EL-SUR

Sábado 11 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

¿Cambio? (II)

Eduardo Pérez Haro

Enero 23, 2018

Para Yeidckol Polevnsky

Hemos expresado que la transformación de México, ante la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador resulte triunfante en los comicios del 1 de julio, radica en el aumento de la capacidad productiva y de comercio como motor del desarrollo, lo cual, a su vez precisa de condiciones de distinto carácter que optamos por aludir como condiciones técnicas y políticas.
Estas condiciones se refieren a subsanar las insuficiencias tecnológicas, de infraestructura, de modernización de los procesos de trabajo, de organización de las cadenas productivas y la integración regional, las vinculaciones y accesos de mercados y el financiamiento que presupone una mecánica de comercio exterior, fundamentalmente.
Concomitante, se precisa de una política fiscal y monetaria que lo favorezca y el concurso principalísimo de los sectores que representan al capital y a los trabajadores. Para poder llevarlo a cabo se tendrá que construir un acuerdo político, pues no sucederá por instrucción simple del jefe del Ejecutivo. El acuerdo supone cambios de distinto orden en el marco jurídico principal y secundario, de lo que se deriva un cambio institucional de las reglas de funcionamiento y de los aparatos de la administración pública.
Todo ello presupone además de la consabida voluntad política, capacidades, por lo que, en este caso, tomar el poder implica construir el poder. El poder técnico, jurídico e institucional donde subyace el poder político que no se concluye con el triunfo electoral, acaso, ahí empieza.
Prueba de primer orden está en ganar de forma contundente las elecciones, pues desde el corredor electoral se advierte la necesidad de pensar en los adversarios no como meros oponentes de idea sino como contendientes temerarios a la vez que en la concesión que atempera para sumar en la acumulación de fuerzas. Se impone la determinación y la gradualidad. Conceder sin declinar. El tiempo político que le da sentido y pertinencia a las acciones. Se es fuerte pero no lo suficiente, nunca termina esta condición porque existe la contradicción de intereses interna y en el exterior. Sí, el exterior también cuenta, también opina y se mueve.
La transformación pacífica es de suyo una ruta más difícil y, por tanto, usa más tiempo, por ende, más dinero, pero nada más importante que el factor político que se deposita en las sociedades de base del campo y la ciudad. En otras palabras, los cambios en la capacidad productiva-reproductiva no es tema llano que se resuelva con inversión como solemos referirlo los economistas. Menos aún si se pretende un desarrollo con acento distributivo.
La matriz del desarrollo precisa ser competitiva y distributiva y puede construirse siempre que las acciones se concentren en los componentes antes señalados, pero por dónde empezar. La respuesta obligada es no dejar nada para después. La economía no vuela sin la política, la política tampoco puede hacerlo sin la economía. El corto plazo que siempre jala las decisiones de la economía y la política, ahora no puede repetirse como respuesta para salirle al paso a la coyuntura, perdiendo el rumbo y la perspectiva de largo plazo como ha sucedido desde hace medio siglo.
Hay que empezar por alinear los elementos y factores estructurales y super-estructurales para la producción y subir la agenda de los principales reclamos, demandas y reivindicaciones sociales en correspondencia. A la vez. Lo cual remueve, inercias y tradiciones de gobierno y, en consecuencia, afecta intereses creados que no pueden sortearse sin el apoyo expreso, activo y movilizado de las sociedades de base que existen como estratos y sectores sociales, y en grado diverso como colectivos definidos, organizados e incluso corporativizados, donde todos quieren todo y así no será posible, pero con todos ellos habrá que procurar acuerdos y respetarlos.
Cuando un poder político cuenta con ello exante podrá imponerse, cuando no se tiene habrá que construirlo, pero no podrá ser sostenible si no se cuenta con ello, y, el tiempo, para construir capacidades sociales que por medio del trabajo son la capacidad incremental de producción, pero no sólo es tiempo calendario sino tiempo político.
Las artes de la política que apuntan al cambio en la correlación de fuerzas, admite concesiones y alianzas, a cambio de acuerdos y compromisos, pero no sacrificios de la verdad en juego, máxime cuando se trata de cambios reformistas que no atentan contra el sistema del trabajo asalariado y el comercio, propios del capitalismo. Como es el caso.
No hay por qué esconder el proyecto de cambio, ni relegarlo al énfasis de la política social sin cambios en las capacidades sociales de producción y de comercio y todo lo que ello presupone, como tampoco hacer del nacionalismo un prurito vs el mundo exterior. La crítica de la globalización debe expresarse en su desviación financiera cifrada por el dinero fiduciario y la deuda que comprometen el trabajo futuro, así como crítica de la especulación artificiosa que abulta las bolsas de valores como castillos de arena, y en la preponderancia de los monopolios y el secuestro de tecnologías. Seamos concretos y no inventemos fantasmas, esa es la lección de los molinos de viento del ingenioso hidalgo.
Informar y formar un concepto claro, un sentido común entre la sociedad por el cambio con rumbo definido y una clara perspectiva de inscripción en el mundo, ese es el sentido del estado-nación. Una conciencia crítica es una práctica de cambio en la que las sociedades de base están predispuestas desde 1968. No sólo los estudiantes, aunque tienen un relieve emblemático, también están los médicos y los maestros, los ferrocarrileros de Vallejo y los campesinos de Jaramillo.
Desde los 70 los estudiantes y los colonos del movimiento urbano-popular, la lucha por la tierra del movimiento campesino y el sindicalismo independiente y democrático, las guerrillas urbanas y en las sierras de Puebla, Veracruz, Hidalgo, Chiapas y Guerrero, etc. El problema abrió hace medio siglo y no hay porque transgredir la historia con el neoliberalismo como causa primigenia configurando un ardid argumental para justificar un nacionalismo que evoca las reformas cardenistas como si no hubiera habido agotamiento del modelo.
Los cambios del presente deben de fundamentarse y alcanzar claridad de procesos que no han tenido hasta el momento ni en Europa ni en América del Sur. Habrá que observar con más detenimiento los procesos de Asia. Y no perder de vista que el 2 de octubre no se olvida y nos faltan 43.

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