EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Chicas de Fráncfort

Federico Vite

Diciembre 20, 2016

(Primera de dos partes)

El principio de la oscuridad (traducción de R. Gross. España, El Acantilado, 2007, 139 páginas) es la segunda novela de la autora alemana Inka Parei y se desarrolla en el llamado Otoño alemán, una época de atentados terroristas que culminó en 1977, año del secuestro y del asesinato de Hanns Martin Schleyer, oficial de la SS, quien fuera presidente de la Asociación Alemana de Industriales.
RAF, organización de extrema izquierda, también conocida como banda Baader-Meinhof, fue considerada como una de las células terroristas revolucionarias más radicales de ese momento; de igual forma, era de las organizaciones más activas en la República Federal Alemana, se le atribuyen 34 asesinatos, uno de ellos implicó una operación sagaz. Un cochecito de bebé se cruzó en la trayectoria del auto en movimiento de Martin Schleyer, el chofer frenó bruscamente. El coche en el que viajaban los guaruras del industrial se estrelló en la parte posterior del vehículo en custodia. Cinco activistas enmascarados dispararon inmediatamente a los policías y al chofer, capturaron al empresario. Se envió una carta al gobierno federal, exigían la libertad de 11 detenidos, incluyendo presos políticos y de alta peligrosidad. Se creó un “equipo de crisis”, en Bonn, al mando del canciller Helmut Schmidt, quien decidió emplear maniobras dilatorias, distractores simples que dieron tiempo a la policía para que encontrara a Schleyer. Paralelamente, un grupo de palestinos del Frente Popular de Liberación Palestina (FPLP) secuestró un avión. Se unió a las peticiones de la RAF. La policía alemana logró ingresar al avión cuando la nave hizo una escala en Roma, mataron a los miembros del FPLP. Ante esto, los secuestradores de la RAF decidieron asesinar al secuestrado. Pocos días después, la cúpula de la banda (cuatro miembros) fue muerta, o herida, en sus celdas de la prisión de alta seguridad en la que se encontraban bajo un régimen de absoluto aislamiento. Dos de ellos murieron por heridas de bala, otro ahorcado y una cuarta integrante logró sobrevivir, afirmó que nunca trató de suicidarse, que fueron guardias de la prisión los que la apuñalaron en repetidas ocasiones y la dieron por muerta.
Parei tiene la virtud de no mencionar el contexto referido, básicamente centra su relato en la vida de un anciano que acaba de mudarse a Fráncfort, alguien que heredó una casa. La benefactora de esa propiedad es la viuda de un antiguo compañero de guerra. El anciano hace todo con temor, observa la gente que transporta cerveza, a los tenderos, los conserjes, la familia del carnicero, al carnicero mismo, quien todo el tiempo está peleando con sus hijos. El protagonista, denominado por la autora como ‘El anciano’, cree que lo espían y en cualquier momento alguien aparecerá de la nada con la intención de liquidarlo. Pareciera alguien sin contexto, pero los detalles en algunas escenas muestran la tensión creciente de la trama, el riguroso examen de conciencia al que se somete el personaje principal. “Se detiene en uno de los parques. Aún pueden verse las marcas de las balas en la corteza de los árboles”, señala la autora y de inmediato quita la tensión del paisaje y le otorga movimiento al anciano. Lo hace avanzar entre el follaje, con las muletas, apresurado. Más que un flashback para darle una explicación cabal a las ruinas descritas por los fogonazos en la naturaleza, la ansiedad de ese escape dice mucho al lector sobre el protagonista, quien poco a poco nos revela sus temores.
Una fría voz en tercera persona ofrece al lector algunos de los pasajes más emotivos del relato. El anciano suele despertarse por cualquier sonido; ya sea una gotera en el fregadero, los pasos que se escuchan en la calle durante la madrugada, la actividad en los departamentos vecinos. Él se encuentra en tensión constante y de noche, cuando intenta explicarse qué ha ocurrido con su vida, el flujo de conciencia fortifica la trama de este documento discreto, pero muy bien elaborado. A veces, el relato tiene una carga excesiva por la culpa y durante las escasas rendijas que abre la autora se revela que ‘El anciano’ fue vigilante en un campo de prisioneros rusos, aunque no fueron precisamente rusos los prisioneros, ni mucho menos fueron únicamente vigilados. El guardia se encargó de torturarlos durante un tiempo. Con esta pista culpígena de lo bélico y con el secuestro de Martin Schleyer, como telón de fondo, sin hacer una referencia directa, salvo por la tensión y la paranoia en las calles de Fráncfort, Parei trabajó a detalle una serie de hechos que dotan de verosimilitud la vida de su protagonista, alguien que después de haber visto de todo en la guerra se sorprende de la violencia que existe en su país, una violencia que no logra explicarse y finalmente se ve afectado por ella, alguien que al final de sus días intenta comprender qué pasa en Fráncfort, en Alemania. “El anciano se sentía completamente despierto. Intentaba comprender el principio de la oscuridad, su condición implacable e inconmensurable. Nada podía ahuyentarla”, dice Inka Parei y dice bien. La novela apuesta por retratar aspectos de la historia alemana, pero vistos desde el ciudadano de a pie; lo atractivo de esto es que la realidad de ese tiempo se mostraba prácticamente como el inicio de una larga noche.
El principio de la oscuridad subraya lo áspero de una época convulsa, la agonía personal de alguien que ve cómo se apagan las luces de la razón. A contrapelo de Inka Parei, la novelista alemana Zsuzsa Bánk ofrece una perspectiva de lo que prefiguró el nacimiento de la RAF, pero eso es parte de la siguiente entrega. Que tengan un cervecero martes.