Federico Vite
Marzo 29, 2016
Amores de segunda mano (221páginas), de Enrique Serna, es uno de los libros de cuento más apapachados de la literatura mexicana. La editorial Cal y Arena dio a conocer este volumen en 1991. Se imprimió una portada discreta para la primera edición, una imagen de alcoba en la que una pareja se solaza en las mieles cubistas del amor. Este documento llamó la atención del ceñudo continente literario mexicano. Serna, experto en ampliar con su humor negro los límites de la mexicanidad, se consolida como el niño con su cuchillito de palo, quien molesta el gesto aseñorado de la literatura nacional. Amores de segunda mano fue muy bien recibido por los lectores, pero sobre todo, por los críticos literarios. Christopher Domínguez Michael destaca, entre otras cosas, algunas de las apuestas literarias de Serna en Amores de segunda mano. “(Tiene) ambición por revisar el realismo de consecuencias inéditas” y construir lo que el crítico define como una proposición hiperrealista (reproducir la realidad con más fidelidad y objetividad que la fotografía).
El libro se ha mantenido en la industria editorial del país, es uno de los textos más estudiados por ese organismo extraño que denominaremos, para ejercitar el respeto, academia mexicana. Este año, la editorial Planeta reimprime, para celebrar el cumpleaños 25 del libro, este compendio de 11 ficciones breves; de hecho, es tanto el amor a la primera edición que el texto mantiene las erratas de esa versión. Esto nos hace pensar, como si habitáramos eternamente un capítulo de Los Simpson, que incluso en las editoriales grandes la lectura es un mito. Después de siete reimpresiones, ¿por qué no se echaría una revisada final al libro? Denomi-naremos a estos gazapos, el espíritu de nuestro tiempo.
Los cuentos que más han gustado en la academia mexicana, son los que la espejean, la muestran como un organismo similar a las cofradías adolescentes, pero mucho más animado porque hay libros. Hablamos de Borges y el ultraísmo y de Hombre con minotauro en el pecho. El primero muestra un asunto profundamente risible; las prácticas egocéntricas de los escritores consagrados, no sólo del boom latinoamericano, sino incluso de las glorias locales (porque el rencor social, insisto, es la herramienta más afilada de Serna para diseccionar el pensamiento latinoamericano y de soslayo darle un par de bofetadas a los poetas de pueblo, a los temibles conocedores de la frivolidad).
Florencio Durán, el escritor del Parnaso latinoamericano, y Silvio, un investigador de literatura y, por añadidura, profesor de una universidad situada en Estados Unidos, dan forma y fondo al sondeo de Serna. Entre uno y otro hay una mujer que da bandazos de infidelidad y, en cierta manera, conserva la brújula extraviada, como una Lolita, pero inocentemente avejentada. Ella sirve de contrapeso entre los personajes que oscilan en las periferias intelectuales y en el centro; entre lo terrible y lo sublime de formar parte de un parnaso, aunque sea literario, aunque sea latinoamericano.
El arranque del texto plantea las características de un combate que se dirime entre egos. El más grande gana, por supuesto. “Lo dijo con la deferente gentileza de un patriarca interesado en la juventud estudiosa, pero haciéndome sentir el rigor de su augusta, indiscutible autoridad literaria. Y lo dijo en voz alta, para que oyeran el consejo todos los profesores del departamento:
—¿Por qué no cambia de tema? Borges renegaba del ultraísmo y él sabía un poco del asunto, ¿no cree? A nadie la importa esa parte de su obra, fue un capricho de adolescente”, refiere Serna. Y el cuento crece en las raíces del pensamiento latinoamericano: la revancha, el rencor social, la revancha histórica, claro.
Otro caso es el texto Hombre con minotauro en el pecho. El protagonista cuenta en primera persona los padecimientos inhumanos de un grupo de humanistas que sacan el máximo provecho económico a un niño que fue tatuado por Picasso. Así que el infante crece, sigue siendo abusado por los agiotistas del objeto artístico; aparte, claro, de que una distorsionada crítica de arte ve en él un entorno posvanguardista europeo. Y eso conduce a derivas profundamente atractivas. Disertaciones que nos llevan a la innovación y la originalidad de la ‘pieza’: el cuerpo del protagonista.
El hombre-minotauro es vendido al mejor postor (coleccionistas, museos privados y públicos) e incluso es secuestrado por unos snobs destructores del arte. La deshumanización del protagonista se consuma cuando él mismo se convierte en su promotor. Trata de explotarse, de sacarse provecho, se prostituye con “una clientela de millonarias excéntricas que pagaban sumas exorbitantes por irse a la cama con una obra maestra del arte contemporáneo”.
Posteriormente, el protagonista busca la sanación al daño que le han hecho, que se ha hecho. Se propone tener una vida normal y convertirse en un estudiante universitario, pero eso no le basta. Requiere alimento para su irrefrenable deseo exhibicionista. La narración linda con el absurdo, agranda la broma, sostiene la carcajada, pero el recurso para cerrar el texto es similar a los utilizados por el autor en varias de las piezas de este libro. En cierta forma, repite sus mejores herramientas. Las pule. Y lucen.
Este cuento rompe la cajita del realismo, configura algo que se le agradece mucho a Serna: lo grotesco, visto como una exageración, modificado por el entorno festivo de una tradición popular que se erige como mainstream, esa corriente dominante que permea los ámbitos más importantes en la vida de un tipo cualquiera, tatuado por Picasso. Amores de segunda mano nos recuerda que todo es motivo de cotorreo, todo es motivo de sorna pura. Y Serna lo sabe. Que tengan buen martes.