal (como la indígena)”, dice Silvia Rivera Cusicanqui. Para el mundo indígena –a diferencia del mundo colonial donde el tiempo es irrecuperable y se suele enterrar retóricamente a movimientos y luchas enteras “en el pasado”–, el presente es un escenario de lucha constante: “La repetición o superación del pasado está en juego en cada coyuntura, y depende de nuestros actos más que de nuestras palabras”, dice Rivera Cusicanqui.
Por eso, tanto el Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra y el Agua de Morelos –al que pertenecía Samir Flores– y el Congreso Nacional Indígena, han convocado a una asamblea nacional y a una gran jornada de movilización para los próximos días 9 y 10 de abril en Amilcingo y Chinameca, en el marco de los 100 años del asesinato de Emiliano Zapata: “A nuestro hermano Samir Flores Soberanes lo mató el régimen neoliberal; no sabemos si el gobierno, si los empresarios, si sus cárteles delincuenciales o si los tres juntos”, dijeron en el comunicado de la tercera asamblea del CNI de los pasados 2 y 3 de marzo.
Para los pueblos indígenas en resistencia no hay “abolición” alguna del neoliberalismo por decreto presidencial que valga mientras sean ellos quienes, de todas formas, sigan poniendo los muertos, mientras sigan despojándolos ilegalmente de sus tierras, como hasta el día de hoy pretende el gobierno de la “Cuarta Transformación”.
En estos modelos de desarrollo postneoliberales, lo hemos visto, la palabra digna de los pueblos indígenas no cuenta. Es de segunda o tercera categoría. Son arrasados sin tomar en cuenta la autodeterminación sobre sus tierras, territorios y modos de organización. No hay políticas neoliberales o postneoliberales sin que se dé continuidad al genocidio cultural y material de los pueblos originarios. Reto a cualquiera a ofrecer un ejemplo de lo contrario. El gobierno de López Obrador es continuista de este exterminio neoliberal.
Con la decretada “abolición” del neoliberalismo de López Obrador serán reforzadas las lí-neas de desarrollo priistas y panistas de despojo, explotación y muerte como las Zonas Económicas Especiales, el Tratado de Libre Comercio, las contrarreformas de Carlos Salinas al artículo 27 constitucional para la privatización de tierras comunales indígenas, así como las concesiones mineras y múltiples megaproyectos extractivos y de expoliación –como el Proyecto Integral Morelos, el gasoducto y la termoeléctrica de Huexca, el Corredor Transístmico y el Tren Maya–, además del enmascaramiento y la continuidad de la reforma educativa de Enrique Peña Nieto que costó sangre y vidas en Nochixtlán, Oaxaca, el sexenio pasado.