Adán Ramírez Serret
Abril 25, 2025
Durante esta primera parte del siglo XXI, uno de los fenómenos artísticos más notables han sido las series de televisión, que pasaron de ser un entretenimiento sin muchas búsquedas artísticas, como fueron la mayor parte durante el siglo XX –dejando al cine este papel– a convertirse en el medio en donde están los grandes libretos, las grandes producciones y los grandes actores y actrices. Entre estas maravillosas ofertas vi Un caballero en Moscú, creada por Ben Vanstone y protagonizada por Ewan McGregor y Mary Elizabeth Winstead. Los escenarios, las atmósferas y el manejo de la trama son fascinantes. McGregor interpreta al personaje de manera entrañable y el resultado es una obra que deja una sensación plena de vida y resistencia.
Días después me enteré de que la miniserie está basada en la novela homónima de Amor Towles (Boston, 1964), así que, debido a la bellísima adaptación, me puse a leer la novela. La obra comienza –al igual que la serie– con el juicio al conde Aleksandr Ilich Rostov. Son los primeros años de la Revolución Rusa por lo que este hombre es sometido a este examen debido a sus títulos de nobleza. Hace muy poco fueron vividos años del terror en los cuales los miembros más importes de la nobleza rusa, los emperadores, fueron sometidos a juicio y ejecutados. Así que el asunto del conde Rostov es de extrema seriedad. Hay algunos rasgos particulares en él, y es que el conde ya había conseguido huir, pero, por razones que se desconocen hasta ese momento, decide volver a Rusia y se hospeda, desde hace tres años a la fecha del juicio, en el lujoso hotel Metropol, de Moscú. Se define su vida, pero Rostov mantiene su integridad, incluso un escabroso sentido del humor que raya en el estoicismo. Le preguntan las razones de que haya vuelto a Rusia, si acaso sabía lo que le pasaría dada su condición, a lo que responde que extrañaba el clima; el público ríe y el jurado es cada vez más severo. Le preguntan cuál es su profesión y responde: “No es propio de caballeros tener profesión”. El jurado aprieta, sin nada de humor y le pregunta a qué dedica su tiempo: “A cenar, conversar, leer, reflexionar. Los líos habituales”. Esta respuesta es más que una broma, más que mera frivolidad, es la expresión que define el fin de una época, no una que está a punto de terminar, sino que lo hizo y de una forma radical en la Rusia de inicios del siglo XX.
Hay un poema, sí, se hace alusión a un poema presunta-mente escrito por Rostov durante los primeros años del siglo XX, cuando se reprimió una rebelión de los posteriores revolucionarios y Rostov se declaró a favor de ellos. Es por esto que hasta ahora se le ha perdonado la vida del conde, y aún así lo dudan, pero, luego de un consenso, deciden que se le perdonará la vida, pero, con una condición estricta e inapelable: que deberá permanecer el resto de su vida en el Hotel Metropol, que si pone un pie fuera, será ejecutado al instante.
Así comienza esta novela de Amor Towles que es un homenaje, un canto al honor y a saber vivir, ser feliz en las condiciones más complicadas. El conde pasa de su hermosa suite a un cuarto diminuto de servicio en donde comienza a vivir, a revivir su vida. Todo esto se aprecia con mucha belleza en la serie, pero en la novela es posible desplegar aún más la hermosura del personaje. Uno que sobrevive a partir de sus hábitos, su amor por la comida y su sofisticación en todos sentidos, que, en la novela, por el propio perfil de cada género, la diferencia entre la pantalla y las páginas, es que la experiencia en el libro a partir de la literatura es simplemente fascinante. Pues el conde dialoga con Montaigne, Dumas, Cervantes y muchas otras obras literarias para sobrevivir, para seguir siendo humano según él lo entiende: libre en cautiverio, comiendo sofisticadamente en plena escasez y amando pro-fundamente cuando todos son vigilados.
Amor Towles, Un caballero en Moscú, Ciudad de México, Salamandra, 2023. 509 páginas.