EL-SUR

Lunes 06 de Mayo de 2024

Guerrero, México

Opinión

Carlos Biro y lo impermeable al olvido

Ana Cecilia Terrazas

Octubre 07, 2023

AMERIZAJE

 

A Cynthia y Susana

Varias semanas después de su partida, este espacio dedica con enorme honra algunos apuntes no académicos al doctor Carlos Biro Rosenblueth, genio, maestro, padre y tutor.
En bachillerato, Biro decidió cambiarnos la tediosa materia de Anatomía, Fisiología e Higiene para formarnos como “trabajadores primarios de la salud”. Sabía que lo aprendido en ese año escolar debía ser inolvidable y útil porque había cuidadosamente analizado, durante sus tantos años de docencia, la importancia del proceso educativo en función de su cruce con las habilidades reales para la vida cotidiana, siempre desde una inédita congruencia ética y social con la comunidad inmediata, con México, con la humanidad, con el planeta. A Psicología, Biro también la transformó en el curso para ser “trabajadores primarios de la salud mental”.
El doctor Carlos Biro, arremangado para hacer trabajo psicosocial en las comunidades más pobres de los cinturones marginados de la zona metropolitana y el valle de México, diseñó junto con José Cueli un modelo piscosocial único, convencido del reconocimiento de lo singular como única posibilidad para alcanzar la igualdad.
Sin duda, Carlos Biro es uno de los cerebros más rotundamente luminosos que este país ha visto y quien logró tocar, afortunadamente, lejano de los reflectores, a decenas de pacientes y a centenares de personas, alumnas, alumnos, médicos, integrantes de las comunidades en las zonas del lago de Texcoco, la colonia Del Sol, el Bordo de Xochiaca, ciudad Nezahualcóyotl, Chimalhuacán y San Agustín Atlapulco.
Dijo para esta columnista el 3 de septiembre pasado, desde Santa Mónica, California, uno de sus alumnos más brillantes en la Escuela Moderna Americana, el cineasta Salvador Carrasco:
“Un día que lo visité en su consultorio me ofreció la opción de continuar con nuestra amistad o volverse mi terapeuta, pero no ambas porque son y deben ser incompatibles. Lo pensé por medio instante… Lo primero. Y nos fuimos al centro de Coyoacán a comer huauzontles capeados. No obstante, nunca dudé en remitirle como pacientes a la gente más importante en mi vida. A todos les ayudó a ver la luz, a veces en detrimento de mis relaciones con ellos. Ni hablar, de eso se trata la verdadera integridad. De Biro aprendí que la clave de una relación de pareja es no necesitar al otro (…). Nunca olvidaré cuando Biro me dijo con convicción total que, basado en la experiencia de haber tratado a miles de pacientes como sicoanalista, preferiría que alguien matara a su hijo, a que su hijo matara a alguien. El día del terremoto en la Ciudad de México que sepultó a miles de habitantes (el jueves 19 de septiembre de 1985 a las 7:17 am) estábamos en clase de sicología y, para distraernos, Biro se puso a contar chistes obscenos entre gritos, el crujidero de lámina y pupitres rebotando contra la pared. Cuando habló en nuestra graduación, se le acabó la inmunidad al contar el chiste de Annie Hall del tipo que está convencido de que su hermano está loco porque se cree gallina, pero no lo va a institucionalizar porque necesita los huevos. Lo dejaron ir –el mejor maestro que jamás tendrá esa escuela. Buena parte de lo que decía en clase ofendería hoy a medio mundo y, sin embargo, como siempre auguró, ‘muchos de ustedes se van a acordar de mí y de lo que les acabo de decir cuando les pase en la vida’. Heme aquí, décadas después, tratando de enfocarme en mi pantalla a través de córneas humedecidas; corroborando el que, como pone en evidencia a pesar de su partida mi maestro y amigo, algunos seres irreversibles nunca se olvidan, e infinitamente agradecido por la huella que deja Carlos Biro en los que tuvimos el privilegio de que penetrara de lleno en nuestras vidas”.
Hace unos días, hijas, hijos y la familia más cercana hicieron un pequeño viaje a donde él disfrutaba mucho ir, a Akumal. Ahí, cuenta su hija Cynthia, “la despedida de mi pa’ fue perfecta… Nos pasamos una semana recordando cosas, viendo fotos y sobre todo agradeciendo haber compartido la vida con él. A mí me sirvió muchísimo para recuperar al papá de toda la vida”.
Como tataranieto de Freud, gran psicoanalista a su vez, Biro descubrió pronto que, para no olvidar alguna información, algún pedazo de conocimiento, había que dotarlo y recargarlo de elementos que apelaran a nuestras emociones más sensibles, experienciales. Casi todos sus cursos se volvieron, entonces, como él: absolutamente memorables.