EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Aprecio de este modo la lectura de cuentos

Federico Vite

Enero 08, 2019

(Segunda y última parte)

 

Decía que los nueve cuentos (Emperor of the air, The year of getting know us, Lies, Where we are now, We are nighttime travelers, Pitch memory, American beauty, the carnival dog, The buyer of diamonds y Star food) que integran Emperador del aire (Emperor of the air. Mariner Book, Estados Unidos, 1988, 179 páginas), de Ethan Canin, poseen la misma estructura.
El autor edifica sus textos de la siguiente manera: usa las primeras páginas (no el primero de los párrafos, ni la primera línea) para mostrar el nudo de la trama, posterior a ese primer paso hace una elipsis que le permite ingresar a plenitud a un recuerdo (eje narrativo que yergue el relato) o a una información privilegiada que ayudará a comprender el comportamiento de los personajes (afluentes del mismo cuerpo narrativo que es el cuento) y repite en varias ocasiones ese recurso para bordear el núcleo del texto; hace cambios temporales del presente al pasado para crear suspenso y tensar al máximo la trama. El esquema sería así: nudo, tensión, elipsis, tensión, eje narrativo, tensión, elipsis, tensión, analepsis, tensión, nudo, tensión y resolución del conflicto.
Durante la lectura de este libro me preguntaba cosas simples que me servían para replantearme la valía de textos sagrados (Fever, de Raymond Carver; The swimmer, John Cheever, y A Perfect day for bananafish, de J. Salinger). Insisto, cosas simples que me revelaron la hondura de una tradición casi artesanal de hacer cuento. Se trabaja el tema hasta consumar la estructura; se amasa la sustancia hasta darle cuerpo al relato. Las aristas (puntos nodales) son la elipsis y la analepsis.
Con esos elementos, Canin muestra la incapacidad para relacionarnos entre familia; ya sea con el padre (Emperor of the air, The year of getting know us, Lies, American beauty, ‘The carnival dog, the buyer of diamonds y Star food), con la madre (Pitch memory) o con los hermanos (American beauty); en especial, retrata la difícil empresa de comunicarse amablemente entre pareja: Where we are now y We are nighttime travelers.
Básicamente Canin puentea (disculpen el argot de electricista) sus herramientas principales; es decir, propicia un ritmo y dota de equilibrio el cuerpo narrativo con las elipsis y los senderos propiciados por las analepsis y las prolepsis (que para efectos simples llamé eje narrativo). Esos elementos ajustan la trama (aprietan las cuerdas) de cada una de las unidades que constituyen Emperor of the air. El autor no se preocupa por mostrarnos sus herramientas, mucho menos porque lector diga: Otra vez usa la elipsis y la analepsis para ajustar la trama. ¡Ohhh!
Su método nos confirma que el escritor es realmente un artesano (a veces un arte-zángano, pero esa es otra historia). Un escritor cuenta una historia y lo hace lo mejor que puede. Lo asombroso de Canin es que emociona al lector a pesar de lo predecible de sus recursos. Crea un modelo único con muy buenos resultados.
El primer relato, Emperor of the air, es una gran muestra de calidad. Condensa el método cuentístico de Canin. Coloca los símbolos adecuados de la manera exacta: el árbol, el profesor de astronomía y la soledad con la que ese hombre observa el cielo estrellado. Básicamente se trata del reflejo de toda una vida contemplativa. Y el autor anuda esos símbolos de manera impecable; los tensa en la trama.
American beauty arranca torpemente, pero termina mostrando el alcance de las capacidades narrativas del autor. La historia gira en torno a la relación ambivalente del narrador de 16 años con su hermano de 27, Lawrence, una figura demoníaca que repele y constriñe a su familia. Ese chico tiene un problema en los dedos y su madre lo llama El hendido. La violencia latente de este cuento es destacable, porque no hay sangre ni golpes, pura contención y altas dosis de humanidad, todo ello bien suministrado.
En Star food, Dade pasa gran parte de su tiempo en el techo de la tienda de comestibles. De vez en cuando limpia el letrero en forma de estrella de la tienda, pero sobre todo se ilusiona con el futuro. Se da cuenta que alguien les está robando mercancía. Así que el padre contrata a un guardia. Dade finalmente encuentra al ladrón, pero una corazonada le indica que debe dejar libre a la raterilla.
Me queda claro que el señor Canin leyó a John Cheever y eso le cambió la vida. Quedó prendado de las claves literarias de Cheever; en especial, de la manera en la que el autor de Falconer bordea el núcleo de cada unidad narrativa. Es obvio que estudió la manera solvente de finiquitar un cuento.
Canin es un escritor que trabaja en pos de conservar la literatura dorada, artesanal. Nos recuerda que el cuentista realmente afina una sola cosa durante toda su obra: la elipsis. Quienes digan que robustecen los moldes de la narrativa con ejercicios poéticos (premiados y desproporcionadamente apapachados por críticos literarios de ocasión), quienes digan que modifican las estructuras del cuento sólo porque agregan bromitas y mala leche a sus frases, todos ellos mienten y sus editores nos engañan. Un cuento es como un soneto y para el rigor de quien oficia la escritura sólo hay una meta: hacer que el lector olvide ese corsé y se deleite con la historia. Que tengan un hermoso martes.