EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Aprecio de este modo la lectura de cuentos

Federico Vite

Enero 02, 2019

 

(Primera de dos partes)

Para medir la alta calidad literaria de un cuento suelo analizar la estructura que vertebra el discurso emotivo de una ficción breve. Dicho de otra forma, pongo atención a los hilos narrativos que fortifican la trama de un cuerpo narrativo, los enlaces que me permiten comprender cuál es la historia importante y cuál es la historia secundaria de un texto; pongo especial atención a la manera en la que el autor densifica las estancias del drama: llamemos drama a los hechos expuestos literariamente. Para ilustrar estas notas recurro al primero de los cuentos de Emperador del aire (Emperor of the air. Mariner Book, Estados Unidos, 1988, 179 páginas), de Ethan Canin, texto homónimo de la ópera prima de este escritor estadunidense. Asisto a un relato contado en primera persona del singular. Un profesor de astronomía jubilado acaba de tener su primera crisis cardíaca. Está casado; no tienen hijos. La esposa, Vera, hace una excursión por los Apalaches; él, debido a su afección reciente, no puede acompañarla. Recobra la soledad de antaño (yo diría que su soledad primigenia) y encara la cercanía de la muerte. Su vecino, el señor Pike, le informa que el olmo, un árbol muy querido por el profesor, tiene una plaga y es preciso talarlo para evitar que los jóvenes olmos del vecindario se contagien. El señor Pike se convierte en un elemento discordante que potencia la soledad del protagonista, el autor lo utiliza como un pivote del relato.
Desde el inicio, el texto expone el nudo del cuento, es decir, hace patente la amenaza de cortar el árbol que sumada a la soledad acechante y la afección cardiaca del protagonista nos permiten ver que estamos ante una trama con varios ejes narrativos, trenzados todos ellos en el presente. Una vez planteado ese asunto, el nudo temático, Canin hace una elipsis e inserta al narrador-protagonista en un hecho lejanísimo: el incendio de un bosque que amenaza la casa paterna del astrónomo y describe la reacciones de su padre y de su madre.
El lector, acostumbrado a estos cambios de tiempo y de espacio, sabe que este asunto afectará el sentido final del cuento, así que continúa leyendo para ver en qué momento la trama fusiona el incendio con todo lo antes dicho (denominado nudo emocional en este caso para no hablar del olmo, la afección cardiaca y la distancia de la esposa), así que Canin regresa al conflicto presente para iniciar el drama del protagonista, lo hace con la ayuda del señor Pike. Es decir, el señor Pike propicia que el viejo actúe para que se activen nuevos registros sensibles (recuerdos de la soledad primigenia del protagonista) y eso madura el conflicto principal, lo hará caerse de esa trama, o rama, en este punto es lo mismo (disculpen el símil de un fruto, pero no encuentro una mejor forma para exponer la gravedad estética de un cuento), literalmente logra que la tensión dramática alcance su máximo punto; por simple lógica, posterior al cenit narrativo, desciende a niveles mínimos la potencia de los hechos y culmina el texto. La última frase consuma la experiencia vital del profesor.
Canin consuma su propuesta estética (digamos que da continuidad a la tradición del cuento en inglés) gracias al efecto de acumulación, es decir, el autor hace una elipsis que le permite describir a plenitud un recuerdo (eje narrativo) y repite en tres ocasiones ese recurso para moldear con información sensible el motivo esencial del cuento: decantar la epifanía del anciano.
Las preguntas, entonces, son simples, ¿cómo logra el efecto de acumulación en 15 páginas? ¿Son suficientes páginas para eregir la viga maestra del cuento? ¿Es excesivo el recurso? La magia de todo este asunto de la literatura radica en cómo se exponen los hechos, unirse a esa tradición (un río en el que deseamos bañarnos más de dos veces) implica crear cuentos al mismo nivel que otros autores ejemplares; por ejemplo, Raymond Carver (Fever), John Cheever (The swimmer) y J. Salinger (A perfect day for bananafish).
Con el primer libro de cuentos (el segundo fue El ladrón de palacio, obviamente lo analicé en este espacio en el 2013), Canin logra una simplificación de estilo, es decir, se suma a una tradición del cuento (en posteriores entregas hablaremos de esa tradición del cuento mexicano) estadunidense, poblado, como todos sabemos, por gigantes.
Me llama la atención que Canin parece un narrador chapado a la antigua. Cuando publicó Emperor of the air, el panorama literario de su país era liderado por Chuck Palahniuk, Amy Hampel, Neal Stephenson, Rick Moody, Donald Antrim, Steve Erickson; después aparecerían David Foster Wallace y Jonathan Franzen. Canin era un raro, un viejo antes de tiempo, pero me temo que sólo levantó la mano, evitando todos los aparatos publicitarios, para decirnos que literatura se fundamenta en un par de cosas: la forma y el fondo. Y en el caso de Canin, la forma es perfecta y el fondo esencial. Pero de eso hablamos la siguiente entrega. Que tengan un fenomenal 2019.