EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Aún hay razones para mantener la esperanza?

Jesús Mendoza Zaragoza

Diciembre 26, 2016

Cada ser humano que nace trae consigo un mensaje de esperanza. Nos dice que la humanidad sigue teniendo futuro. Lo que comienza con un nacimiento abre un horizonte en el que se despliega la vida como una gran promesa. El nacimiento de un ser humano revela un misterio oculto que sólo pueden percibir quienes aman la vida. El gozo que experimenta una familia cuando recibe en su seno a su bebé, tiene el efecto de proyectar hacia adelante una larga vida. Y también tiene el efecto de reforzar la esperanza; la esperanza de que el neo nacido disponga de las condiciones para vivir bien y la esperanza en que la humanidad tiene futuro.
La pregunta que hago ahora viene de nuestro contexto: ¿qué pasa con esa esperanza cuando la vida ya nace amenazada de muerte? Al menos, en Guerrero, muchos vivimos la experiencia de la amenaza y del riesgo de morir en cualquier momento. ¿Puede haber esperanza razonable cuando el clima de violencia y de inseguridad se mantiene y crece en muchas partes de nuestra región? ¿Podemos seguir esperando la paz cuando las instituciones públicas están tan maltrechas e inservibles para cumplir con sus responsabilidades en torno a la seguridad y a la sana convivencia social? ¿Es posible seguir esperanzados donde las mafias criminales han impuesto sus reglas y caprichos destrozando toda legalidad y la elemental gobernabilidad? Y, ¿qué esperar con esta sociedad tan ambivalente en la que abundan el miedo, la rabia y resignación y que no da señales ciertas de solidaridad y de cambio?
En definitiva, ¿hay razones para seguir esperando que se ponga a la violencia bajo control para que no vivamos más con las amenazas y los miedos encima? ¿Hay razones para que los empobrecidos puedan esperar un nivel digno de vida? ¿Hay razones para que los desplazados por la violencia puedan regresar a sus pueblos de origen? ¿Hay razones para que las familias de los desaparecidos puedan encontrar a sus tan buscados familiares? ¿Hay razones para que esta creciente epidemia de extorsiones pueda pararse? ¿Hay razones para esperar que la corrupción y la impunidad dejen su lugar a la justicia y a la honestidad? ¿Hay razones para creer que, por fin, los ciudadanos nos vamos a hacer responsables de contribuir con lo que nos toca?
Los cristianos estamos celebrando un nacimiento singular que, como todos los demás nacimientos, perfila la promesa de la esperanza. Ese nacimiento, el de Jesús de Nazareth, fue largamente esperado por el pueblo de Israel. Fue esperado por siglos. El pueblo de Israel apoyaba su esperanza en ese Mesías que le daría una nueva dimensión a su historia. Además, ese nacimiento ha sido reconocido durante más de 20 siglos por el mundo cristiano y ha forjado una esperanza específica, con un carácter espiritual y religioso.
Tiene un carácter espiritual, en cuanto que responde a una necesidad espiritual del ser humano y de toda la humanidad. La dimensión espiritual no coincide con la religiosa. Puede haber espiritualidad sin religiosidad y viceversa. La dimensión espiritual es constitutiva del ser humano y cada quien decide si la reconoce o la desconoce, si la cultiva o la descuida. Pero ahí está siempre. Y entre las necesidades espirituales que compartimos los seres humanos está la necesidad de esperanza. La esperanza como actitud básica que nos hace capaces de afrontar las dificultades y los obstáculos que encontramos para desarrollarnos como personas. Sin esperanza, nos paralizamos, nos quebramos, nos resignamos o nos violentamos. Sin esperanza, la vida se diluye y la conciencia se dispersa, sin esperanza no hay futuro posible y sólo queda refugiarse en el pasado.
A decir verdad, la frágil esperanza que campea en todos los rincones del país, sobre todo los más afectados por la miseria y por la violencia, está ante el riesgo del cinismo o de la resignación. La desesperanza nos pone en riesgo. Si, el maldito cinismo de quienes ya no creen en el futuro y, de manera desvergonzada, se acomodan a la mentira y a la corrupción con el pretexto de que no hay otra alternativa posible. O la desgraciada resignación de quienes asumen una muy cómoda y cobarde salida en el mundo de la indiferencia y de la pasividad.
Las esperanzas apoyadas en las posibilidades sociales, económicas y políticas cada día se van desdibujando. Parecen condenadas al fracaso. Eso pasa en muchas partes. Los políticos no están a la altura, los ciudadanos tampoco. Los empresarios están engolosinados en sus negocios, las iglesias están encerradas en sus feudos, las autoridades están en sus nidos de corrupción y la sociedad civil está muy fragmentada y no ofrece muchas opciones.
Por eso, los cristianos tenemos ahora la oportunidad de desempolvar hoy una actitud teologal que se nos ofrece para compartirla: la Esperanza. Si, la Esperanza, con mayúscula. Esa Esperanza es la que se ha construido desde un pesebre. Esa que llenó de esperanzas a los pastores que deambulaban en los campos aledaños a Belén y que, después, atrajo a los demás pueblos representados en los magos de Oriente. Es la decisión de Dios de rescatar al ser humano hundido en la desesperanza y que sólo requiere de la aceptación de cada hombre y de cada mujer para dejarse tocar por el Amor.
Esta Esperanza se apoya en lo invisible, en los recursos humanos y espirituales, invisibles e intangibles, no contabilizados, ocultos y a veces olvidados. Esta Esperanza, como actitud espiritual, la experimentamos cuando atendemos la vida interior y asumimos nuestra responsabilidad para transformar la realidad. Porque esperar es responsabilizarse y atreverse a mantenerse en esa actitud pase lo que pase y más allá de toda expectativa humana y social.
La esperanza forma parte del patrimonio espiritual de los pueblos, tan indispensable para el desarrollo, la lucha por la justicia y la construcción de la paz. Con la esperanza, los pueblos pueden vencer toda adversidad y no se resignan ante las dificultades. La esperanza es revolucionaria, es algo así como el oxígeno que necesitamos para mantenernos de pie. Por eso, los que dominan y engañan le apuestan a robarnos la esperanza para desvanecer resistencias y luchas.
Los cristianos tenemos la responsabilidad de dar razones de nuestra esperanza y de ofrecer esa energía tan importante a las mejores causas. Navidad quiere decir que podemos seguir esperando aún cuando no haya razones evidentes para seguir esperando.