Saúl Escobar Toledo
Septiembre 27, 2017
“Aquí caímos. Qué le vamos a hacer. Aguantarnos, mano. A ver si algún día mis dedos tocan los tuyos. Ven, déjate caer conmigo en la cicatriz lunar de nuestra ciudad, ciudad puñado de alcantarillas, ciudad presencia de todos nuestros olvidos, ciudad de acantilados carnívoros, ciudad dolor inmóvil, ciudad de la brevedad inmensa, ciudad del sol detenido, ciudad de calcinaciones largas, ciudad a fuego lento, ciudad con el agua al cuello… ciudad bajo el lodo esplendente… ciudad tejida en la amnesia… ciudad perra, ciudad famélica, suntuosa villa, ciudad lepra y cólera hundida, ciudad. Tuna incandescente. Águila sin alas. Serpiente de estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire”. Carlos Fuentes
A unas cuantas horas de la catástrofe, quizás minutos en algunos casos, el 19 de septiembre la Ciudad de México vio sus calles llenas de gente que intentaba rescatar a las víctimas del terremoto. Muchos, la enorme mayoría, eran jóvenes que no habían nacido antes de 1985 o eran entonces apenas unos niños. En unos instantes recuperaron la memoria histórica y se pusieron a hacer lo que 35 años antes habían hecho otros mexicanos como ellos. A veces parecían repetir, como si fuera una obra ensayada, exactamente las mismas imágenes, las filas ordenadas, voluntariosas, dispuestas a todo, escarbando ruinas, removiendo piedras, llamado a otros a sumarse a los rescates. Jóvenes que no pudieron haber recuperado esa memoria más que de las pláticas, las fotografías, los videos y las imágenes que en algún momento habían visto o escuchado. Dispuestos a ser los protagonistas de este siglo, quisieron ser los héroes anónimos de esta nueva historia. Y lo lograron: fueron, son, siguen siendo miles, cientos de miles. Desafiaron el miedo, el shock, la inexperiencia y el peligro. Encarnaron otra vez la energía desbordada y la esperanza. Recuperaron la solidaridad mostrada en 1985 y actuaron porque estaban listos y ansiosos para hacerlo. Tras años de observar la degradación del país, la violencia insensata y cruel, la corrupción, la ineficacia, la indiferencia de sus gobernantes, la casi inutilidad de la política, intuyeron que era el momento para demostrar que en este país y en esta ciudad, ellos, y con ellos, todos, podemos desafiar la tragedia, la fatalidad, el conformismo. Quizás la coincidencia exacta de las fechas, 19 de septiembre, de aquel 1985 y este 2017, pueda entenderse como la expresión simbólica de esa voluntad, no dormida, siempre a la expectativa: “No olvidamos, no olvidaremos y aquí estamos, dispuestos a comenzar de nuevo; nos han excluido, hecho a un lado, desaparecido, reprimido, pero ahora volveremos a salvar a la ciudad y con ella la esperanza de un nuevo país”.
Los héroes no se quedaron en la ciudad: se fueron a Puebla, a Morelos y a cualquier parte donde los llamaron. Otros, como ellos, de esos pueblos y comunidades, ya estaban también haciendo lo que podían para levantar las piedras, ayudar a los heridos, consolar a los que habían perdido su casa o sus seres queridos. Los nuevos protagonistas de la historia no fueron sólo chilangos. La solidaridad había resurgido desde el 7 de septiembre en Chiapas y Oaxaca y en muchas otras partes del país.
Mientras los rescatistas se dedicaban a dar todo lo que podían, otros se pusieron a hacer política con la mira puesta en las elecciones del 2018. Desde el terremoto del 7 de septiembre TV Azteca había desatado una campaña exigiendo a los partidos que destinaran sus recursos a las víctimas del terremoto. Muy pronto otras personalidades y grupos empezaron a sumarse. AMLO por ejemplo ofreció el 20 por ciento. A la mañana siguiente, la campaña en los medios arreció y pronto surgió una iniciativa para canalizar el dinero asignado a las campañas electorales para la reconstrucción de las zonas afectadas. La iniciativa logró casi dos millones de adeptos y los dirigentes tuvieron que reaccionar. Del 20 pasaron a ofrecer el 50 y luego el 100 por ciento.
Seguramente muchos mexicanos que apoyaron esta propuesta lo hicieron, en un momento de tensión social extrema, sobre todo para castigar a los partidos, convertidos en los representantes más visibles y desprestigiados de la política mexicana. Los días posteriores al 19 de septiembre fueron jornadas de solidaridad, pero también de furia. No hay duda de que, en efecto, los partidos reciben mucho dinero que no gastan de manera transparente. La política y los políticos mexicanos en general, se ganaron esta represalia ciudadana.
El problema es que castigar no siempre conduce a buenas soluciones. Ahora, con más calma, habrá que proponer medidas eficaces para la reconstrucción del país. Mientras tanto, el tema del financiamiento público para las elecciones propició confusión, ha dado lugar a un concurso de demagogia partidista, puede ocultar lo importante y propiciar graves regresiones legales para la democracia.
Lo que viene, levantar nuevos hogares, escuelas, hospitales, centros de trabajo, pueblos, comunidades y obras de infraestructura, requerirá una cantidad de recursos que rebasará con mucho la cantidad asignada a los partidos, o las campañas privadas de donación. El monto de esta reconstrucción deberá ser calculado, pensando no sólo en levantar lo que había sino en hacerlo de manera diferente, mejor, con menos riesgos. Se requerirá por ello un presupuesto público completamente nuevo al que entregó Hacienda a principios de septiembre. Obligar al gobierno y a los diputados a rehacerlo es, creo, la tarea más importante de ahora en adelante. Hay que suprimir partidas innecesarias como los gastos de publicidad del gobierno federal, por ejemplo. Y aun así no bastará, no debemos conformarnos con ello: tendremos que exigir que las grandes empresas, los bancos y los más ricos de este país también aporten al financiamiento de la reconstrucción. Hasta ahora, sólo han dado unos cuantos pesos y publicado campañas que se recargan en los ciudadanos (si tú das uno yo doy dos, qué generosos).
La reconstrucción también exigirá una planeación urbana de las ciudades, sobre todo de la Ciudad de México, con nuevos criterios, regulaciones y formas de implementarlas. A estas alturas nadie pude dudar de que los sismos y terremotos se repetirán, quién sabe cuándo, pero inevitablemente. Medidas legales sobre el uso del suelo y la construcción de inmuebles tendrán que replantearse y reforzarse de tal manera que el paso de los años no los vuelva a sepultar en la corrupción, el crecimiento desordenado y los intereses inmobiliarios.
Pero también habrá que evitar la confusión. Devorados ya ideológica y políticamente por Acción Nacional, los partidos del Frente (con PRD y MC) propusieron cambiar la ley para suprimir todo el financiamiento público y depender sólo de las aportaciones privadas. Fue un exceso de demagogia, debido a los tiempos legales establecidos en la Constitución, pero también representó el aval a un esquema que propiciará que el poder del dinero se imponga, aún más que ahora, en la política, y el financiamiento sucio, por debajo de la mesa, de particulares y de recursos públicos destinados a otros renglones. Se corre también el riesgo de enriquecer nuevamente a las televisoras y los medios de comunicación privados en las campañas electorales. Por su parte, el PRI, entre otras desgraciadas ocurrencias, quiere suprimir a los diputados y senadores plurinominales, pensando en sus beneficios electorales y agravando la posibilidad de una enorme regresión política.
Así estamos hoy. De un lado, una ciudadanía alerta, principalmente joven, combativa y ejemplar. Del otro, los dirigentes de los partidos y los grupos de interés privados, buscando sacar provecho de las circunstancias.
La voluntad de todos aquellos que se movilizaron para rescatar vidas debe convertirse en la inspiración y la fuerza para que la reconstrucción de México sea un proceso participativo, vigilado, transparente, eficaz y planeado lo mejor posible. Parece una tarea difícil pero aquí nos tocó, qué le vamos a hacer.
Twitter: #saulescoba