EL-SUR

Sábado 11 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Así o más complicado?

Eduardo Pérez Haro

Noviembre 01, 2016

Para Arturo García Torres.

Hemos advertido, en anteriores entregas, sobre el deterioro creciente de la economía mundial y de la mexicana, más aún, no hemos sido nosotros sino los líderes de la economía y las finanzas internacionales en occidente cuya influencia alcanza al mundo entero. Lo han hecho manifiesto los responsables de mando en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, Christine Lagarde y Jim Yong Kim, frente a los directores de los bancos centrales y los jefes de los ministerios de Economía de los países convergentes (Washington 7-9 de octubre 2016). El deterioro no es frase huera, éste se expresa claramente en la disminución de la tasa de crecimiento de la economía mundial.
Mas el problema no es tan simple como el de una disminución en el ritmo de crecimiento, pues de ser así bastaría entenderlo como una nueva normalidad ante la cual sólo se requeriría un poco de paciencia y la adaptación correspondiente remitiendo las aspiraciones a un ritmo menor para su consecución, pero no parece ser tan así, no es cosa de tener calma y trabajar y trabajar como podría desprenderse del mismo discurso de los líderes de las instituciones multilaterales mencionadas. La realidad es que el problema es de mayor profundidad y de más graves implicaciones. Los mismos líderes de la burocracia internacional, nos han revelado que la deuda económico-financiera, de los Estados nacionales y las corporaciones privadas, se eleva a más de 150 billones de dólares (trillones en la nomenclatura estadunidense) de manera que se torna impagable frente al descenso en la dinámica de crecimiento económico.
Mientras son peras o manzanas, esto es, mientras se prueba si se puede pagar o no, nos dicen también que ello demuestra que la fórmula de ayuda monetaria de la que han echado mano para incentivar las economías desde la crisis del 2008 (sobre todo de los países desarrollados, léase Estados Unidos, Unión Europea, Japón) no ha logrado su objetivo de dinamizar el crecimiento e inevitablemente ha abultado el endeudamiento, por lo que en adelante se modificará la estrategia y ya no habrá mayor emisión de dinero en préstamo para lo que se elevarán las tasas de interés pues al encarecerse su costo se frenará la vía del endeudamiento y, en su lugar, la estrategia ahora descansará en las políticas fiscales, que sin terminar de entender a qué se refieren en el sentido de poder desahogar la deuda privada (que representa dos tercios de la deuda total), una cosa sí queda clara y es que en principio es la deuda pública la que deberá desembarazarse por cuenta de la disminución del gasto.
Dos cosas aparecen en la escena, por un lado, se reconoce una debilidad de endeudamiento con riesgos de pago que no es la única, aunque con ésta sería suficiente para presuponer los peligros de una debacle financiera, y, por otro lado, que con el incremento de las tasas de interés y la reducción en el gasto público, se anuncia una restricción a la inversión y al lugar promotor que pudiese jugar el Estado-gobierno, con lo que se espolea un freno a la actividad económica y el crecimiento, algo así como querer apagar un incendio con gasolina. Mas el asunto no se limita a este escenario doblemente problemático, pues, a ello se liga que, en la llamada economí@ del conocimiento, la valorización se potencia por la vía de la reproducción masiva de bienes intangibles con lo que se abaratan los costos y se multiplican las ganancias que se reflejan en la híper valorización del sistema accionario (bolsas de valores) como lo explica Miguel Ángel Rivera.
Así, tenemos que el asunto del endeudamiento impagable, asociado a cambios en la política monetaria para apoyar la capacidad de pago con la política fiscal, se traduce en una contracción de la inversión y el crecimiento económico con lo que se genera una tercera cuestión del problema pues con ello se le quita piso al sistema accionario que puede volatilizarse, esto es, esfumarse. Con lo que los principales depositarios de la riqueza inmaterial que tal parece que hace la mayor parte de la riqueza mundial, podrían derrumbarse generando una descapitalización de la economía global. Y ahí se rebasaría la atonía del crecimiento para perfilarse una depresión.
La crítica de la economía política nos advierte que este es el mecanismo con el que se resuelven los fenómenos de la sobreproducción que están detrás de las súper-ganancias financieras asociadas al estrechamiento de la producción de bienes tangibles y de las capacidades de consumo que dan lugar a la modernidad de la crisis y a la crisis de la modernidad. Nada que no esté en la naturaleza de un sistema basado en la apropiación del plusvalor por la vía del pago mínimo al trabajo y la competencia entre los productores privados, esto es, los empresarios.
La sobreproducción se ajusta en las crisis mediante la destrucción de capitales excedentes por más que esto parezca un contrasentido del sistema, así ha sido en el 29 o el 73 del siglo pasado. La regla indica que el sistema corrige mediante las crisis con el reordenamiento-depuración de las ramas productivas y la ulterior recuperación de los consumos, pero ante la crisis del 2008 se optó por evitar la crisis del sistema financiero y su profundización, esto es, la destrucción de capitales accionarios, con las políticas de ayuda monetaria, pero ahora evidencia sus límites.
No obstante, en esta ocasión se agregan otros dos obstáculos, el primero es la presencia de las estructuras monopólicas que no ven terminar sus ciclos de negocio al tener bajo control las competencias, como en este caso lo prefiguran los energéticos, principalmente los hidrocarburos, y el sistema financiero, que se indisponen a la destrucción de capitales y al giro de negocios que, en otro sentido, se significa con la liberación de tecnologías para la producción de una nueva generación de productos con los que se reordenarían-ampliarían los mercados y con ello las bases de recuperación y dinamización del crecimiento económico, a la vez que no se da lugar al reordenamiento de las hegemonías en el mundo.
Lejos de ello se atrincheran en la beligerancia de los Estados nacionales para dar la batalla contra las sociedades de base y contra los adversarios que estando fuera de su pleno control (China, India, Rusia) se encaminan a rebasar el entrampamiento financiero y la congestión productiva del capitalismo occidental encabezado por Estados Unidos, empero, esto no será tan sencillo, ni tan pronto, porque depende de una compleja ecuación que pasa por i) dar el salto tecnológico-productivo, ii) mantener el respaldo interior de las sociedades de base y iii) no sucumbir en el hoyo negro de la crisis capitalista, variables que, en su momento, no alcanzaron a ser despejadas por la Unión Soviética, con la desventaja de que ahora no parece estar a la mano una nueva base tecnológica para reembobinar la supremacía capitalista occidental. Las cosas apuntan a una tormenta perfecta de alcance global.
En este marco, se discute la sucesión entre demócratas y republicanos en Estados Unidos, quienes insisten en la preponderancia del sistema financiero y del sector energético (Hillary Clinton) y quienes se pretenden amurallar y fortificarse para una recrudecida ofensiva global (Donald Trump). Malas noticias para gran parte del mundo. Y para México, en un caso nos iría probadamente mal y en el otro seguramente también. Valdría la pena entender este escenario para reconocer la importancia de un nuevo acuerdo social en México y ganar el respaldo de una inteligente política de reformas que difieren del esquema del régimen en curso, que lejos de entender las condiciones fundamentales de la producción como base del crecimiento y el desarrollo, pensó en rematar los hidrocarburos para permitir el libre “dejar hacer y dejar pasar” de la economía política neoliberal que por lo demás no resultó por no entender el contexto glob@l y no representar el interés nacional con todo lo que ello significa.

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