EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

LA POLÍTICA ES ASÍ

Aquel 12 de diciembre

Ángel Aguirre Rivero

Diciembre 14, 2018

El 12 de diciembre del 2011 me encontraba revisando junto con el secretario de Finanzas, el presupuesto del gobierno para el ejercicio de 2012.
De pronto, recibí una llamada en la que se me informaba que había dos jóvenes tirados en el asfalto de la carretera, a la altura del hotel El Parador del Marqués, quienes habían sido privados de la vida por disparos de armas de fuego.
De inmediato llamé a quien fungía como mi secretario general de Gobierno, el licenciado Humberto Salgado Gómez, para pedirle un reporte de lo que estaba sucediendo.
Hasta ese momento me encontraba tranquilo, pues siempre había dado la instrucción de no usar armas de fuego ante esas contingencias.
Humberto sabía de esa disposición, pues así lo habíamos acordado desde que estuve al frente del gobierno interino en 1996.
Deploro que a siete años de ocurrida esa tragedia, persistan las dudas sobre la responsabilidad material de las muertes de los normalistas, la sensación de injusticia aviva la llama de la inconformidad de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, y al calor de la indignación se hacen señalamientos de toda clase.
Yo no puedo estar a favor de ninguna versión sobre esos hechos; una señala a los policías ministeriales, de acuerdo con la investigación que condujo el entonces procurador, Juan Manuel Herrera Campos.
Tampoco puedo desechar o descalificar las dudas que plantea recurrentemente el que era procurador general de Justicia cuando ocurrieron los hechos, Alberto López Rosas, quien señala a elementos de la Policía Federal como responsables de la agresión. No me corresponde, no soy juzgador, en todo caso, mi interés es porque se llegue a la verdad.
Como gobernador de Guerrero deposité mi confianza y el mando en materia de seguridad y persecución del delito, en personas que considero que actuaron de buena fe.
Si alguien está mintiendo al confrontar versiones sobre la muerte de los dos normalistas, tendrá que responder ante Dios, su conciencia y ante la ley.
Lamento que el común denominador en la muerte de los estudiantes y el ingeniero Rivas –que de no ser por su actuación heroica, los saldos trágicos hubieran sido mayores– sea la impunidad, porque mantiene viva la herida y nos convierte en una sociedad de víctimas y victimarios.
Creo que los jóvenes representan la esperanza de transformar a la sociedad, en la medida que sus luchas representen valores y principios; de no ser así, poco podríamos esperar de la capacidad de renovación de las instituciones de las nuevas generaciones.
No estoy a favor de la injusticia, porque cierra las puertas de la reconciliación; pero rechazo juicios lapidarios, carentes de verdad, que se hacen a mi persona en cada aniversario del 12 de diciembre.
Seré siempre coadyuvante de la autoridad, si el caso de Alexis y Gabriel fuese reabierto. Guerrero requiere de la lealtad de sus actores sociales y políticos, también necesita justicia, pero alimentar una confrontación que no conduzca a la verdad, sólo crea una espiral de conflicto que no merecemos.

Del anecdotario

En una de mis colaboraciones para el periódico El Sur, había narrado cómo llegué a trabajar como auxiliar de intendencia en el Palacio Nacional.
Después de algunos meses de barrer los patios centrales, me asignaron una oficina para que me encargara de su limpieza y otros servicios adicionales como preparar el café y levantar una lista diaria de peticiones que me hacían los abogados y economistas que colaboraban en esa dependencia.
–Ángel, a mí me traes una torta; a mí unas galletas; a mí un sandwich…, y a veces algunos se compadecían al invitarme también de alguna torta o de los tacos que todos los días salía a comprar.
Un día había una vacante de archivista y me decidí a solicitarle al ingeniero Ruiz Almada que me diera la oportunidad de ocupar esa plaza, a lo que se negó.
Pasaron los años y ya como secretario particular del gobernador Alejandro Cervantes Delgado, un día me da la instrucción de ir a recoger en su representación a quien sería el nuevo delegado general del PRI en nuestro estado; se trataba del ingeniero Gilberto Ruiz Almada, sí, aquel que se negó a darme una plaza como archivista para dejar de ser auxiliar de intendencia.
–Ingeniero, bienvenido a Guerrero, soy Ángel Aguirre Rivero, secretario particular del ciudadano gobernador.
–Mucho gusto joven Aguirre.
Y lo trasladé hasta las oficinas de la Casa de Gobierno.
Pasaron los días y en una de esas ocasiones me dice el gobernador:
–Oiga Aguirre, me habló el delegado del partido, el ingeniero Ruiz Almada y quiere que usted lo acompañe a su tierra a Ometepec, póngase de acuerdo con él.
–¿Pues qué le parece si nos vemos a las 5 de la mañana para partir a su tierra? –me dijo luego el delegado
–Claro que sí ingeniero; yo paso por usted.
–Está perfecto porque viajaremos en su vehículo.
Así lo hicimos, en la parte de adelante mi chofer y el ingeniero; en la parte trasera José Rubén Robles Catalán –excepcional ser humano–, y un servidor.
Salimos con las primeras luces de Chilpancingo y antes de llegar a San Marcos me dice el ingeniero Ruiz Almada:
–Proponga un restaurante donde podamos desayunar.
Paramos en el restaurante de mi amiga Ruth, quien al verme me grita:
–¡Layo, qué bueno que veniste… tengo caldo de chivo con panza!
Percibí que al ingeniero no le sonaba atractivo el menú.
–No se preocupe don Gilberto, también hay huevos con jamón, cecina y tortillas hechas a mano, con queso.
El ingeniero salió complacido de la comida de mi querida amiga Ruth.
En el camino a Ometepec me hizo una petición que me pareció un gran gesto:
–Aguirre, quiero que me lleve a la tumba de mi amigo Heladio.
–Con mucho gusto señor delegado.
Llegamos hasta la tumba de mi tío, él y yo solos, hizo una oración y luego me dijo:
–Quiero que sepas que tu tío fue un hombre excepcional, honesto por los cuatro costados y amigo como pocos –y me abrazó.
Al regreso paramos en Marquelia, para disfrutar unos ricos mariscos en donde tuve la oportunidad de apartarme unos minutos a solas con él.
–Ingeniero, yo a usted lo conozco.
–¿Cómo?
–¿Se acuerda de aquel jovencito a quien llevó mi tío Heladio con usted?
–¡Claro!
–Yo fui quien le pedí que me diera una plaza de archivista y usted me la negó, pero le agradezco porque durante dos años pude mantener mis estudios de preparatoria gracias al empleo que usted me dio.
En 1996, cuando asumí el gobierno interino, invité al ingeniero Ruiz Almada a Guerrero, donde tuvimos oportunidad de conversar de muchos temas del momento, y evocó el pasaje que hoy narro:
–Sé que mi amigo Heladio estará feliz desde el cielo por tu designación, y yo sólo te puedo decir que, de haber sabido que llegarías a ser gobernador, te hubiera nombrado no archivista, sino director general de administración –el cargo que él ostentaba.
¡La política es así!