EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Aproximaciones al realismo alucinante

Federico Vite

Octubre 08, 2019

Infecciosa (Random House, México, 2010, 174 páginas), de Sergio González Rodríguez, apuesta por renovar (socavar es una mejor palabra) las convenciones tradicionales de la novela. Sin cortapisas ingresa al viaje (un poco al estilo del sabio poeta Fernando Pessoa, quien revela que todo viaje realmente es una experiencia interior, un trayecto no medido en años luz o en kilómetros, algo que agranda la experiencia de estar vivo), y esa peripecia narrada por González Rodríguez se divide en cuatro apartados, columnas diría yo (me parece mucho más preciso referir la edificación de este libro como una casa), que fortifican los muros para dotar a esta serie de interconexiones sutiles como una sólida unidad cerrada. Sobre todo, destaco que esta serie de historias y sus núcleos se unifican bajo el padecimiento de la fiebre. Toda esta estructura narrativa esté permeada por la enseñanza técnica de un cuento mayor de Raymond Carver: Fever. En ese texto que no supera las 23 páginas, el cuentista y poeta estadunidense muestra las interconexiones vitales de un personaje que anuda todas sus peripecias gracias a la exploración de la fiebre. La primera línea de Infecciosa alude directamente a esto que refiero. Cito: “Viajar es tener fiebre”.
Asumo entonces que este libro de González Rodríguez usa los viajes como un movimiento disuasivo. El protagonista del primera apartado —la voz narrativa que abre y cierra el libro— es masculina y al desplazarse (viajar) permite, o propicia, el movimiento de otros personajes; se trata de jugadas que modifican la existencia de los otros, gracias a ello (ver el relato como un espacio escénico) se interconectan diversos planos y varias ciudades del mundo (México, Génova, Torino, Frankfurt, Oviedo). Cada personaje conduce al otro imitando una onda en expansión, o una resonancia, desplazamientos finalmente que describen lo manifiesto y lo latente.
El texto está organizado de tal manera que se fragmenta la realidad, no el tiempo ni el espacio, sino la realidad (ese despliegue del realismo permite la creación de boquetes que facilitan el ingreso, quizá como puntos de apoyo en la trama, a la ficción fantástica. Ese desdoblamiento de lo verosímil {un hombre que no sabe si lo que ha vivido es parte de un sueño o un recuerdo, pero comprende que debe seguir en esa consciencia onírica para superar prontamente la duermevela racional} también remite a las trampas de agua que todo arquitecto tiene en mente a la hora de edificar un inmueble) y eso propicia la afectación del pensamiento. Cito al autor: “Cuando se viaja todo lo registramos como si estuviéramos enfermos”. Es decir: la visión afectada del realismo se torna mórbida, fascinante y violenta. Se atisba el mundo con el cuerpo cortado.
En este libro se muestra el tema clave del ejercicio periodístico y ensayístico de González Rodríguez: la violencia. Cito el último apartado de Infecciosa en el que una jovencita, al ejercitar la justicia por mano propia —un personaje que fue visto por una mujer al inicio del relato; de hecho, esa mujer presenció la golpiza que le propinaron varios hombres a la jovencita— confiesa su modus operandi vital y con ello explica qué sucedió después de esa ejemplar paliza que padeció, aunque claro, expone ese odio en el último apartado de la novela: “He trabajado de sirvienta, de niñera, de cuidadora de ancianos, de enfermera sin serlo, de vendedora de alfombras, de mesera, de ayudante en una peluquería. En todas partes se presentaba el típico fulano que quería propasarse. Bandidos abusivos, ¿no tienen nada mejor que hacer que molestar?. En una ocasión eché en reversa el coche, lo coloqué metros antes de donde un hombre estaba y lo atropellé. Sólo quería que se asustara, que viera que conmigo no se juega”.
Ese es uno de los motores narrativos, los otros complementan la violencia estructural que da pie a la delación femenina que acabo de compartir, y las otras pulsiones detonantes del relato también hablan de una sutil afectamiento al leer la realidad, un afectamiento que propicia el desarrollo del relato hasta fusionarse con los otros personajes y con las otras tramas. Porque la fiebre (el viaje en sí) atrofia el entendimiento y eso confunde a los actantes, por ejemplo, un hombre y una mujer buscan a tipo que usa un caso y un traje metálicos porque tienen la certeza de que es un marciano. En otro apartado, un arquitecto disecciona el arte total recurriendo al término alemán Gesamtkunstwerk. Funda su apreciación del mundo en el concepto atribuido al compositor Richard Wagner. Así que el narrador cree, lo mismo que Wagner, que la tragedia griega fusiona todos estos elementos que luego se separaron en distintas artes (la música, la danza, la poesía, la pintura, la escultura y la arquitectura) y que la iluminación a la par de los efectos de sonido consuman la placentera experiencia del espectador (lector) en el trama. Son la cereza de algo que sólo puede entenderse al final, justamente cuando los desplazamientos de los andamios narrativos funcionan como la maquinaria de un reloj. Esta es la tesis autoral.
González Rodríguez construye un libro desde cuatro puntos de vista que vertebran una singular visión del mundo en la que los vasos comunicantes son en realidad los nódulos que describen las relaciones entre los humanos, relaciones extrañas, por cierto, marcadas por la confusión. Otra herramienta que identifico con un sello Carveriano es la interconexión oculta de los elementos dispuestos en el relato (en esta novela la sutileza es un elemento admirable). Esa interconexión, sumada a lo fragmentario, afina el ejercicio del realismo alucinante que González Rodríguez practicó desde la publicación de El vuelo (2008), novela en la que lo anómico de una realidad alucinada cincela las múltiples redes de la narcocultura en México. Tanto en Infecciosa como en El vuelo, González Rodríguez edifica un discurso que tiene algunos boquetes (literalmente ventanas) con miras a lo fantástico para dar un correlato de lo inexpugnable, real y cruento, de este mundo tan ominoso.
Me asombra que los múltiples y los fieles seguidores de González Rodríguez no hallan publicado una reseña sobre Infecciosa. Es muy ingrato e injusto lo que dice ese vacío.