EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Aspectos de la orfebrería contemporánea

Federico Vite

Enero 11, 2022

Migrar bordes (México, Nitro/Press, 2021, 107 páginas), del escritor José Luis Prado, es un artefacto que modula personajes y puntos de vista narrativos, básicamente contrapuntos, para generar tensión y suspenso en una historia que se aleja de la novela tradicional. Y solo ese aspecto ya me parece digno de atención. Desde su primer libro, Si algo ligero (2017), Prado propone estructuras dúctiles que analizan personajes ágiles y consuma así una poética de la celeridad (que no es prisa ni mucho menos veleidad o desdén por la literatura) en la que indaga siques aparentemente simples en escenarios cotidianos. Para fortuna de sus lectores, se aleja de los lugares comunes y del tratamiento manido de muchísimos autores que se regodean escribiendo con las mismas formas cansinas de siempre. Es decir, no encaran la labor de un escritor en tiempos de Netflix, Mubi, HBO, Twitter o Facebook. No encaran con los recursos de la literatura sus proyectos sino que imitan el decurso de la celeridad sin construir un modus operandi que facilite esa acometida. El caso de Migrar bordes es distinto. A Prado le preocupa la literatura, diversifica los recursos para darle forma y fondo a esta segunda entrega que perfila la apuesta de un escritor interesado en el andamiaje (estructura y continente) de sus historias.
Migrar bordes se despoja de viejas maneras. Prado construye una nouvelle que se fundamenta en estudiar sensiblemente a K., un hombre de mediana edad que está internado en un hospital siquiátrico, atosigado por el pasado, por una violenta ruptura amorosa, por los calmantes, por los médicos y por algunas visitas. Este personaje escribe notas (“Apostillas” / “Destellos”) para dar algunas novedades del mundo y gracias a ello, Prado enhebra una trama que no romantiza la locura ni mucho menos hace una apología del suicidio (tampoco hiperboliza el drama de una separación amorosa) sino que agrupa mediante diversos procedimientos cercanos al collage los puntos de vista en torno al objeto de estudio: K.
El autor orquesta en diez apartados, que fungen como capítulos, varios discursos, pero el más constante es un amigo de K. Ese amigo, que no es otra cosa que una voz de este proyecto coral, de múltiples reflejos, revela el núcleo de esta nouvelle:“Recordé que antes de casarse, mi amigo tenía un gusto por la escritura. Pero desconocía su importancia, ya que muy pocas veces habló de su trabajo literario, supongo que esto se debía a que la música fue la que marcó su vida; pensé, de cierto modo, que esta acción se correspondía con la de migrar bordes”.  Es decir, hablamos de la literatura como un secreto que se consuma sólo al leerse. No al escribirse, como muchos pensarían, sino al leer eso que el autor (K. y sus reflejos escriturales en este caso) escribió para sí mismo. La plataforma sobre la cual ocurre esta migración de bordes está en la lectura. Bajo esa certeza, el lector tiene en sus manos una caja de resonancias en la que se pueden apreciar muchas de las virtudes de Prado como narrador. Hablo de la concisión de la prosa y la habilidad para dotar de imágenes el relato. Cito: “Llueve en el pabellón. Los que están ahí lo saben. Mientras el patio se inunda, un hombre de exagerada blancura en su vestimenta camina entre los espejos que se han creado. Se detiene. Bajo la vista y siento la complicidad de su mirada”.
Destaco también la versatilidad de recursos con los que el autor analiza los detonantes de la escritura en los personajes del libro; me refiero a que se brinda un testimonio de la amistad, del amor en pareja, de la ingesta de medicamentos, de la soledad y la impotencia para sobrellevar la vida, pero por encima de todos esos vínculos que detonan la escritura se cuestiona la fuerza de la expresión escrita para sanar y devuelve así cierto poder a la lectura. La lectura es un sinónimo del silencio y el silencio una virtud mayor del lenguaje. Los motores de la escritura son la punta del iceberg. Esto afirma el autor: “La pérdida, como tema del relato, se ha repetido a lo largo de la historia. Diré entonces que K. se convirtió en un lector apasionado de la ausencia”.
Prado utiliza los vínculos humanos (¿qué otra cosa podrá ser la literatura si no es una descripción de los vínculos entre humanos?) para celebrar la belleza de los instantes que componen una vida. El personaje principal –todos los involucrados en el libro emiten una opinión sobre él– tensa la trama con su existencia, pensamientos, ideas y recuerdos. En suma: intensifica la escritura. El autor hace acopio de elementos, insisto, que no pueden ser comprendidos en la escritura tradicional, le abre la puerta a reverberaciones estéticas que rejuvenecen el rostro de esta empresa. Logra que esta caja de resonancias adquiera las virtudes de un artefacto lúdico. Por ejemplo, la intervención a una receta médica: “‘Indicaciones’:
Diazepam Leo 5 mg.: Tomar 10 mg. cuatro veces al día.
C16 H13 N2 CIO caracteres de la imprecisión vida a medias de un enfermo que no muere leo entre éstos la palabra CaNsanCIO”.
Reproduce visualmente, con la fórmula del medicamento, el efecto de la medicina en el paciente. Con elementos como éste, un fragmento dentro de un capítulo, un juego gráfico, la escritura fragmentada, el libro sale de la tradición aristotélica.
Otro aspecto que hace funcionar este artefacto es el aparente coro discursivo que da cuenta de la historia y propicia una sensación de movimiento. Por ejemplo, el amigo es una de las voces narrativas que intenta descifrar los motivos que llevaron a K. a un estado deplorable; desea saber si de verdad hay una historia escrita por K. Pero no tiene más datos, así que mediante el cambio de  voz narrativa y del punto de vista, se ofrece más información sobre el protagonista e incluso sobre algunos de los otros personajes que conviven con K. Cito: “La ficción me permite descreer de ése que teclea con la luz encendida a las 4:33 a.m. en un departamento alejado de la ciudad, que no está cerca de Albufeira, alguna de las ciudades que bordean el Macizo de Harz y tampoco en Cholula”. ¿Quién es esa otra voz? ¿Por qué está ahí? Esa voz queda en segundo o tercer plano durante la novela. Cede su espacio para que otros elementos homodiegéticos enriquezcan la propuesta. Gracias a ese recurso el lector ubica cada una de las etapas de la metamorfosis del protagonista. Para ilustrar esto, las virtudes del cambio en un personaje de apariencia estática, me remito al capítulo II. Especialmente en la sección Palo de rosa en la que Prado conduce al lector a la intimidad de K., una intimidad ruidosa, por cierto. “Trabaja en esa pequeña caja de resonancia, como si fuera posible que ahí vibraran las palabras escritas en un papel: una sinestesia del sonido. La caja de K. era un archivero mínimo de ruidos escritos en pedazos de papel pautado: tramas inocentes presentadas por la casualidad y capturadas por su intuición”. Ergo: Migrar bordes propicia una inmersión al ancla que es K. El lector está ante un artefacto que plasma una historia capitalizando muy bien la fragmentación como discurso, como dispositivo para crear suspenso y vertebrar así múltiples lecturas.
La declaración final de esta novela es testamentaria y evidencia el sustento del libro: “Necesitamos de los amigos como aquellos que nos corroboran. Aunque no podamos restituir lo perdido, sí podemos lograr que no se olvide; K. me dejó entrever que su silencio era otra forma de oralidad […]”. Quien abre y cierra Migrar bordes atestigua que la trama no es compleja, pero la literatura con la que trabaja Prado, como lo han hecho otros tantos autores recientes, no está en el qué (tema) sino en el cómo (procedimiento narrativo). Es decir, Prado crea un contexto a base de pasajes sensibles para sostener el núcleo: los nexos de K. con el mundo. Eso es lo plausible de este documento.