Anituy Rebolledo Ayerdi
Septiembre 15, 2022
La parada
El desfile cívico del 5 de Mayo de 1920, conmemorativo de la Batalla de Puebla, cubre un breve recorrido por las principales calles de Acapulco. Lo encabezan el Cabildo en pleno y los mandos militares y navales. Al frente marcha el alcalde Juan H. Luz, embrazando adusto y orgulloso el lábaro tricolor.
Todos los funcionarios públicos del puerto despachaban entonces vistiendo el traje clásico , riguroso aún en plena canícula. El mayor número vestía telas de algodón, lino y buen dril en colores blanco, crema y caqui, aunque no faltaban quienes optaban por el negrísimo casimir inglés. Las camisas de seda y las corbatas chinas de fayuca, por supuesto, y los sombreros de fieltro o jipijapas, imprescindibles.
Por lo que hace a los contingentes escolares, los más disciplinados y gallardos, pertenecían a las escuelas Miguel Hidalgo e Ignacio Manuel Altamirano, para varones la primera y señoritas la segunda. (Ya mixta, esta última seguirá siendo la mejor durante todo el siglo XX y más). Al frente, una mínima banda de guerra ponía la nota sonora a la heroica recordación. Sus tambores enfatizaban una marcha –un dos, un dos– con pasos muy cortos afirmados con un deslizante pie derecho.
(¡Muchachos ba-bo-sos: el paso redoblado consta de 120 pasos por minuto, ni uno más ni uno menos! –corregirá mucho más tarde el profesor Ayala, de educación física–).
Estallidos
Un primer estallido hace retumbar la tierra provocando la algarabía infantil creyéndolo parte de la celebración. Enseguida, uno similar provoca un largo eco procedente del cerro de Las Iguanas (barrio del Hospital), en cuya línea recta se localiza el Palacio Municipal, por cuyo frente discurre el desfile. Un tercer estallido se materializa rozando con gran estruendo el tejado de la Casa Municipal.
–¡Son bombas de verdad!, ¡son bombas de verdad!, advierte a gritos un aterrorizado gendarme. ¡Corran, chamacos, corran, corran y métanse al palacio o la iglesia! (La Soledad). ¡Rápido, rápido, muchachillos, o no la cuentan! El los encabeza, por supuesto.
“Eran bombas las que cayeron cerca del desfile”, testimoniará el ex alcalde Jorge Joseph Piedra, pequeño actor de aquél drama. (En mi viejo Acapulco).
Los atacantes
–¡Qué pasa contigo, carajo!, eres bizco o dialtiro muy pendejo –reprende un superior al artillero del cañonero General Guerrero, nave desde la que se produce el ataque–. ¡El blanco está en el cerro de La Pinzona y tú le estás tirando al cerro de Las Iguanas, diametralmente opuesto, si serás pendejo!
–¡Perdón, mi teniente, pero es que me estorba el cerro!. Y tenía razón.
El ataque sobre Acapulco se había iniciado cuando la nave cañonera navegaba paralela a la península de Las Playas, buscando la entrada a la bahía. La cruel acción tenía como objetivo silenciar las comunicaciones de la ciudad con el exterior; básicamente la destrucción de la altísima antena telegráfica conocida simplemente como “La Inalámbrica”, localizada precisamente en el cerro de La Pinzona.
Muy de mañana de ese mismo 5 de Mayo habían entrado al puerto los mercantes San Basilio y Josefina, naves auxiliares del cañonero Guerrero. Viajaban en ellos las tropas del general Silvestre Mariscal, a la reconquista de Acapulco.
El cañonero Guerrero
El cañonero General Guerrero tenía en su haber acciones memorables al servicio del gobierno federal. Seis años atrás lo encontramos en aguas mazatlecas enfrentando ventajosamente al cañonero Tampico que ha sido tomado por los revolucionarios y al frente del cual se encuentra el joven teniente Hilario Rodríguez Malpica, veracruzano de 25 años. Lanza este un angustioso SOS al coronel Álvaro Obregón quien ordena de inmediato que uno de sus biplanos, El Sonora, tripulado por el capitán Gustavo Salinas, vuele en su auxilio. La crónica:
“El capitán Salinas se elevó a una altura de 3 mil pies mar adentro, hasta donde se encontraban el cañonero Guerrero al que arroja racimos de granadas. Sembró el pánico entre los soldados enemigos y una gran emoción entre los revolucionarios que presenciaron la hazaña”. ¿La primera batalla aeronaval de la historia?. No obstante, el Tampico será finalmente inutilizado por el General Guerrero, quedando a la deriva. La tripulación recibe la orden de abandonar la nave a la que se le han abierto las válvulas de fondo. Luego vendrá un desenlace con pinceladas de tragedia griega: el teniente Rodríguez Malpica desenfunda su pistola para llevarse a la boca y dispararla. Antes de ver su nave tragada por el océano Pacífico. El calendario marcaba el 16 de junio de 1914.
Frente al puerto
El cañonero General Guerrero penetra aquel 5 de mayo a la bahía de Acapulco y enfila sus baterías hacia los dos blancos ordenados por el general Mariscal: el fuerte de San Diego y el cerro de La Pinzona. Son tan malos los artilleros que algunas bombas no le atinan a la fortaleza pero si impactan en las calles. El pánico se apoderada de los haabitantes. Hombres, mujeres y niños huyen despavoridos siempre en dirección contraria a los estallidos. Madres desesperadas llaman a sus hijos con grandes voces e indagan los sitios donde se han refugiado los alumnos de tal o cual escuela.
–¡Maldito Mariscal, mil veces maldito!, ¿por qué nos haces esto, hijo de la gran puta?, –era el grito desgarrador de una mujer bajando como muchas en tropel de los cerros.
Las calles minutos antes repletas aplaudiendo a los contingentes del desfile lucirán vacías, impregnadas del olor a pólvora. Quienes no han podido llegar a sus hogares logran refugiarse en el Palacio Municipal y en el templo de Nuestra Señora de La Soledad. Allí, el padre Florentino Díaz ofrece, además de auxilios espirituales, atención a mujeres desfallecidas por la angustia o sometidas a agudas crisis nerviosas.
El ex gobernador Alejandro Gómez Maganda, otro niño de aquél desfile, confirma: “El cañoneo naval nos dispersó más que de prisa, dando fin a la importante ceremonia cívica, entre la confusión de las fuerzas militares, que tomaban dispositivos para resistir el desembarco” (Acapulco en mi vida y en mi tiempo).
El grito de “¡Maldito Mariscal, mil veces maldito!”, se repetirá aquel 5 de mayo una y otra vez, mil veces.
Mariscal, gobernador
Tres años atrás, el mismo Silvestre Mariscal compartía las funciones de jefe de Operaciones Militares y de gobernador de Guerrero. Despachaba en una casona de la actual calle Felipe Valle pues había declarado al puerto como capital de la entidad. Allí mismo se reunirá el Congreso Constituyente para promulgar en 1917 la Constitución Política de Guerrero y entre cuyos firmantes figuraron los diputados acapulqueños Simón Funes y Ricardo Uruñuela.
Instalados de vuelta los poderes en Chilpancingo, Mariscal durará únicamente dos meses al frente del Ejecutivo. El presidente Venustiano Carranza lo llama a Palacio Nacional para “arreglar asuntos urgentes”. En realidad, el Primer Jefe atendía las denuncias de legisladores y notables de Guerrero en torno al caos sangriento provocado por Mariscal durante su administración. Figuraban entre ellos, Eduardo Neri, Adolfo Cienfuegos y Camus, Héctor López y Custodio Valverde.
Lo previsto. Al llegar a la Ciudad de México Mariscal acude a presentar sus respetos al ministro de Guerra y Marina. pero no al presidente Carranza. Antes es arrestado por militares bajo los cargos de abuso de autoridad, usurpación de mando e insubordinación. Nombra a varios abogados para su defensa y entre ellos a su joven y bella esposa Eloísa García. (¡Desdeendenantes!)
Mariscal, libre
Acosado por los matones del Barbas de chivo, Alvaro Obregón huye hacia Guerrero disfrazado de maquinista de ferrocarril, en tanto Plutarco Elías Calles lanza el Plan de Agua Prieta desconociendo al presidente Carranza. Este, desesperado, no sólo ordena la libertad de Mariscal sino que lo nombra jefe de las Operaciones Militares de la entidad. Confía en que su amplio conocimiento del terreno y su fuerte liderazgo social le permitirán acabar pronto con Obregón y sus muchos seguidores. Será el propio Primer Jefe quien ordene al capitán del cañonero General Guerrero, Hiram Hernández, conducir al profesor atoyaquense a la toma de Acapulco.
Nomás diez disparos
Advertido de tal amenaza, el jefe de la guarnición acapulqueña, coronel Antonio Martínez, había dispuesto la reparación de dos magníficas piezas de artillería Chaumont Mondragón, emplazadas en la fortaleza de San Diego. Un trabajo impecable del licenciado Crisóforo Cárdenas Salas y del teniente coronel retirado Miguel Velásquez, revelados como formidables artilleros.
Llegado el momento, 10 disparos de aquellas bocas relucientes bastarán para dejar fuera de combate al cañonero Guerrero. El décimo le abrirá un boquete enorme sobre la línea de flotación, que lo obliga a retirarse humillado por dónde había llegado. Tras él irán los mercantes San Basilio y Josefina.
Ni p’al arranque
La algarabía de los porteños al terminar aquella pesadilla, con mucho susto pero sin ninguna víctima, no tendrá paralelo. El Zócalo se llena de música y los oficios religiosos en La Soledad lucen pletóricos como nunca.
–¡Ni para el arranque nos sirvieron esos hijos de la chingoncha!, –alardea Secundino, un viejo limonero carente de ambos brazos agitando triunfal sus muñones. Le decían El menos dos y ocupaba la puerta principal de la parroquia de La Soledad.
La fiesta se intensificará cuando se conozca el rescate de un grupo de jóvenes acapulqueños tomados como rehenes por Mariscal, Integraban la tripulación del barco guía de la Capitanía de Puerto. Ellos: Luis Mayani, Benjamín H. Luz, Juan Funes, Julio Vélez, José Díaz, Heraclio (Yaco) Bermúdez, Jesús García y Faustino Vélez.
De 50 a 60 bombas
El recuento de los daños sufridos por la ciudad durante el bombardeo, realizado por las autoridades civiles y militares, arroja cero víctimas y escasos los materiales. Eso sí, una gran peste a pólvora. Las mismas autoridades calcularán en 60 el número de impactos sobre la ciudad. Se festejará la reacción inmediata y valiente de la población toda, hombres, mujeres y niños, ante la agresión.
¡Bueno, bueno!
Huyendo a bordo del Guerrero, en las cercanías de Pie de la Cuesta, Silvestre Mariscal logrará comunicación hasta Chilpancingo con Álvaro Obregón. Lo hará para ponerse “¡a sus órdenes, mi general, para lo que usted disponga y mande!”
Señal de que la Inalámbrica seguía de pie, no así el honor y la dignidad de la canalla.