Anituy Rebolledo Ayerdi
Septiembre 13, 2007
(Primera de tres partes)
Bartolo
La bailarina cubana Ninón Sevilla, quien junto con sus paisanas María Antonieta Pons y Rosa Carmina impusieron en México el
género de las rumberas, apalancará a Beny Moré durante su primera incursión en el país. Ella misma gestará una oleada de
bongoceros isleños como Manolo Hernández, Silvestre Méndez y los más tarde acapulqueños Enrique Tappan (Tabaquito) y
Pascual Capote (Chimmy Monterrey).
Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez, que tal era su nombre, nacido descendiente de esclavos en Santa Isabel de Las Lajas,
Provincia de Cienfuegos, el 24 de agosto de 1919, llega a México en 1945. Forma parte del Trío Matamoros, en realidad un
septeto de tres voces y cuatro instrumentos con el que graba su primer disco (Mexicanita veracruzana). El grupo triunfa en el
cabaret Montparnasse y es exclusivo del programa Max Factor, presenta, de la XEW, conducido por Carlos Amador. Bartolomé
optará por no regresar a Cuba una vez terminados los contratos.
Uno del grupo le reprocha duramente la deserción. “Vales por nosotros y como cantas se lo debes a Miguel (Matamoros). Solo no
llegarás a ninguna parte… ¡no nos busques cuando fracases!”.
–No es traición, mi socio –responde Bartolo como le dicen para abreviar el Bartolomé. Me quedo en México porque tengo novia
mexicana y deseo casarme con ella, ¡esa es la veldá, mi helmano!
–Ya que así lo decidiste, interviene Siro Rodríguez, quien lo había sacado de la calle y llevado al grupo, te voy a dar un consejo:
Cámbiate de nombre porque en México le dicen bartolos a los tontos y los burros y así ninguna mexicana te va a aceptar.
Bartolo, quien tenía como ídolo musical al clarinetista y director de orquesta estadunidense Benny Goodman, se bautiza en aquél
mismo momento como Beny. ¡Eso, a partir de hoy seré Beny Moré!, proclama orgulloso. Apellido del tatarabuelo esclavo hurtado
a sus amos los Condes de la Casa Moré.
Bonito y sabroso
Paradójicamente, el recién bautizado iniciará su carrera en México sin nombre. Lo hará en el anonimato del Dueto Fantasma con
el ya arraigado paisano Lalo Montané y cuyas noches serán memorables en el cabaret metropolitano Río Rosa. También en el
Waikikí, el Sans Sourci y el Minuit. (Sus éxitos: Mucho corazón, de la mexicana María Elena Valdelamar; Encantado de la vida, de
Justi Barreto y Rumberos de ayer, del propio Moré.
Vendrán luego las orquestas de Mariano Mercerón (Me voy p’al pueblo, de Mercedes Valdez), Arturo Núñez (Coco seco); Rafael de
Paz (Yiri yiri bom, de Silvestre Méndez) y Chucho Rodríguez (No me vayas a engañar, del propio director). Finalmente, la de Pérez
Prado con la que alcanza la fama en nuestro país.
Para Severo Mirón, claridoso periodista de espectáculos y compositor en sus ratos sobrios (Como un perro y Estúpido cupido), fue
Beny Moré quien condujo los primeros pasos de Dámaso Pérez Prado en México.
Él lo llevó a trabajar al cabaret El Zombie, del también cubano Heriberto Pino; lo hizo debutar en el teatro Margo de Félix
Cervantes y lo tuvo como pianista en las grabaciones de La Múcura, Las Mangoleles y Píntame de colores pa’ que me llamen
Supermán. Beny, por su parte, tocará las tumbadoras en la grabación de Que rico mambo, el primer éxito del Car’e foca, como le
decían a Pérez Prado.
Beny estrenará con aquél Pachito e’ché, Ensalada de mambos y Bonito y sabroso, número este último con el que se dará a
conocer más tarde en Cuba. Siendo Dámaso el Rey del Mambo, no faltará mequetrefe que bautice a Beny como Príncipe del
Mambo, título que él rechaza y entierra.
Pero que bonito y sabroso
bailan el mambo las mexicanas
mueven la cintura y los hombros
igualito que las cubanas
Con gran sentido del ritmo
para bailar y gozar
si hasta parece que estoy en La Habana
cuando bailando veo a una mexicana,
no hay que olvidar que México y La Habana
son dos ciudades que son como hermanos
para reír y cantar
Aún sobre las anatemas de la iglesia Católica contra el mambo, por ser “la viva encarnación de Lucifer”, el nuevo ritmo invade
México y el resto del mundo. Pérez Prado compone como poseído hasta que la Secretaría de Gobernación lo echa de México, en
octubre de 1953, acusado de haber tocado el Himno Nacional con ritmo de mambo. El lo negará, por supuesto.
La cubanada
Las oleadas de músicos cubanos a México, cargados siempre de novedades, se suceden a partir de finales del siglo XIX. Será así
como nos lleguen vía Yucatán el bolero y el danzón adoptados inmediatamente por el gusto mexicano para hacerlos más tarde
propios y entrañables. Muchos cubanos van y vienen mientras se quedan aquí. Entre estos últimos Absalón Pérez, director de
orquesta de la radiodifusora XEW y Consejo Valiente, Acerina, un timbalero maestro del danzón cubano. El ron Bacardí era ya un
viejo huésped mexicano y a su conjuro se reunía la tribu cubana para derrochar inspiración y alegría.
Juan Bruno Tarraza es otro. Contratado como pianista de Toña La Negra llegó para quedarse. La belleza de Acapulco lo
deslumbra declarándose “acapulqueño de corazón”. Se revelará como un compositor de primera línea: Alma libre, Como el besar
y Soy feliz. Un trancazo este último bolero en la voz sensual de María Victoria y sus vestidos pegados a la piel (“¡Es-que-estoy-
taaan-ena-mo-rada!”).
Pasa lista Mario Alvarez. Cantante y compositor a cargo de la editora musical de don Rogerio Azcárraga: Rumbo perdido, Sabor
de engaño, Vuélveme a querer y Qué más me da. Y uno más. Oswaldo Farrés, casado con Olga Guillot, cuyo bolero abreva en las
corrientes laristas: Acércate más, Toda una vida, No, no y no, Tres palabras y Quizás, quizás.
Beny Moré coincidirá en México con su paisana Isolina Carrillo, pianista del Conjunto Siboney, en el que canta Olga Guillot, autora
del bolero Dos gardenias, mismo que entrega para su estreno a la pasional Avelina Landín. No se le conoció otro y ni falta que
hizo.
Sorprende a nuestro hombre otro colega de Cuba, Roberto (Boby) Collazo, quien se da el lujo de componer durante una breve
estancia capitalina el bolero titulado La última noche. Generador hoy mismo de importantes regalías. Cosa igual había hecho diez
años atrás el también isleño Sergio de Karlo, con su inmortal Flores negras.
El deceso tres años atrás del compositor cubano Pedro Junco, un apuesto joven de 23 años, no deja de lamentarse en los corrillos
de la cubanidad distritofederalense. Junco es advertido del rápido contagio de la tuberculosis que padece en fase terminal y lo
primero que piensa es en su novia. Se despide de ella a través de un poema luego convertido en bolero eterno (“Nosotros, que
nos queremos tanto / debemos separarnos / no me preguntes más / No es falta de cariño / te quiero con el alma / te juro que te
adoro / y en nombre de este amor y por tu bien te digo adiós”). La anécdota no es del todo anacrónica porque la tuberculosis ha
vuelto a México más perra que nunca.
Con un pie en el estribo para regresar a su isla, el “largo lagarto verde” cantado por Nicolás Guillén, el otrora Bartolo participa en
la fiesta de la colonia cubana en honor de su presidente Carlos Prío Socarrás. Más que la recia personalidad del mandatario
caribeño, llama la atención su esposa, Mary Terrero de Prío, mujer hermosa y de formas rotundas. Y es que el escote de su
vestido entallado no dejaba nada a la imaginación. ¡Cosa más grande, caballero!
Invitado por el presidente Miguel Alemán Valdez, el sucesor de Fulgencio Batista, quien a su vez lo echará del poder mediante un
golpe militar, será recibido en el Palacio Nacional. Desde su balcón central, ante una multitud reunida en el Zócalo, pronunciará
un vibrante discurso en torno a la hermandad de los dos pueblos. Parafraseará al poeta cuando diga: “México y Cuba son de un
pájaro las alas”.
Cecilio Mendive Pereira fue una de las estrellas más celebradas de aquella reunión. Kiko Mendive, que tal era su nombre artístico,
había llegado a México años atrás para triunfar en toda la línea como compositor, director de orquesta, cantante, bailarín y actor
de cine. Tremenda la bis cómica de quien será el primer cantante de Pérez Prado: (México lindo y El caballo y la montura).
En una de tantas oleadas cubanas llegarán a México las jovencitas Celia Cruz y Elena Burke, no como solistas sino formando parte
del grupo sensacional llamado Las Mulatas de Fuego. Mas fueron sus muslos de ébano los que hicieron aullar a la galería del
teatro Follies Bergere, dirigidas por Facundo Rivero. El cuarteto vocal de este último será más tarde asiduo al bar acapulqueño El
Pez que fuma, de Manolo Pano.
Elena Burke, junto con Ignacio Villa (Bola de Nieve), serán más tarde artistas consentidos de Cardini Internacional, un exclusivo
cabaret de la ciudad de México. Algunos especialistas de la época consideraron a la Burke como la mejor cancionera de habla
hispana del mundo. Y no les faltó razón.
El Desfile de Exitos Musicales se publica por vez primera en México en 1948,con base en una investigación del periodista Roberto
Ayala en radio, sinfonolas y venta de discos. Este fue el resultado:
1.– Madrid, Agustín Lara
2.– Hasta cuándo vida, Chucho Rodríguez
3.– Me acuerdo de ti, Gonzalo Curiel
5.– Tu, ¿dónde estás?, Gabriel Ruiz
6.– Auque pasen los años, Eduardo Alarcón Leal.
A Beny no le había llegado la hora.
Durante sus seis años en México, Beny Moré participó en varias películas –El gran campeón y Quinto patio, entre ellas– y grabó a
dúo entre otros con Pedro Vargas (Solamente una vez, La vida es sueño y Obsesión).
El tenor continental le entrega a Beny las partituras para que marque sus entradas y salidas.
–¡Coño, maestro, esto está en chino!… ¡Yo la mera veldá no entiendo ni papa!
–¡Pero, Beny! ¿como le haces entonces para saber cuándo debes entrar y cuándo salir?
–Muy sencillo, Maestro, ¡cuando me lo dicta el cerebro!