Gibrán Ramírez Reyes
Enero 31, 2018
Si comenzáramos a contar, no pararíamos, porque es cosa de todos los días. El caso más notable ha sido el de Cuauhtémoc Blanco, pero están también Gabriela Cuevas, Sergio Mayer, Lily Téllez. Se ha convocado en Morena, y se han prefigurado candidaturas para ellos, a perfiles que no son de izquierda, o que carecen de identidad política. Para muchos, esto es inaceptable, y sorprende a los críticos la falta de protestas dentro del partido (que además sí hay). Estas adhesiones se tratan como un agravio adicional a la alianza con el PES.
1. Lo primero, lo más pobre, es la descalificación llana, torpe: si Morena, y todos los simpatizantes de Andrés Manuel López Obrador, respaldan una estrategia, son –somos– llanamente dóciles, sumisos, cuando no creyentes y fanáticos. Que el principio de autoridad vale en Morena es cierto y claro, pero también hay democracia interna, y la política de amplias alianzas se aprobó en un congreso nacional, en el entendido de que para ganar la presidencia no basta el liderazgo de López Obrador sino que se necesita de gente que aporte simpatías, no que se cuelgue de las ya existentes. Los mencionados serán candidatos que, subordinados a un proyecto y a un liderazgo, pongan su capital político a disposición de una identidad colectiva bien definida. Cuauhtémoc, Cuevas, Téllez sumarán votos que en principio no serían para Morena, sin transformar ellos al partido en lo sustancial. Han decidido apoyarlo, por increíble que parezca. Para Silva-Herzog Márquez esto, y en particular el caso de Cuevas, es un despliegue gigantesco de oportunismo. Es natural y normal que desconfiemos de los políticos y de su capacidad de cambiar de opinión y convicciones. No suelen hacerlo. Pero resulta curioso que, en el acto de no creer a Cuevas, Silva-Herzog dé por buena la palabra de otros políticos, que mandan en el PAN y que aseveran que Cuevas se fue porque le negaron una candidatura, lo que difícilmente explica el radical cambio, el significado de abandonar esa militancia, de tantos años, aun con el costo de tener que tragar sus palabras previas.
Para el analista, “la razonada justificación de la conducta pública” brilla por su ausencia. Nostálgico de una democracia liberal que nunca hemos vivido, el colega extraña una larga carta donde Cuevas conteste sus interrogantes, o algo así. Pero la senadora ha sido exageradamente activa en dar la cara. Yo, por casualidad, me encontré con cinco entrevistas. Puede ser que a Silva-Herzog no le gustaron los argumentos de Cuevas, que no los creyó, o que juzgó muy tontas las preguntas que le hicieron los periodistas. Ok, que lo diga. Aunque quizás es más chic criticar políticos que presentadores (y se trata de otro debate).
2. ¿Se vale traer pícaros, groseros y tránsfugas para ganar? Al contrario de Silva-Herzog y con Maquiavelo, creo que en la vida pública vale más la pena plegarse a valores muy diferentes de los que rigen las vidas privadas. O sea, la fortuna, la virtud, la gloria. Para decirlo en vulgar contemporáneo: la única ética que cabe en política es la de ganar en grande, hacer avanzar un proyecto, forjar una nueva historia. Quien no actúe con eso en el horizonte estará, no cabe duda, poniendo su ambición al servicio de otras más grandes, más articuladas, siendo un peón centavero de ambiciones ajenas. Y así es: la política suele ser el juego que se hace con las ambiciones ajenas para satisfacer las propias en el ámbito de lo público. Y unas y otras pueden ser nobles, virtuosas, gloriosas –dependiendo–, de modo que la validez de un proyecto político depende de eso, de qué tan buenas sean y de qué tan efectivamente se gestionen, ambas cosas a la vez. Ser un buenito incapaz de ganar es igual de perverso políticamente que ser un malvado efectivo. Además, no cabe la misma estrategia en la formación de un ejército poderoso y en la antesala de la batalla.
3. La consistencia se pierde al subordinarse a los propósitos ajenos; subordinar a antiguos adversarios a los propios se llama hegemonizar. Es lo que vemos, a AMLO y Morena forjando una nueva hegemonía –y entonces habría que reclamar a evangélicos y maoístas que abandonen sus principios por los de Morena: son ellos quienes deberían cuestionar a sus dirigentes.
4. La congruencia, la consistencia, sólo puede evaluarse de acuerdo con el fin último que se persigue. Si ese fin es la pureza ideológica en cada diputación local, la inclusión sólo de gente honorable en cada diputación federal, la generación de un trabuco impermeable, principista, de campeones del igualitarismo en la bancada del Senado sin importar su tamaño, entonces vamos muy mal. Pero no es el caso. La Presidencia de la República es la prioridad. Y no porque sea interés de López Obrador, sino porque está acreditado que es la principal herramienta política para definir el rumbo de desarrollo del país. Entramos al neoliberalismo y entramos a la guerra con la presidencia por delante, no a pesar de ella, y saldremos del mismo modo. ¿A ese empeño aporta más el senador Rabindranath Salazar o Cuauhtémoc Blanco? Pues Cuauhtémoc, y Rabindranath se plegó porque lo sabe, y porque no está cuidando un hueso, aunque se trate de una posición a la que legítimamente ha aspirado por años.
5. El Poder Ejecutivo será también el instrumento para controlar verticalmente a los aliados cuestionables. Perder sería catastrófico, porque quedarían muchos burros sin mecate; pero ganar sería el comienzo de una amplia coalición para la regeneración nacional. Por ese riesgo de una derrota catastrófica que empodere pillos, se trata de una apuesta arriesgada, que es, no obstante, una por la unidad popular: una unidad real, con un pueblo que puede no gustar a los exquisitos universitarios que no entienden y descalifican la popularidad de Blanco de cara a la gubernatura, muy superior a cualquiera de sus competidores. ¿Por qué quieren votar por Blanco cientos de miles de morelenses? Muchos, en su fuero interno, pensarán que por idiotas o ignorantes. Puede ser que muchos carezcan de educación política, que tengan una cultura parroquial. Si ellos juzgan que una elección, y esta en particular, es buen momento para emprender una campaña a favor de la cultura cívica, pueden bien formar asociaciones civiles liberales que vayan a tocar las puertas de los electores deslumbrados por Blanco. Pero hacen mal en pedirlo a un partido que tiene que ganar, como condición para lograr un cambio posible.
6. Sin duda se trata de apuestas pragmáticas, pero congruentes con la apuesta última de cambio de régimen. Y aquí voy a traer el ejemplo más manido de todos. Si socialdemócratas y comunistas se hubieran unido electoralmente en contra de los nazis, el avance de Hitler habría sido mucho más difícil, casi imposible. La incompatibilidad doctrinaria, principios en los que no podía transigirse –congruencia–, hizo imposible confluir. Puede ser una analogía exagerada, por lo menos por la proporción, pero a muchos nos parece que lo ético, lo único ético, es impedir que este régimen guerrista, con sus 200 mil muertos, siga adelante con su fábrica de miseria, pese a su crisis de credibilidad, pese a su división. Si la máquina de muerte se detiene, si logramos un sexenio con la mitad de muertos que los pasados, con una baja sensible en la violencia, con alguna redistribución de la riqueza, 10 oportunistas con cargos, 10 políticos pragmáticos que podrán tenerse en orden, habrán sido un precio bajo. Que hay que ganar es un consenso; que son necesarias alianzas feas para hacerlo, también.