EL-SUR

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Guerrero, México

Opinión

Anda, sé más moderno

Federico Vite

Septiembre 26, 2017

 

Salman Rushdie dice que lo único que puede romperle el corazón a un novelista es el realismo. ¿Por qué? Bueno, porque el autor deja de soñar y se ata a los pilares del mundo. Quizá por esa premisa Boris Vian se propuso reinventarse al escribir la colección de cuentos originalmente publicada en 1970, El lobo-hombre (Traducción J. B. Alique. Tusquets, España, 1987, 194 páginas).
Son cuentos risueños, aunque turbulentos y sádicos, que poseen una veta humorista que los aleja del tremebundo realismo y los inserta en un ámbito que nos describe el vértigo de la montaña rusa, eso que implica la experimentación del furor y el desconsuelo. Fueron escritos desde 1945 hasta 1952. Boris Vian mantiene un esfuerzo sostenido para ampliar las emociones de sus personajes en situaciones absurdas, para agrandar las paradojas del alma humana y para reírse de los avatares de seres cándidos que pierden dolorosamente la inocencia.
El libro reúne 13 cuentos, pero los textos que destacan son El lobo-hombre (1947), El amor es ciego (1949), Los perros, el deseo y la muerte (1947), El pensador (1949) y El peligro de los clásicos (1950).
El lobo-hombre narra la transformación de Denis, un lobo vegetariano que se convierte en humano y se dirige a París. Pierde la virginidad en un hotelucho de Montmartre. Lucha contra los proxenetas de una señorita que lo sedujo, así que huye de la Ciudad Luz en bicicleta mientras regresa a su condición de lobo. Es narrado por una jocosa voz en tercera persona, al igual que El amor es ciego (1949), texto en el que una neblina afrodisiaca propicia algunas travesuras sexuales en los pobladores, no importa quién sea el otro, ni su cuerpo, sólo importan las emociones. Ya que se disipa la neblina, los habitantes recurren a una extravagante y cruel solución para darle continuidad al amor.
En Los perros, el deseo y la muerte (1947), el narrador es un condenado a muerte. Se trata de un taxista que confiesa la pasión de una bailarina del Bronx que se excitaba, como ninguna mujer, cuando atropellaba perros. Era incontenible esa fuerza, debía ejercitar el atropellamiento constantemente. Lo normal (como la voz seductora que narra esta historia dice): “Era buscar una presa más grande. No podía negarme a esa mujer que usaba un color especial en sus labios, un tono que hacía pensar en su boca como el hoyo de una comadreja”.
El pensador (1949), también narrado en una burlona tercera persona, cuenta el repentino ataque de sabiduría de un chavo que migra de su pueblo hacia París, donde se consagra como un sabio ejemplar cuando explica la forma en la que morirá. El peligro de los clásicos (1950) también es narrado en primera persona por la voz en sordina de un científico coqueto, alguien que lee poesía erótica para buscar diversas formas de seducir a su compañera. Es un texto que apuesta por la ficción científica y deriva en una historia de amor. Estas unidades narrativas superan el estándar impuesto por el mismo autor. Abren válvulas de escape al realismo. Por más extravagantes que sean las indagaciones estéticas de Boris Vian, sus textos se someten a la ley de acción y de reacción; poseen su propia lógica, muestran una picardía deliciosa que sin duda otorga un sello personalísimo, aunque a veces ese picante es excesivo.
La fauna pintoresca de estas páginas pertenece a la categoría de los extravagantes. Son los raritos, los miembros de una aristocracia sentimental. Pareciera que Boris intentó ser todo lo moderno posible y eso le otorgó una cualidad, pues este libro fue signado por un hombre que en ciertas escenas absurdas desnuda la enorme sensibilidad humana de un lapso doloroso de la historia. Vian es una especie de Scott Fitzgerald, pero todo lo que toca se transforma en una extravagancia. Apostó por una estética definida en la que prevalece el absurdo y el humor, de esa forma evitó que la realidad le rompiera el corazón. Recordemos que a Boris le tocó padecer el mundo de la postguerra, pero su molde, lejano al existencialismo, fue una apuesta distinta a la angustia, así que indagó en la lógica onírica, en la sátira y en el absurdo. Se propuso ser moderno, hablar de muchos tópicos: fiestas, ladrones egregios, hombres lobo, músicos de jazz frustrados, taxistas, frenéticos sexuales y científicos coquetos. Habló de la misma forma en la que otros autores lo han hecho, pero dio un giro muy interesante, sometió esos temas a la presión de lo absurdo y de la sátira. Es decir, metió la realidad a la camisa de fuerza de la patafísica, esa ciencia de las soluciones imaginarias.
Aparte de escribir artículos musicales, novelas, poemas y cuentos, Boris también trabajaba como actor de cine y como músico. Vendió los derechos de su novela Escupiré sobre vuestra tumba para una adaptación cinematográfica, inicialmente estuvo encargado del guión, pero tuvo algunas desavenencias con la productora, el director y el guionista, así que Vian quedó fuera del proyecto. Se disfrazó para ir al preestreno del filme basado en su novela. Debido a su precario estado de salud, murió antes de la proyección oficial de la película. Falleció de un paro cardiaco el 23 de junio de 1959, tres días antes del estreno oficial del largometraje dirigido por Michel Gast. Boris tenía 39 años.
En mis diversas reflexiones vespertinas, cuando pienso en Acapulco imagino que Boris Vian me dice, señalándome el banco del piano: “Siéntame, primito. Veamos si eres tan moderno como se debe”. Tocamos un vals durante horas. Que tengan un musical martes.