Jesús Mendoza Zaragoza
Febrero 21, 2005
Ciudadano gobernador electo:
Tuve la fortuna de participar en las pasadas elecciones del 6 de febrero como funcionario de casilla y de palpar un aire esperanzado en mucha gente que acudía a emitir su voto. Acercarse a la casilla a votar parecía un ritual religioso inspirado en la esperanza de que las cosas pueden cambiar para bien de todos los guerrerenses. Y el gesto de votar era como un exorcismo contra la corrupción y los abusos de poder que pesan sobre este pueblo suriano y una invocación a la justicia y al respeto de los derechos de todos, especialmente de los pobres.
Quiero felicitarlo porque no prometió cosas, ni “huesos”, ni ventajas personales, y sin embargo movilizó a la gente porque ofreció algo muy anhelado en el fondo de las conciencias: dignificar al pueblo de Guerrero. Sí, antes que dinero la gente necesita reconocer y valorar su propia dignidad. Y la gente que reconoce su dignidad ya no se deja engañar por las promesas de siempre ni está al acecho de las migajas que caen de la mesa de la clase política, sino que está dispuesta a sentarse para compartir un mismo destino. Un plan de gobierno que privilegie la dignidad humana en todo tiene buenos augurios, porque estará basado sólidamente en la valoración de las personas, de las familias y de la sociedad entera. De ahí que esperamos un gobierno en el cual se promueva la dignidad humana convocando a la participación de todos, sin importar diferencias culturales, económicas y políticas. Para dignificar a la gente, la clave estará en la participación, superando viejas inercias humillantes que se han heredado como el paternalismo, el corporativismo, el clientelismo y la oferta de privilegios.
Una mística es necesaria para promover la participación de toda la sociedad. Que el gobierno tome el lugar que le corresponde y no invada las responsabilidades de la sociedad y que se mantenga en actitud de servicio coordinando los esfuerzos de todos. Creo que esta mística logró atraer las conciencias y las voluntades de muchos que están hartos de ser ignorados sistemáticamente en la vida pública. Y la significativa participación en las urnas es una primicia de que la participación de la sociedad puede crecer en orden, para colaborar con un gobierno legítimo en lo que mejore las condiciones de vida de todos. Es necesaria una participación real, lejos de las simulaciones de siempre, en la elaboración de los planes de gobierno, en su ejecución y evaluación. Tiene que sentirse y privilegiarse el protagonismo de la sociedad civil y superarse el monopolio de los partidos políticos en las decisiones importantes que haya que tomar.
En otro orden de cosas, se necesita recuperar la ética en la política en general y en el gobierno en particular. Todos intuimos que los niveles de corrupción en diversas instancias del Gobierno del estado han sido factores decisivos del atraso social que sufrimos, y que ha pesado mucho el que la política se siga pensando al margen de la ética. Definitivamente, la gente no tiene confianza en los políticos, que se han ganado a pulso el desprecio y han producido apatía y cinismo en todas partes. Pero es tiempo de darle a la política un rostro nuevo, distinto, y atrayente. Y cuando la autoridad pública se va revistiendo de autoridad moral ante la sociedad, redunda en capital político para la sociedad y para el gobierno. Y necesitamos un gobierno fuerte, no tanto porque tenga el control de la vida pública sino por su altura moral que le da credibilidad pública y le acarrea la adhesión de la sociedad.
Usted Zeferino, tiene la gran oportunidad de movilizar a todos para trabajar, de manera que nadie se quede con los brazos cruzados. Muy lejos de tintes mesiánicos, que son siempre nocivos para la sociedad, ha sido puesto en un lugar de gran responsabilidad, que quizá en su fuero interno le llegue a espantar por las inmensas expectativas que la gente ha puesto en su próximo gobierno y por las enormes dificultades que le esperan para abatir los añejos cacicazgos y los grupos de poder que han incidido en el control perverso y corrupto de la autoridad. Pero hay que acotar estas expectativas: lo que la gente le pide no es mucho, sino todo. No le exigirá más de lo que está en sus manos, sino sólo lo que tiene en ellas, el poder de servir a un pueblo al que se le ha negado por mucho tiempo el pan y la justicia. Y por otro lado, la gente sabrá responder y respaldar a quienes se ponen al lado de los intereses de las mayorías.