EL-SUR

Lunes 03 de Junio de 2024

Guerrero, México

Opinión

POZOLE VERDE

Arrebatos carnales / 31

José Gómez Sandoval

Febrero 03, 2016

Cronología del 68 según el jefe de la CIA en México

Según el jefe de la CIA en México, el plan de provocación y desestabilización (¡agitar el avispero!) que la agencia había emprendido en el país seguía adelante. Su relato semeja una cronología pormenorizada de hechos que antecedieron a la gran manifestación que se realizaría el 2 de octubre en Tlatelolco.
El 6 de febrero de 1968, la Central Nacional de Estudiantes Democráticos inició la Marcha de la Libertad en Dolores Hidalgo, y el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, ordenó a autoridades civiles y militares que advirtieran a los estudiantes “de las agresiones de las que podían ser objeto, debido al acendrado catolicismo de esa zona del Bajío”. En la Ciudad de México, Corona del Rosal había ordenado “que se pintaran los camiones de pasajeros para atacar al gobierno, al ejército, a la policía y fundamentalmente a la religión. En realidad –se ríe– se trataba de los mismos lemas que habíamos utilizado en toda América Latina durante varios años y diversos episodios golpistas: ‘Viva el comunismo’, muera el cristianismo, abajo el papa”, etcétera. La confusión social creció con las leyendas: “Viva el Che Guevara”, “Arriba el Che”, “el comunismo es la solución”, “Muera Díaz Ordaz el hocicón”, “Queremos libros, no balas”, “No queremos Olimpiadas, queremos revolución”, que las propias autoridades ordenaron pintar en las bardas. “Empezábamos a prender el fuego”, se ufana el agente Winston MacKinley Scott.

La visita de Hubert Humphrey

En marzo de 1968, Díaz Ordaz recibió la visita del vicepresidente de Estados Unidos, Hubert Humphrey, “de la misma manera en que Moctezuma lo había hecho con Cortés”.
Humphrey “había venido para refrendar las ‘preocupaciones’ que tenía la Casa Blanca en relación a la expansión comunista en México. No iban a permitir una segunda Cuba en América Latina… El viejo cuento de siempre. Hubert Humphrey supo amenazar con su sonrisa al presidente de la República, a quien ya no le quedó la menor duda de ejecutar las instrucciones de la purga estudiantil antes de la celebración de las Olimpiadas”.

El doble discurso

En tanto Díaz Ordaz convocaba a dirigentes del PC a platicar y llegar a acuerdos, Echeverría y el jefe de la policía insistían en “una conjura internacional diseñada por los comunistas. Ahí estaba el doble discurso”.
En mayo, por instrucciones de la Casa Blanca, el FBI acusó públicamente “al Partido Comunista de México de hacer planes para almacenar armas y municiones en preparación de una revolución”. Sin pruebas, involucró a Cuba, a la Unión Soviética y a China comunista.
Cuenta el agente que, cuando advirtió que el rector Javier Barros Sierra tenía la impresión de que se estaba “agitando a los estudiantes sin motivo alguno, de manera completamente artificial”, de inmediato se lo comunicó a Díaz Ordaz y a Echeverría. Afirma que el rector “no entendía quién estaba detrás del embrollo ni por qué se estaba originando. ¡Al grado de que nos ayudaba, sin saberlo, a financiar a varios de nuestros paramilitares incrustados en calidad de porros!”.
El plan iba en marcha, pero no prendía. Los “desmanes” estudiantiles de Villahermosa, Veracruz y Puebla fueron insuficientes. El agente informa a su agencia que “lo verdaderamente preocupante se encontraba en los desórdenes que podían llevar a cabo noventa mil estudiantes de la UNAM, que en realidad deseaban propiciar todo género de disturbios para frustrar las Olimpiadas y aprovechar la cobertura de la prensa internacional”.

La ruta de la detonación

Wilson MacKinley atribuye a Gutiérrez Oropeza y a Corona del Rosal “la ruta crítica para detonar el movimiento estudiantil”. Son doce puntos que sintetizamos y amontonamos así:
“Escoger un sector estudiantil con antecedentes violentos. Los jóvenes son, por definición, explosivos e iracundos. Los obreros y campesinos son más lentos y complejos… Se colocarán infiltrados en las preparatorias seleccionadas… Se deberá aprovechar el 26 de julio, fecha del inicio de la Revolución cubana, que los jóvenes celebran como símbolo de su izquierdismo… Con cualquier pretexto los infiltrados propiciarán un pleito entre estudiantes y la policía del DDF… Tras los pleitos, se recurrirá a los granaderos para imponer el orden. Se trata de irritar y provocar a las masas… Cuando la opinión pública se convenza del origen (comunista) del movimiento, los Halcones del DDF provocarán furiosos choques callejeros que sofocará la policía… Al sumarse más escuelas intervendrá el ejército a solicitud de la autoridad…”.
Había, también, “que instruir a los infiltrados para descubrir a agentes internacionales, sabotear negociaciones con el gobierno y provocar a la destrucción y la violencia…”. La manipulación de la prensa era importante para acusar a fuerzas oscuras de generar un conflicto en México. “Los medios se dirigirán a los estudiantes detenidos como terroristas y guerrilleros… Escalar el conflicto hasta un extremo mayúsculo, un evento masivo donde se pueda ubicar y decapitar a los líderes…”.
Por último, se considera “conveniente que algún secretario de Estado resultara secuestrado para inventar culpables ante la opinión pública”, pues “se requieren muertos para incendiar a la sociedad y volcarla del lado de la autoridad”, y por último acuerdan asegurar “un grupo de jueces leales al gobierno para garantizar la prisión de los revoltosos y evitar el ridículo de la autoridad ante acusaciones insostenibles”.

Infiltrados y guerrerenses en acción

“El 19 de julio… se dio finalmente el choque necesario para detonar el movimiento estudiantil. Hubo un primer enfrentamiento entre alumnos de la preparatoria Isaac Ochoterena y las escuelas vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional, situadas en la plaza de la Ciudadela”; por un pleito de faldas, “la golpiza entre ellos fue de horror”, y “los infiltrados y agitadores” de Corona de Rosal, Martínez Domínguez y Díaz Escobar “finalmente pudieron entrar en acción”: agitaron, sabotearon, manipularon reuniones, exaltaron pasiones y “llamaron a la violencia para restaurar el honor perdido”.
En una de esas llegó el Décimo Noveno Batallón de Infantería de Granaderos, al mando de Manuel Robles, con la intención no de “imponer el orden ni contener a la trifulca, sino de expandirla”… Los estudiantes se calmaron, pero los granaderos seguían dándoles de toletazos. Hubo mujeres violadas y heridas. Muchos se refugiaron en la Voca 5, adonde El Fish y otros porros disfrazados llamaban a guerra. “Curiosamente –arguye el agente Scott–, en general no había autoridad universitaria que no financiara a estos grupos. Aunque también lo hacían Lauro Ortega, Caritino Maldonado, Miguel Osorio Marbán, Píndaro Urióstegui y Porfirio Muñoz Ledo, entre otros…
Dice el agente que “era todo un privilegio contemplar como espectador esta obra de teatro tan bien montada… ¿quién se iba a imaginar que el pleito entre una preparatoria y una vocacional… iban a estar inmiscuidos el propio presidente de Estados Unidos, la CIA y el FBI, con el objetivo de derrocar a Díaz Ordaz? Nadie, ¿verdad?…”. Lo que sigue, eso de que “los hechos y las intenciones bien podría demostrarlas un investigador acucioso o uno de esos novelistas cuyas elucubraciones fantasiosas bien podrían revelar la verdad”, antes que achacárselo al agente, se lo atribuimos a don Francisco Martín Moreno, ya que la frase parece referirse a él.
Cuando algún porro caía preso, bastaba con que dijera la clave: “Baena Camargo”, para que fuera liberado y se devolvieran pistolas o metralletas.

Provocando la irritación social

El 23 de julio agentes de la Dirección Federal de Seguridad que dirigía Fernando Gutiérrez Barrios allanaron las oficinas del Consejo Central del Partido Comunista Mexicano, destruyendo su taller editorial y apresando a trabajadores, pues “estamos ante una conjura internacional” y, según Echeverría, se trataba de “grupos comunistas directamente responsables de estar propiciando estos desórdenes”.
Los desmanes de los granaderos “despertaron la furia y la indignación de diferentes sectores estudiantiles que, unidos en contra de la represión, convocaron a una manifestación de protesta para el 26 de julio… ¿Quién organizaba la marcha? Los infiltrados del DDF disfrazados de estudiantes”… Ese mismo día, “las juventudes comunistas de México marcharían para celebrar la Revolución cubana”, y el choque ocurrió en las calles de Palma y 5 de Mayo: “La policía, que horas antes por órdenes de Poncho Corona había llenado de piedras los botes de basura… para que fueran lanzadas” por los porros… arremetió en contra de todos los quejosos… Se trataba de aprovechar la gran fiesta de los comunistas para desencadenar un motín urbano. Los heridos se contaron por decenas”.
“El 27 de julio los estudiantes tomaron las preparatorias 1, 2 y 3 de la UNAM, a título de protesta ante los enfrentamientos ocurridos entre granaderos y estudiantes. El escalamiento surtía efectos”. Al menos 30 comunistas estaban tras las rejas.

El “supuesto” bazucazo en San Ildefonso

Los estudiantes se refugiaron en San Ildefonso el 29 de julio y –a petición de Corona del Rosal– el Ejército intervino aun cuando no era necesario: “Para aplastar la revuelta integrada por trescientos estudiantes desarmados, entraron en ‘combate’ sesenta tanques, jepps equipados con bazucas y cañones de ciento un milímetros”, y 2 mil soldados que irrumpieron en el edificio a bayoneta calada “después de haber disparado un supuesto bazucazo a la puerta de entrada, una auténtica joya del arte novohispano…”
El superagente asegura que la puerta fue “volada desde adentro por nuestros muchachos”, como había acordado con Corona del Rosal. Luego las fuerzas policiacas recuperaron varios planteles más. A la cárcel fueron a dar 125 estudiantes acusados de múltiples delitos. “¿Muertos? Sí, los hubo, pero nunca lo supo la opinión pública”.
Echeverría volvió a atribuir los disturbios a Cuba, pero la comunidad universitaria organizó una marcha para “no dejar solo al rector” Barros Sierra y protestar por las agresiones sufridas por la universidad. El agente ya ha confesado cómo le gusta escuchar pláticas ajenas en persona, aunque no tiene necesidad, pues él espiaba a todos: “En las conversaciones telefónicas que sostuvo Barros Sierra con Echeverría quedó claro que el secretario de Gobernación no sólo autorizó la marcha sino que la alentó y además acordó que… el rector haría descender la bandera nacional para colocarla a media asta, en señal de duelo, para dramatizar la violación de la autonomía universitaria”.
Barros Sierra exigió “respeto a los recintos universitarios” y, mientras su figura “se disparó a niveles de popularidad antes inimaginables”, Echeverría “aplaudía detrás del escritorio”.

La prueba de la parafina

Apenas se instaló el Consejo General de Huelga, aparecieron los infiltrados. Sócrates Amado Campus Lemus, Ayax Segura, entre muchos otros “que prendían fuego en cada asamblea llamando a la violencia… Y ni quien se las oliera, como dicen en México”.
El CGH convocó a una marcha (para el 1 de agosto) que, se preveía, iba a ser la más multitudinaria como no se había visto en México. En Guadalajara, el presidente de la República abordaba el allanamiento de San Ildefonso en una pieza retórica arquetípica de perversidad y demagogia” que, muy a su estilo, sellaba tendiendo la mano, “la de un hombre que a través de la pequeña historia de su vida ha demostrado saber ser leal”.
“Nadie creía en Díaz Ordaz… a quien se identificaba como el gran culpable de los hechos”. Los estudiantes pidieron que se le aplicara la prueba de la parafina y, días después, el presidente reprocharía: “Les di la mano y me la dejaron tendida en el vacío”.

El país se ponía de pie, ¡marchábamos!…

Los intelectuales que, a través de desplegados, mostraban apoyo a los estudiantes fueron fichados e incluidos en listas negras. “Por el sólo hecho de protestar ya eran agentes extranjeros”.
Para septiembre la huelga se había extendido. Desde automóviles misteriosos, gente del FBI ametrallaba los planteles “para envenenar aún más el entorno y provocar una mayor descomposición social. La sociedad se enardecía y se colocaba al lado de sus muchachos… sin comprender lo que estaba sucediendo”.
La desconfianza que empezó a reinar entre los integrantes del CGH y el temor de que el Consejo “fuera vendido” hizo que los estudiantes rotaran con frecuencia a sus representantes. Con todo, las brigadas del CGH hicieron su labor entre obreros, en sindicatos, fábricas y otros centros de trabajo y a lo largo de unos 18 estados de la república. “El país se ponía de pie. ¡Qué bien marchábamos, caray!”
En la próxima pozolada empezaremos con las demandas que los estudiantes enlistaron en el famoso pliego petitorio. Wilson MacKinley Scott seguirá su pormenorizada versión de la “matanza del 68”, y quizá vuelva a aparecer Irma Serrano.