EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Astudillo, de Peña Nieto a López Obrador

Abelardo Martín M.

Octubre 23, 2018

 

 

Ha transcurrido la mitad del sexenio. Hace apenas tres años parecía que había todo el tiempo del mundo para resolver una problemática que, o se subestimó, o la soberbia que invade a la mayoría de los gobernantes al inicio de su mandato jugó la mala pasada de sobrevalorar la capacidad de los nuevos elegidos. La realidad aplastó al entonces nuevo gobierno y hace unos meses el electorado retiró su respaldo y dio la espalda al priísmo estatal y federal. Lástima que las lecciones lleguen tarde y ya resulten inoportunas.
El gobernador Astudillo tiene hoy todo en contra, pero paradójicamente también, todo a favor. Podrá argumentar avances, pero los resultados electorales son la mejor calificación y veredicto del pueblo. La interrogante es si podrá flotar el resto del sexenio con todo en contra, o con todo a favor, según se vea.
El tiempo avanza y va colocando a todos en su lugar. Habrá que renovar la esperanza y desear que los nuevos gobernantes no pierdan el rumbo, ni el timón, lo que es una constante muy humana. La asunción de cualquier gobernante al poder abre casi siempre un período de optimismo. Así fue en 2015, cuando Astudillo le arrebató el poder a un declinante PRD, luego de que once años antes él había sido el primer candidato perdedor en una entidad en la que nunca había sido derrotado el priísmo.
El retorno del viejo partido no era en ese momento sólo un fenómeno guerrerense. Había ocurrido en el escenario nacional en 2012, cuando el agotamiento del panismo luego de dos sexenios produjo lo impensable: la recuperación del poder por el partido que al cambiar de siglo había sido vencido luego de más de siete décadas de dominio absoluto en la vida política nacional.
Astudillo triunfó cuando a su vez el régimen de Enrique Peña Nieto se aproximaba a la mitad de su trayecto, pero también cuando había comenzado un claro deterioro que con el paso del tiempo se fue haciendo más grande e incontrolable. Sin embargo, todavía eran tiempos de optimismo que se traducían en victorias electorales cómodas. El propio Astudillo lo hacía notar cuando menospreciaba la capacidad de los grupos criminales ya muy enquistados en el territorio de Guerrero, y aseguraba que en un año tendría la situación de violencia y delincuencia bajo control. No ocurrió así por supuesto, y ahora más bien resulta difícil especular cuándo habrá condiciones de paz y tranquilidad en Guerrero.
Entretanto, las condiciones políticas del estado y del país cambiaron por completo; el priísmo volvió a ser derrotado, y en esta ocasión con una contundencia nunca antes vista. La nación eligió por una abrumadora mayoría a Andrés Manuel López Obrador como presidente, y en el Congreso federal y en los estatales llevó a gente de su movimiento político, al igual que en una gran parte de las alcaldías que se renovaron en muchos puntos del territorio nacional
Los días de gloria de Astudillo y de su partido tocaron a su fin. El Congreso de la Unión y el Congreso de Guerrero no son ya fuerzas a su favor, y en poco más de un mes dejará la Presidencia de la República su correligionario; todos estos espacios han quedado en manos del Movimiento de Regeneración Nacional, lo mismo que algunos de las alcaldías de mayor peso en el estado, como Acapulco, Iguala y Tlapa.
Político de toda la vida, Astudillo ha empezado a acomodarse a su nueva realidad. Por ello pudo reunirse con el presidente electo y con figuras de su gabinete como Olga Sánchez Cordero, futura secretaria de Gobernación, y dar con todos ellos una imagen de civilidad y búsqueda de acuerdos políticos. Le cae muy bien a la hora de la sobrevivencia política, que el nuevo gobierno ha tomado como una de sus banderas la legalización de la mariguana y la posibilidad de regular la amapola, causa ésta última que Astudillo había defendido desde hace un par de años. Por ello es que en su Tercer Informe, el gobernador pudo aseverar que los problemas del estado no son de política, sino de violencia, a la vez que presumió del descenso del impacto delictivo, en más de una cuarta parte durante el año anterior. Logros que en su caso difícilmente pueden acreditarse al gobierno estatal o a sus fuerzas de seguridad, pues como es fácil recordar, las fuerzas policiacas federales, militares y de marinos han debido hacerse cargo de las tareas de seguridad en muchos puntos del territorio, e incluso intervenir y desarmar a las policías de Chilpancingo, de Zihuatanejo y recientemente de Acapulco, ante la sospecha de que éstas tienen una relación de complicidad con bandas delincuenciales. En otros municipios más pequeños, en la Montaña o en la Tierra Caliente, esa connivencia es más que evidente.
Hasta aquí el medio sexenio del gobernador Astudillo, en que pudo más o menos navegar con el viento a su favor. Pronto veremos cómo le va con los nuevos aires que soplan en el territorio nacional. Conoceremos sus dotes de equilibrio en la adversidad política personal. Y sabremos, dirían los paisanos, de qué lado masca la iguana.