EL-SUR

Lunes 06 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Biodiversidad y Jenga

Efren Garcia Villalvazo

Agosto 31, 2019

MAR DE FONDO

 

¿Quién no ha jugado Jenga? Es ese juego nacido en pleno siglo XX en el que hay que formar una torre con pequeños bloques de madera de unos cuatro dedos de largo por uno de ancho con el objetivo de ir quitando uno por uno tratando de guardar el equilibrio y que la torre no se derrumbe. El que haya quitado el bloque que provoca el derrumbe es el que pierde.
Jenga es una palabra swahili, un lenguaje bantu de muchas etnias del este y sureste africanos, que significa construir. Y es precisamente en África dónde este juego tiene su origen. Inventado por una mujer británica de nombre Leslie Scott, nacida y criada en África, el juego es una adaptación de un pasatiempo ghanés común en esa época y que aún se juega hoy en día: el takaradi. El jenga es un juego de habilidad física y mental, en el cual los participantes (que pueden ser de dos en adelante), tienen que retirar los bloques de la torre por turnos e irlos colocando en la parte superior, hasta que ésta se desequilibre y caiga.
Hasta aquí recorté y pegue de Internet para el artículo. ¿Por qué saco a tema el Jenga?
Hasta el día de hoy quizá el lector piense acerca de la biodiversidad como en un catálogo de fotos de animalitos lindos y plantas que sería lamentable que se perdieran, pero que no afectan la vida diaria de nadie como no sea tocando una sensible vena emocional y provocar alguna lágrima al ver la última fotografía de algún peludito de ojos grandes y de mirada acuosa. Este artículo busca cambiar esta percepción, pues es la que conduce al error y a la toma de malas decisiones.
Y es por eso que inicio con el juego de Jenga, en el que tres de las palabras vertidas son clave para entender cabalmente lo que representa la biodiversidad: torre, equilibrio y derrumbe.
La biodiversidad se construyó poco a poco, de manera natural, a partir de la última gran extinción a manera de una gran torre, la cual se mantiene –milagrosamente– en un muy precario equilibrio. Milagrosamente porque son tantos los factores en contra que es una apuesta contra toda probabilidad que la vida tal como la conocemos exista y siga existiendo. Es tan frágil.
Y sin embargo, toda esta miríada de especies, distribuidas a lo largo de los territorios más diversos que el clima y el relieve puede producir, se mantienen guardando una armonía muy frágil también. Las piezas tienen gran movilidad, unas se consumen a otras y otras degradan a las dos anteriores para construir tramas complicadísimas de las cuales, en muchas ocasiones, el consumidor final es el ser humano. Y esto es tan cierto que a las “piezas” les ha llegado a nombrar como “recursos naturales” y / o “servicios ambientales”, en el sentido de que le sirven al hombre. Irónicamente, ni siquiera por conveniencia esta especie les pone atención ni cuidado.
En días pasados apareció un informe que ha alarmado al ciudadano común y corriente, y que es el reporte de la IPBES (Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos) que menciona la inminente desaparición de un millón de especies y señala de manera importante cinco drivers mundiales como las causas fundamentales. Quiero referirme a una de ellas en la que más hemos insistido en el entorno ambientalista del municipio y no extrañaría que fuera común a todos los estados del país: el cambio de uso de suelo.
En el flaco supuesto de que exista un ordenamiento ecológico territorial o un plan director urbano que considere algunas zonas PCAN –protección y conservación de áreas naturales– con una categoría que le permita conservar la cobertura vegetal original o su función ecosistémica básica, el problema radica en que es sumamente sencillo cambiar este estatus de “protección”: solo hace falta convocar a una reunión de Cabildo y sin más argumentos que el interés por la creación de empleos y el desarrollo de la ciudad se logra el cambio de PCAN, o vocación agrícola o cualquier otra al de habitacional. El resultado es la liberación de territorios inmensos para el desarrollo convencional a un costo –económico– irrisorio y con un premio a los regidores que les alcanza para comprar carros y casas y aún así salir bien librados. O casi, porque aún con la corta memoria ciudadana con la que se cuenta en nuestro municipio no dejamos de recordar que los episodios de inundaciones catastróficas de la zona de Llano Largo tuvieron nombre y apellido. Y muchos cobraban directa o indirectamente del municipio.
Otra de las formas del cambio de uso de suelo de facto es la pérdida de superficies vegetales por deforestación y / o incendio, muchos de ellos provocados por la práctica ancestral del tlacolol para arrancar a terrenos de vocación forestal una cuantas mazorquitas para llevar de comer a la familia o quizá también algún cultivo ilegal. Uno solo de los actores en este drama de sobrevivencia humana puede ser responsable directo de la pérdida de centenares de hectáreas de árboles que liberan miles de toneladas de carbono a la atmósfera, dejarán de producir –al menos por un tiempo– grandes cantidades de oxígeno y por supuesto también dejarán de conducir agua de lluvia al suelo para la formación de los muy necesarios acuíferos y corrientes de agua de las que se alimenta toda la cadena alimenticia de las partes alta, medias y bajas de las cuencas hidrológicas. El humo que llegó a nublar la bahía de Acapulco procedente de los incendios del centro del estado nos demuestra que la atmosfera no tiene linderos ni reconoce fronteras, y que la afectación se extiende a lo largo de decenas de kilómetros cuadrados con partículas minúsculas que son factor importante para la aparición de enfermedades pulmonares. Es la muestra fehaciente de otros de los drivers mencionados en el informe y que tienen que ver con la contaminación atmosférica. Ya ni siquiera mencionemos los recientes incendios de la Amazonia en los cuales se está liberando cantidades ingentes de carbono que permanecían en un régimen de bajo retorno a la atmósfera al formar parte de la cubierta vegetal de esta inmensa zona que ocupa algo más de 7 millones de kilómetros cuadrados repartidos entre nueve países de Sudamérica.
¿Como no pensar en un Jenga al observar estos juegos de equilibrio precario en la naturaleza? ¿Como no hacer analogías sin fin al observar como una pieza está apoyada en la otra y que la caída de una supone la caída de muchas más? El muy mentado, malentendido y muy a la mano para impresionar “efecto sinérgico”, pero en su connotación negativa, que es la más común. Cómo no pensar que uno de esos bloques del Jenga –o varios – es la civilización humana y todo lo que consume y representa.
Una de las diferencias con el Jenga-juego es que ya desde ahorita sabemos quién es el que va a quitar la última pieza, esa que provoque que la torre entera se desplome. La otra es que no habrá ganadores.

Twitter: @OceanEfren

* El autor es oceanólogo (UABC), conservacionista y asesor pesquero y acuícola. Promotor de la ANP Isla La Roqueta y cofundador de su museo de sitio, además de impulsor de la playa ecológica Manzanillo.