Silvestre Pacheco León
Diciembre 26, 2022
(Primera de dos partes)
Chilpancingo es único por su clima templado que cambia varias veces durante el día. En las mañanas lo inunda el frío de la sierra hasta el medio día en que se abre paso el calor. En la tarde sopla el viento húmedo de las montañas que refresca y enfría la noche.
La capital tiene algo que es característico de todas las poblaciones asentadas en la cañada del Huacapa: amanece tarde y anochece temprano debido a la sombra que proyectan los cerros, impidiendo que el sol resplandezca al amanecer, alargando el tiempo de frío. El fenómeno se repite en las tardes oscureciendo y enfriando el ambiente más temprano que en otros lugares.
Posiblemente los españoles tomaron en consideración ese ambiente en donde inicia la cañada para fundar la ciudad, hace más de 400 años, cuando el Huacapa discurría todo el año alegrando el ambiente y proveyendo de agua a la ciudad.
Fue a partir de que la capital del estado cambió de Tixtla a Chilpancingo, hace ya 150 años, que la ciudad bonita comenzó a cambiar por la multiplicación exponencial de la población debido a la atracción natural que ejerce en la población el asiento de los tres poderes del Estado con su burocracia.
Este crecimiento desmesurado y sin planeación dio lugar al caótico modo de vida que domina hoy la ciudad moldeada por el peso de una burocracia provinciana pero rapaz que le impuso su sello a todo lo que toca en lo que se refiere a la calidad de los servicios que ofrecen las instituciones públicas.
El sostenido crecimiento poblacional y el desarrollo de los medios de movilidad en torno a la capital favorecieron el comercio como una de sus especialidades, hasta hacer de cada casa un negocio que, aún ocupando a la mayor parte de la población informal, no se conoce algún aporte que haya hecho a esa actividad para mejorar el sistema del intercambio de productos, salvo la proliferación de los mercados y tianguis que le dan un sello de colorido y folclor a la capital porque a ellos arriban productores vecinos que corren la aventura de encontrarse con los consumidores sin ninguna intermediación.
Cuando la Universidad Autónoma de Guerrero se fundó hace ya 60 años hubo un alud de jóvenes procedentes de las distintas regiones del estado que llegaron a la capital para aprovechar su oferta educativa, los cuales aumentaron sustancialmente con los cursos de verano que se ofrecieron para la especialización de los maestros.
El ambiente estudiantil a finales de la década de los 70 del siglo pasado hizo de la capital la sede de la cultura y la concentración de los principales movimientos sociales que se vivieron en el estado acompañando al proyecto que se conoció como Universidad Pueblo mediante el cual se crearon las escuelas preparatorias en prácticamente toda la entidad.
La capital como centro político del poder se convirtió también en una ciudad cultural, no por la calidad pero sí por la cantidad de estudiantes y profesionistas reunidos.
Entonces la población local se benefició con el ingreso extraordinario de recursos por la vía de la renta de sus casas a los cientos de maestros que cursaban alguna especialidad en el verano, y estudiantes universitarios todo el año, los cuales generaron un nuevo mercado de consumo que hizo proliferar las fondas, restaurantes y cocinas populares que dieron fama a los platillos chilpancingueños hasta alcanzar el nivel de exportación al resto del estado con el festivo pozole, una comida que procede de la época anterior a la conquista española, muy propia de la cultura mesoamericana. La comida preparada a base del grano de maíz y carne de puerco dio vida a las pozolerías que gracias a la influencia que ganó en el gusto de los maestros y estudiantes la costumbre de los jueves pozoleros se ha extendido al resto del estado.
Así llegó la capital a los casi 300 mil habitantes con los cuales vive un caos cotidiano mayúsculo porque con esa población que el PRI gobernó por generaciones, se han acumulado un sinnúmero de problemas más allá de la violencia que se vive en todo el estado, los cuales se ven a simple vista como la lenta movilidad vehicular, la escasez de agua y la acumulación de basura.
No hay un solo servicio público en la capital del que la población pueda hablar como el modelo de una sociedad avanzada, sea este municipal, estatal o federal.
En todos se respira el mismo ambiente de incomodidad y resignación de parte de los solicitantes de algún servicio frente a la actitud prepotente y despótica de la mayoría de los servidores públicos. En el ayuntamiento donde se esperaba que con el cambio de partido en el gobierno se desterraría la corrupción y el lento tratamiento de las gestiones, parece que todo sigue igual. En la Capach es el eterno peregrinar para cumplir con el pago puntual sin recibir a cambio el servicio que se paga, ahí se sigue rindiendo culto a los papeles, las firmas y las recomendaciones.
Si va uno a los centros de salud por alguna vacuna o medicina gratuitas parece que las empleadas se regocijan anunciando que se carece de ellas y sin precisar fecha para tenerlas simplemente sugieren que se vuelva para averiguar si llegaron.
La oficina de Tránsito es para un cuento de ficción porque después de la excursión para encontrarla, uno tiene que adivinar el horario de atención al público porque los agentes en las calles no están informados de las decisiones administrativas que cambian horarios conforme a la exigencia de los empleados y decisión de sus autoridades.
Si uno llega para alguna infracción debe buscar en la calle un lugar que es imposible conseguir para estacionarse porque no está permitido el ingreso de vehículos particulares al edificio a pesar del amplio estacionamiento que tiene.
El grado de suciedad que se acumula en toda la calle y la banqueta que rodea el edificio indica que pasan días, semanas y meses sin que la escoba pase por ellas mientras la indolencia se pasea por los corredores donde se mira el exagerado número de personal que no hace nada edificante cuando se trata de una corporación encargada de sancionar a quienes no acatan el reglamento que ordena el tránsito de vehículos.
Pero si quisiéramos ver las potencialidades que tiene la capital para cambiar radicalmente hasta convertirse en ejemplo a seguir ahora que Morena se ha convertido en gobierno, comenzaríamos por enumerar las no pocas oportunidades que tiene, empezando por la cultura que se expresa de manera cotidiana recuperando las danzas, sobre todo la de los tlacololeros que adornan cualquier festividad sin que la población conozca a fondo lo que representa dicha danza que celebra las vicisitudes en el cultivo del maíz cuando se utilizaba el método de tumba roza y quema, mejor conocido como el Tlacolol.
Es una lástima ver casos en los que un chilpancingueño no alcanza a distinguir en su vestimenta a un tlacololero de un mexicanero, cuando lo único que se necesita es la explicación introductoria a cada oportunidad de que la danza se presenta. Esa sería una manera de elevar la cultura popular a partir de algo que ya se tiene como son las danzas.
A mí me asombra la permisiva relación que se tiene con los jóvenes en torno al consumo de bebidas embriagantes que en las quemas de las clausuras proliferan en las calles como sucede durante el Paseo del Pendón. Me atrevo a decir que son escasos los jóvenes universitarios que no aprenden a pegarse una borrachera en el primer semestre de su escuela mientras ninguna autoridad parece preocuparse del alcoholismo que prolifera entre los jóvenes que antes de terminar la universidad se gradúan como alcohólicos pudiendo encaminarlos por la ruta de los deportes y la cultura, actividades donde muchos jóvenes guerrerenses han destacado como la escritura, el cine, teatro, música, fotografía, video, pintura, etc. simplemente incentivando con la organización de talleres, concursos y premios todo el año, pues público hay de sobra como acompañamiento de esas actividades que pueden desembocar en el avance cultural de toda la población.