Este 27 de septiembre se conmemora el bicentenario de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México que marca la consumación de la independencia nacional.
El concepto de Estado-Nación tiene más que ver con el derecho que con la realidad. México se independizó administrativamente de España pero hace doscientos años que sigue vagando errante en la búsqueda de su verdadera identidad. México es una nación que surge del choque entre dos civilizaciones. Somos el producto de varias raíces: somos indígenas y europeos; negros y asiáticos. No somos los pueblos originarios que habitaban nuestro territorio antes de la llegada del conquistador y tampoco somos europeos. Como buenos adolescentes, seguimos en conflicto entre la figura del padre y la figura de la madre. Ni los pueblos originarios eran sociedades ejemplares como románticamente se les quiere retratar ni los europeos vinieron a “civilizarnos”. México es un país mestizo: es la mezcla de varias raíces y gran parte de nuestra historia como nación la hemos pasado peleando entre nosotros por definir el modelo de país que queremos. Decimos sentirnos orgullosos de nuestras raíces indigenas, negras y asiáticas pero repudiamos a los “indios”, “negros” y “chinos”. Otros se sienten orgullosos de la raíz española pero reniegan de los “gachupines” y “gabachos”. Nuestros próceres, mujeres y hombres como cualquiera, son amados por unos y repudiados por otros. Los que aplauden a Juárez repudian a Díaz; los que veneran a Iturbide recelan de Guerrero. Los que idolatran a Cárdenas desconocen a Calles.
México es una joven nación con un pasado viejo y profundo. A mi parecer, la mayor grandeza de México radica precisamente en su diversidad y en su heterogeneidad. No somos iguales y qué bueno que no lo seamos. Somos una nación de naciones unidas por algunas referencias culturales indelebles como la Virgen de Guadalupe, el chile, la música popular y el maíz.
Qué une a un mexicano de Tijuana con uno de Tapachula? Su cultura, sus costumbres, el picante, quizás el gusto por Juan Gabriel o algún otro artista popular. México es un Estado adolescente que apenas da sus primeros pasos hacia la madurez. Imposible compararnos con estados como los europeos o la gran China que tienen miles de años debatiendo su modelo de convivencia.
La solución a nuestro problema de identidad no lo vamos a encontrar en leyes ni en Constituciones; no será con este o aquel partido político; nuestra identidad y lo que nos une como nación es la cultura en todas sus manifestaciones. La cultura no se detiene por fronteras inexistentes que crea la política; la cultura inunda, se contamina, se mezcla se convierte en otra sin pedirle permiso a nadie. Al final lo único que somos es nuestro canto y nuestro baile; nuestra comida: un queso de Zumpango, una cajita de arroz de Teloloapan, un relleno de cuche de Tecpan. Somos un bule pintado en Olinalá un tejido de Xochistlahuaca o un mezcal del Filo Mayor. Somos lo que crean las manos de las mujeres y hombres. Somos memoria viva y conocimiento que se transmite de generación en generación. Somos una tamborita de Arcelia y un sombrero de Tlapehuala.
El Estado mexicano, oficialmente, Estados Unidos Mexicanos, festejan apenas doscientos años de independencia. México como nación de naciones tiene miles de años formándose, transformándose y enriqueciéndose.
Cuando la política siga discutiendo el modelo que requerimos, la cultura seguirá andando su camino por las estelas de piedra labrada, los callejones de Taxco, el juego de pelota de Teopantecuanitlán los glifos submarinos de Puerto Marqués y los petroglifos de la sierra en La Pintada.
México es más que su Estado y que sus gobiernos. Nuestra mayor reserva de riqueza se encuentra en nuestros pueblos y comunidades; en nuestras colonias y barrios, en el bullir de un tianguis de Domingo y las fiestas patronales.
A doscientos años de nuestra independencia podemos gritar: ¡¡¡Viva la riqueza cultural de México!!!