Humberto Musacchio
Enero 30, 2025
Dicen que quien habla mucho se equivoca mucho. Pero en México eso parece que no importa. Lo demuestra el sexenio de AMLO, cuya verborragia ofrecía el paraíso, para finalmente dejar un saldo que lo muestra como uno de los presidentes más ineptos de nuestra historia, pues se retiró –si es que se ha retirado– dejando al país en manos de las bandas criminales, con el sistema educativo seriamente dañado y el de salud destruido, vacías las arcas nacionales e inconclusas todas sus obras materiales, salvo, tal vez, el Chaifa, como se conoce popularmente al aeropuerto Felipe Ángeles.
Pese a lo anterior, se insiste en afrontar con palabras los muchos y muy graves problemas heredados y los nuevos y no menos graves que hoy presenta la relación con Estados Unidos. Para afrontar el formidable vendaval, no basta con las mañaneras, sino que en la circunstancia presente el verbo no resuelve ni convence, sino que crea nuevos problemas y agrava los ya existentes.
Lo ocurrido a Gustavo Petro, el presidente de Colombia, debe servir de lección: para hacer frente a las amenazas externas no basta con discursos ni con publicaciones en redes. Petro difundió “una docena” de tales publicaciones en la red X, con la pretensión de impedir las deportaciones masivas y dos horas después retrocedió, al imponer Donald Trump aranceles de 25 por ciento a las mercancías colombianas con la amenaza de elevar dicho tributo hasta 50 por ciento. Y colorín colorado.
La razón por la que Petro tuvo que recular es que casi 30 por ciento de las exportaciones colombianas van a Estados Unidos, lo que es decisivo en el trato con el gigante de Norteamérica. Pero con el fin de documentar nuestro pesimismo, cabe recordar que 80 por ciento de las exportaciones mexicanas tienen como destino al vecino del norte.
En esta situación, de poco sirve hacer frente a las salvajadas de “nuestros buenos vecinos” con palabras. Es más, si se insiste en hablar cada día durante horas, en la mañanera y en las giras presidenciales, lo más probable es que en cada discurso, saludo o exposición se cuele algún dicho inconveniente que entorpezca negociaciones o abra nuevos frentes.
Lamentablemente, la gran apuesta del neoliberalismo fue sepultar el proteccionismo, sello del llamado “desarrollo estabilizador” que le dio al país seguridad monetaria y altas tasas de crecimiento económico durante no pocos años, lo que propició una movilidad social sin precedente. Pero llegaron los gobiernos neoliberales y su bandera fue aprovechar la cercanía con el mercado gringo y enchufar a México con Estados Unidos mediante el Tratado de Libre Comercio, que efectivamente ha multiplicado las exportaciones, pero no ha resuelto el problema de la pobreza ni aquí ni allá.
Hoy, la República se encuentra bajo la amenaza de una intervención militar, y de nada sirve echar mano del Himno Nacional, herencia de Santa Anna e imposición del dictador Porfirio Díaz, ni hablar de la grandeza de nuestra historia o de gestas superadas por el tiempo. Lo procedente es prepararse para lo peor, hablando poco y con la verdad, para que cada mexicano sepa bien a bien en qué situación nos encontramos y qué se espera de cada uno.
Y al decir mexicanos, habrá que tener presentes a los 12 millones de nacidos aquí, pero que viven en Estados Unidos, a sus hijos y otros descendientes que suman unos 40 millones en territorio de la llamada Unión Americana. Muchos de ellos hoy están sometidos a una persecución implacable, mientras que aquí, afortunadamente, se trata de modo fraternal al millón y medio de personas que integran la comunidad estadunidense, la mitad de ellos indocumentados.
Esa comunidad puede ser un formidable apoyo para la causa nacional, pues ha encontrado en México calidez, seguridad y una forma de vida más económica. Esos estadunidenses deben ser nuestros aliados.
Esa y otras medidas pueden ponerse en práctica, pero ante todo, los morenistas deben suspender su guerra contra la oposición, cancelar la malhadada reforma judicial, respetar las disidencias, escuchar otras voces y renunciar a la demolición de las instituciones. Por desgracia, no parece que sean capaces de trabajar por la unidad nacional, no mientras las órdenes provengan del espectro de Palenque.