EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Brenda Navarro: la calidez del lenguaje

Adán Ramírez Serret

Abril 29, 2022

Cuenta Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982), que leyó en España la noticia de un joven que saltó de un quinto piso en Madrid. Fue en un barrio al sur de la ciudad, en donde viven los inmigrantes. El niño se paró en el aire acondicionado y de allí se aventó según relata un vecino. “Seis segundos y un cuerpo estrellándose contra el suelo”. A partir de aquí la autora de la maravillosa Casas va-cías, decidió escribir una novela.
Mientras leo la más reciente de Navarro, Ceniza en la boca, pienso en la calidez del lenguaje, en la forma en que nos habita la lengua y nos construye y nos da vida en los momentos más bellos y terribles de nuestra vida.
Ceniza en la boca –título bellísimo, por cierto– comienza como Casas vacías desde la mente de una de los personajes. Esta novela es acción. Las voces de las personas que rodeaban a Diego, el joven que saltó; su madre y su hermana cuentan esta novela a partir del recuerdo.
La historia de Diego y su hermana es la de muchas personas en México, pues su madre se va a trabajar a otro país y deja encargada a su descendencia con los abuelos, quienes sin duda intentan ocupar la figura de los padres ausentes; de la madre porque el padre ha desaparecido por voluntad propia, pero que por más que den amor y generosidad, siempre recordarán la ausencia.
Y en estos niños cuidados por abuelos, comienza a suceder otro fenómeno también muy usual, que la hermana se vuelva la responsable de la familia. Así, cuando el hermano menor, Diego, espera a su madre con ansias para Navidad, la hermana se hace responsable de la cena al saber que aquella no vendrá y que el niño estará profundamente triste.
Decepción tras decepción el niño está cada vez más desolado. Primero en México se siente solo y abandonado por su madre, y luego, ya en Madrid, se sigue sintiendo solitario y despreciado por los niños en la escuela.
Le apodan Culé no porque le vaya al Barcelona, sino porque él les dice a todos culeros en la escuela, palabra que en España no quiere decir nada como pendejo. Diego se agarra a golpes con frecuencia en la escuela. Y sucede también ese fenómeno tan usual de que nadie escucha a los adolescentes. No son ni niños, ni adultos, así que lo que digan es ignorado siempre. Una edad despreciada por la sociedad y completamente invisible.
La novela mediante las voces y los recuerdos de los personajes –de todas menos de Diego, quien se suicida–, nos muestran aquello que sólo puede ser claro en la ficción: ¿cómo pudo ser que nadie se diera cuenta que era obvio lo que iba a suceder? Porque a veces por concentrarnos tanto en los asesinos y en los victimarios olvidamos a las víctimas quienes parecen dirigirse –desde la perspectiva del futuro– directo a la tragedia.
Ceniza en la boca cuenta la historia de muchos migrantes que viajan en racimos de familia, pero que en otros países, mientras limpian baños y cambian pañales, descubren que aquella familia que pensaban tan entrañable, es, muchas veces, aquello que los destruye y no los deja crecer. Sin embargo, aquello que nunca los abandona y siempre tienen, es el lenguaje.
Porque al final lo único que tenemos, lo que nadie nos puede quitar es la lengua, nuestro acento y nuestras palabras. Aquel lugar donde habitamos con la gente que queremos y que nos quiere. Aunque ya no estemos, aunque ya no esté. Allí, puede haber paz y calidez por terrible que sea la realidad fuera de nosotros.

Brenda Navarro, Ceniza en la boca, Ciudad de México, Sexto Piso, 2022. 192 páginas.