EL-SUR

Viernes 26 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

LA POLÍTICA ES ASÍ

Chilpancingo

Ángel Aguirre Rivero

Octubre 19, 2018

Llegué a Chilpancingo en 1981 por invitación del entonces gobernador Alejandro Cervantes Delgado. En esos años, la capital era una ciudad pequeña: más pueblo que ciudad. Nos conocíamos casi todos, su clima y sus montañas eran hermosas como alguna vez lo describió el Barón de Humboldt.
Aprendí a amar Chilpancingo y la declaré mi segunda tierra; ahí nacieron y estudiaron mis hijos, viví sin duda los momentos más felices de mi vida. Y suscribo lo que me dijo alguna vez Florencio Salazar: Ángel Aguirre es un chilpancinguense nacido en Ometepec.
Por eso me esmeré las dos veces que fui gobernador en realizar obras que dignificaran a nuestra ciudad capital. El Museo del Niño; el Lienzo Charro; la Plaza de Toros; el nuevo Congreso local; el encauzamiento del río Huacapa; la Escuela Estatal de Música; el Cuartel de Policía, son algunos ejemplos de nuestro legado en esta bella ciudad.
Son motivo de nuestro orgullo guerrerense su fuerte identidad cultural, reflejada en las fiestas patronales de sus cinco barrios; su música; su gastronomía; la Feria de Navidad y Año Nuevo; el tradicional paseo del Pendón, pero sobre todo, ser protagonistas de episodios históricos en la Independencia y Revolución.
Chilpancingo es una ciudad hospitalaria: alberga a estudiantes y burócratas que llegan de todas las regiones, quienes nos aportan algo de su lenguaje, sus tradiciones y su cocina. Hoy veo que en diferentes calles de la capital, se vende en ollas el tradicional chilate originario de Ayutla; los domingos relleno estilo Tecpan, o el riquísimo pan de Chilapa.
Visitar el mercado Baltazar R. Leyva Mancilla es todo un ritual donde se celebra lo nuestro. Es acudir al encuentro de olores, sabores y colores. Los fines de semana son aprovechados por los chilpancinguenses para hacer el mandado. Caminar por sus pasillos es oportunidad de saludar a las familias que afortunadamente, son leales al comercio local.
El pasado primero de julio, el pueblo de Chilpancingo tomó una decisión histórica: dar la primer alternancia política a la capital de Guerrero. A contracorriente de los triunfos que obtuvo Morena de la mano de Andrés Manuel López Obrador, se impuso merecidamente Antonio Gaspar Beltrán, del PRD.
Hay que reconocer entonces que vivimos tiempos de cambio; por tanto, no podría aceptar la idea de que todo tiempo pasado fue mejor; porque lleva implícita una renuncia a la esperanza de que podemos intervenir para transformar el presente y el futuro. Lo que sí creo es que debemos poner en perspectiva la historia de la ciudad capital.
El crecimiento de la mancha urbana generó retos, complejidades irresueltas que se fueron acumulando: agua potable y drenaje; movilidad, saneamiento básico y disposición de residuos sólidos; iluminación; seguridad y vivienda; espacios de convivencia familiar, entre otros.
Celebro que en sus primeras acciones de gobierno, mi amigo Antonio Gaspar –un personaje que emerge de las clases populares– anuncie una consulta a la gente para orientar sus acciones de gobierno. Confío que nuestro alcalde chilpancinguense mantendrá firme su propósito de mostrar que los de abajo pueden hacer bien las cosas, como describe él en una cápsula de video que tuve oportunidad de apreciar.
Aunque son tiempos difíciles por la compleja problemática financiera que hereda el alcalde, confío que con mucho trabajo y pocos recursos, mantenga la confianza de los capitalinos en un plazo de tiempo más allá del que se otorga a un gobierno en sus inicios.
El respaldo que mi amigo, el gobernador Héctor Astudillo ha dado a la incipiente administración, permite sacar a flote una nave que zozobraba. Oriundo de la capital, el mandatario estatal establece una relación desprovista de celo político. Nobleza obliga.
Héctor Astudillo propicia la unidad en el trabajo. Ambos se conocen desde muchos años y estoy seguro que van a recuperar los tres años perdidos del anterior gobierno municipal. Unidos en la pluralidad política, tienen la oportunidad de trascender con la tierra que los vio nacer.

Del anecdotario

Un día fui testigo de las arraigadas costumbres costeñas de San Álvaro como algunos le decían, cuando el compositor Álvaro Carrillo le dijo a Lolita, mi madre:
–Regálame unos huaraches costeños.
Con una garrocha con gancho los bajábamos de la pared y de inmediato aventaba los zapatos por ahí. Álvaro nunca perdía su orgullo de ser costeño por los cuatro costados.
Álvaro tuvo muchos amigos en Ometepec. A pesar de haber nacido en Cacahuatepec, Oaxaca, siempre se sintió más identificado con nuestra Costa Chica guerrerense. Su esposa fue originaria de Ometepec, y su madre de Juchitán, Guerrero.
Mi padre, don Delfino Aguirre López, invariablemente le ofrecía una comida cada vez que llegaba, y de ahí la bohemia que duraba varios días. Mis tíos Alfredo y Mateo, que eran de carrera larga y extraordinarios trovadores –en especial de las chilenas–, le acompañaban en su larga travesía bohemia.
–Toc, toc.
–¿Quién es?
–Don Delfi, vengo de parte de don Álvaro… que si le manda una botella de whisky o de ginebra Oso Negro,
–A ver muchacho, denle una botella para Alvarito.
A las 2 horas:
–Toc, toc…
–¿Quién es?
–Don Delfino, vengo de parte del señor Álvaro… que si le manda otra botella.
–A ver muchacho, llévale una caja para que no tenga que pedir a cada rato.
En esas bohemias, mi hermano Mateo y yo disfrutábamos de esas tardes inolvidables, lo cual nos inspiró a aprender a tocar guitarra.
–¿Saben a quién le compuse la canción Sabrá Dios? –dijo un día San Álvaro a manera de broma.
–¿A quién Álvaro?
–A una viejita de la oficina del correo, aquí en Ometepec.
–¿Cómo?
–Es que llegué a comprar unos timbres para enviar una carta y me atendió una mujer de edad avanzada. ¿Señora me puede vender unos timbres? La señora montada en cólera me dijo:
–¡S e ñ o r i t a, aunque le cueste más trabajo!
–Y yo me quedé pensando: Sabrá Dios…
Álvaro y su esposa Anita murieron muy jóvenes en un accidente carretero, después de asistir al informe del gobernador de nuestro estado, Caritino Maldonado Pérez.
Como dice una canción que interpreta Alejandro Fernández, ¿por qué se nos va lo bueno, Dios mío?
¡La vida es así!