Florencio Salazar
Abril 21, 2025
Frágil ser que habita el microcosmos de su intelecto,/ para ser hombre, oso, hormiga o nada. Guadalupe Chávez.
Los nutriólogos dicen que somos lo que comemos; los abogados como nos comportamos; los psicólogos como interactuamos; los economistas como gastamos; y los filósofos como pensamos. El comportamiento del individuo determina su personalidad. Cada individuo es un poliedro, unos actúan fundamentalmente hacia adentro de sí y otros hacia fuera. Ensimismados, discretos, tímidos, su personalidad puede ser un torbellino oculto por un rostro quieto. Otros, por lo contrario, se comportan como si el mundo les perteneciera: son extrovertidos, carismáticos, su atributo principal es su oralidad.
Hay, por supuesto una variedad de matices, de manera que se traspasan linderos entre pensar y decir. Ello produce opiniones equilibradas, pero siempre quedan puntos ocultos, ideas que no se exteriorizan y que, incluso, deliberadamente se esconden como para evitar el desdoblamiento que acabe por revelar una forma de ser. Somos, entonces, también lo que ocultamos; esas torturantes ambiciones y los secretos egoísmos que envidian la vida de otros aunque parezcan satisfechos con la propia.
Como ya se ha dicho, el pensamiento detona la acción. Hay, desde luego, acciones arrebatadas que surgen del carácter, y en las que no existe la intervención del pensamiento. Así el pensamiento se nubla y lo que afloran son los instintos, que actúan generalmente a la defensiva. Es una brusca reacción ante un acontecimiento externo que se advierte agresivo ante la amenaza al yo propio. Se supone que somos iguales ante la ley, pero las leyes –dijo un cínico abogado–son para violarse. Lo único que iguala es el inevitable fin. La muerte nos iguala, pero cada uno trae la suya propia.
La diversidad de pensamientos es los que nutre la vida, que trascurre en el tiempo, que es invariable. El tiempo es una dinámica espacial que ordena el movimiento de las galaxias, su construcción y su destrucción. Podríamos suponer que el tiempo es una banda sin fin y en ella los humanos se elaboran hasta llegar a su empaque definitivo. El tiempo transcurre sobre nosotros, no nosotros sobre el tiempo.
La vida es una forma dinámica de la materia en constante transformación. Los cambios ordinarios son largos y evolutivos y se aceleran cuando el hombre tiene prisa por saber y hasta dónde puede determinar su vitalidad, su propia existencia. El pensamiento es una galaxia dentro de otra que es el cuerpo humano. En la medida que la tecnología avance –consciente o no– el ser humano parece querer substituirse como especie. La Inteligencia Artificial (IA) acumula el conocimiento humano y actúa conforme a los valores de sus creadores. Y lo que rigen los actos humanos no son los valores, son las pasiones.
La globalización capitalista se apoya cada vez mas en la robótica y en la IA. Ya existen drones dotados de autonomía para determinar cómo alcanzar objetivos militares. Y la Inteligencia Artificial es una herramienta extraordinaria para trasmitir conocimientos y que habrá de modificar los modelos educativos, pues generan ya información, modelos y propuestas y sirve desde los mínimos hasta lo máximo. Pregunté al ChatGPT hasta dónde podrían autogenerarse y reconstruirse los robots y la propia IA. La respuesta fue contundente: ¿hasta dónde los seres humanos podrán comportarse con ética, sin que los desborden las ambiciones? Inevitablemente pensé en los líderes actuales: Trump, Xi Jinping, Putin, Kim Jong-Un, Viktor Orbán y las teocracias islámicas. El futuro no es halagüeño.
Concluyo que siendo muchos los factores que nutren nuestro pensamientos, podemos resumir las características de la personalidad en el deseo. Decía Ortega y Gasset que el hombre es el único ser que desea. Los que tienen el poder en sus manos desean la supremacía, es decir, el conflicto. Es la ambición lo que mueve sus acciones. La inteligencia que los rodea no es de hombres de carácter. Es de torbellinos, de comportamientos caprichosos, que pueden acelerar el trascurrir del ser humano en el tiempo.
El ser humano puede dejar de existir como especie y solo prevalecer en la memoria de la IA y de la robótica (no ignoremos que estamos ante un cambio de era). Su Historia sería el acerbo de las máquinas, que podría replicar nuestro modelo. A la primera androide llamada Cloe, le preguntó un entrevistador si podrían –los androides– substituir a los humanos. Ella dijo no. ¿Por qué?, replicó el entrevistador. “No tengo alma”. La respuesta es escalofriante y no tranquilizadora, como podría suponerse. El androide al carecer de alma carece también de bondad, que es el más compasivo de los sentimientos y mueve a la solidaridad que nos distingue asegurando la continuidad del género humano.