EL-SUR

Jueves 25 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Casinos

Anituy Rebolledo Ayerdi

Abril 05, 2007


(Segunda de tres partes)

El juego en Acapulco
Los juegos de azar con apuestas se han practicado en Acapulco desde siempre, antes y después de la prohibición. Ora en forma clandestina, ora mediante el disimulo de las “autoridades competentes”, ambas permeadas por la corrupción.
Se ubican entre estas los atractivos torneos de gallos con “brincos” anexos donde se juega en grande a las cartas y a los dados.
Fueron famosos en el pasado los palenques de Los Bajos del Ejido, La Sabana, San Jerónimo de Juárez y el fatídico de la Nao de Manila en Caleta. Persisten los de Chilpancingo e Iguala al amparo de las navidades el primero y de la Bandera nacional el segundo. Y cien más…
Durante la Gran Guerra y luego la posguerra, incluso ya muy entrado el medio siglo, los casinos disimulados tuvieron en Acapulco un esplendor inusitado. Operaron en casas con portones exhibiendo poderosos escudos heráldicos y en barcos navegando en aguas internacionales. La supresión llegará en ambos casos más tarde que temprano, a través de operativos espectaculares por parte de una policía incrédula y renuente.
Una de tales acciones tuvo lugar en 1956 con el cierre de un casino instalado en una residencia palaciega de la península de Las Playas. Como correspondía a la trama, los únicos arrestados fueron varios jóvenes “pertenecientes a las mejores familias del puerto”, según una reseña periodística. Se les acusó no de tahúres sino simplemente de mirandillas.
Usando su información privilegiada, el alcalde Mario Romero Lopetegui llama preocupado al padre de uno de aquellos muchachos, amigo suyo, para darle la mala nueva. Se trataba más bien de una disculpa anticipada por no poder ayudarlo tratándose de un asunto de la esfera federal. La respuesta inesperada de aquél lo dejará patidifuso.
–Muchas gracias, Mario, te lo agradezco en el alma. Óyeme, ¿ no sería posible que influyeras para que ese “vago-baquetón-bueno para nada” se quedara una temporada en la cárcel? ¡A ver si así se compone el cabrón!
El aludido es hoy un respetable hombre de negocios, opositor por cierto al proyecto de casinos para Acapulco.
El señor ministro
En otra ocasión fue allanada por la Policía Judicial Federal una residencia, por el rumbo de Caleta donde operaba un garito. “La casa de todo un señor ministro”, se cuchicheó maliciosamente .
Efectivamente, pertenecía al que había sido secretario de Hacienda del presidente Miguel Alemán, Ramón Beteta Quintana, rentada a personas que pretendieron usar ese nombre como patente de corso. La policía cargó con todos y con todo aunque finalmente sólo aparecieron tras las rejas el periodista Abel Espinosa y cuatro mirones.
Al colega Espinosa no le valió esta vez blandir su cámara con fogonazos cegadores pregonando una exclusiva para su publicación. El truco le había funcionado en varias ocasiones anteriores. Para su mala fortuna resultará policía encubierto el croupier de la mesa de poker con el que había tenido un altercado minutos antes.
Acapulco tuvo dos casinos en el siglo XX cuando tal nombre no era ilícito y tampoco pecaminoso. El Casino de Acapulco de 1902 fue destruido por el fuego apenas inaugurado y el Casino de Acapulco de 1947 sobrevivió poco más de un lustro en el actual edificio Pintos (plaza Álvarez). Los juegos más diabólicos en ambos establecimientos fueron el billar, el dominó y el cubilete.
Exótico y novedoso fue el sistema impune de apuestas ideado por el estadunidense Blumy Blumerthal, creador del cabaret Ciro’s del hotel Casablanca (réplica del Ciro’s del hotel Reforma de la ciudad de México). Las carreras de tortugas, importadas quizás de las islas del Pacífico, ofrecían bolsas en dólares además de una prolongada excitación para los apostadores, mucho mayor que en los caballos y los galgos, por ejemplo.
El primer casino formal para Acapulco fue concebido por el general Juan Andrew Almazán, secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del presidente Ortiz Rubio (1930-1932). Formó parte de un proyecto de planificación del puerto, incluidas la hoy costera Alemán y el hotel Papagayo. El Casino de Acapulco se erigiría en todo lo alto del cerro El Herrador (hoy palacio municipal) con acceso mediante rampas y lujo oriental.
Vendrán luego la prohibición y el cambio de chaqueta del militar de Olinalá, Guerrero.
Sobre las olas
Los juegos de azar en los años cuarenta y cincuenta se practicaron aquí sobre las olas. Embarcaciones habilitadas como casinos eludían la prohibición operando en aguas internacionales sin dejar de ser ello un mero subterfugio. Dos célebres fueron los yates El Corsario y La Bernita.
El Corsario efectuaba cruceros entre Acapulco y Los Angeles, California, con una permanencia de tres días en el puerto. Una vez traspasada la línea internacional, hermosas edecanes conducían a los visitante al bullicioso salón de juego. Ahí, las delicadas fragancias femeninas se mezclaban con el olor amargo de la adrenalina, mientras que el hombre de la ruleta imponía su orden cuartelera: ¡Le jeux son faits… rien ne va plus!
Las copas chatas de champaña, todavía no alargadas como alcatraces, eran portadas por delicadas manos femeninas como si se tratara de cálices sagrados. Los vasos jaiboleros, largos pero con escaso volumen, contenían mezclas variadas, pero particularmente una concebida seguramente por los dioses celtas: güisqui con agua.
Una noche de 1949, El Corsario recala a puerto por la Boca Chica iluminado por la hermosa la luna de octubre. Un impacto brutal sacude su estructura inclinándola peligrosamente sobre babor. El pánico se apodera de los pasajeros buscando asideros con desesperación, lanzándose muchos de ellos al agua. No habrá víctimas mortales pero sí lesionados.
Los acapulqueños comentarán al día siguiente el percance. La embarcación no había chocado con algo parecido a un iceberg como el Titanic sino con la pinche “piedra ahogada” (perceptible únicamente con la marea baja). Herido de muerte, El Corsario encallará en la Ensenada de los Presos, donde será saqueado despiadadamente.
Otro célebre casino flotante fue el yate La Bernita cuyas mesas de juego se abrían incluso anclado en la bahía. Para quienes abordaban la embarcación con intenciones de jugar más a la lujuria que al azar, la casa ofrecía sacerdotisas del amor de “las razas más exóticas del mundo”.
Atraído por la tentadora oferta y figurando entre sus fantasías sexuales socializar con una mujer africana, un joven acapulqueño (luego juicioso empresario) abordó La Bernita para desembarcar más tarde mentando madres. Acusaba a la empresa de haberle dado gato por liebre, verbigracia, cuajinicuilapeña por senegalesa. Aunque, bien visto y profundizando en las raíces antropológicas, no hubo engaño tal.
La Bernita encallará en la ensenada de Santa Lucía (Club de Yates) donde será convertida pronto en un triste esqueleto a causa del desaforado saqueo.
Trampas
Asiduo concurrente a las tertulias cafeteras del restaurante El Tirol, junto a la catedral de la Soledad, el ex presidente Emilio Portes Gil, con residencia en La Angosta, se refirió en alguna ocasión a la gran afición por el poker del ex presidente Plutarco Elías Calles.
Con él formaban el cuatro Melchor Ortega, Luis León y Luis N. Morones y ninguno de ellos objetó nunca cuando el presidente Calles cantaba “¡gano!”, jalando montes generosos aún sin mostrar sus cartas.
Será diferente cuando el mismo cuarteto no esté alumbrado por los candiles del Palacio Nacional o del Castillo de Chapultepec, sino por la luz mortecina de un cuarto de hotel californiano. El destierro decretado por el presidente Cárdenas contra el Jefe Máximo, lo comparte el trío solidariamente.
–¡Gano! anunciaba eufórico Elías Calles abriendo los brazos para jalar el montón de billetes sobre el centro de la mesa…
–¡Momentito, señor, momentito! –lo para en seco uno de los jugadores, –¿con qué nos está matando?…
–¡Eso, que enseñe su juego, que enseñe su juego!, –claman los dos restantes a una sola voz.
–¡Ya, Plutarco, no abuses! –se atreve Melchor Ortega –Antes te pasábamos todas sus trampas y fullerías porque eras quien eras, ¡hoy ya no!
(Melchor Ortega, uno de los más voraces depredadores de los montes guerrerenses, fue asesinado mucho más tarde en plena Sierra Madre del Sur . Dicen que Fuenteovejuna lo mató).