EL-SUR

Miércoles 17 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Chilpancingueña bonita

Silvestre Pacheco León

Abril 10, 2016

Después de haber cumplido con la entrevista a miembros del grupo promotor de la CRAC, dejando atrás la cabecera municipal de Ayutla de los Libres, Suria y yo enfilamos rumbo a la Autopista del Sol pasando nuevamente el río Papagayo, pero ahora a la altura de Tierra Colorada, en uno de sus recodos más atractivos, donde el agua corre mansamente besando las ramas de los sauces y dejando tal humedad en sus márgenes que el pasto crece abundante y siempre verde.
Nos incorporamos a la autopista rumbo al norte con la idea de hacer escala en Chilpancingo, como parte del protocolo que nos recomienda no andar en las carreteras después de que anochece.
En el recuento de los años pasados Suria me platica que durante sus esporádicos viajes a la capital del estado intentó encontrarle algún atractivo a la ciudad para explicarse las razones que inducen a la gente a quedarse a vivir en ella, pero siempre atribuyó a la falta de tiempo su búsqueda infructuosa.
Yo, que he venido más veces que ella a Chilpancingo, le digo que es la sede institucional de los tres poderes concentrados allí lo que atrae a la población, y que la crecida burocracia constituye el sector más apetecible para quienes buscan empleo.
­–Chilpancingo es el ejemplo más claro del modelo priista de gobernar.
–Ahí no llega aún la alternancia, ¿verdad?
–La ciudad es modelo del poder monolítico del PRI, el más claro ejemplo del ejercicio patrimonialista del poder, le explico.
Pero quienes hablan bien de la capital alaban siempre las bondades de su clima; el río que cruza la ciudad dicen que no hace muchos años era un paraíso.
–Recuerdo que hace 10 años tenían proyectado un auditorio monumental para dar realce a las actividades culturales, ¿Que fue de él?
–Pues finalmente se terminó de construir y ahora es uno de los atractivos que más asiduamente utiliza la Orquesta Filarmónica de Acapulco.
–¿Sigue Eduardo Álvarez a cargo?
–Claro, es el alma de la orquesta, apasionado, constante y creativo.
–Me cae bien, es un hombre carismático, y es admirable que continúe en el estado, con la fama que tiene podría estar viviendo en la ciudad más acogedora de Europa dirigiendo orquestas.
–Estoy de acuerdo contigo.
–Si tenemos suerte hasta podríamos visitar el auditorio, entusiasmé a Suria platicándole del decorado del vestíbulo que con gran tino dejaron en manos de los artesanos locales.
Nos distrajo la plática una llamada a Suria de la Ciudad de México, de la que deduje que el viaje a Iguala formaba parte de sus órdenes de trabajo, y no tanto del deseo de aventura.
No bien había colgado cuando nuevamente sonó su teléfono y entonces caí en la cuenta de que cuando los malosos nos detuvieron en el retén de Cruz Grande, no revisaron nuestros aparatos (cosa rara, me dije).
Esta vez, la llamada era de la casa de Suria, de parte de las hijas que se reportaban y daban cuenta de cómo les había ido en su día y de sus preparativos para el viaje tradicional de fin de año.
–Todos los días nos estamos reportando entre la familia. Esa es una de las facilidades que reportan los teléfonos móviles, ¿no?
–Tú no haz llamado ni te han llamado, me comenta en actitud de pregunta.
Le respondo que nunca me acostumbré a las llamadas constantes de mi familia porque las sentía como una intromisión en mi trabajo.
–Como vengo de la era anterior a los celulares, mi comunicación familiar se sale de los cánones actuales.
–¿No acostumbras reportarte para que sepan dónde y cómo estás?
–No, no lo hago, me atengo siempre a que todo marcha bien, porque las malas noticias se conocen pronto, y estarme reportando cada día es como coartarme la libertad. Como verás, mis desapegos son grandes.
–Dímelo a mí que durante días, semanas y meses en la Ciudad de México sufría esperando noticias tuyas, me reclama.
–Pero nuestros lazos se mantuvieron firmes a pesar de la distancia, del tiempo y del silencio, le digo acariciando sus cabellos dorados que se le escapan de la gorra que lleva puesta.
–Ya ves, diez años se dicen fácil, pero que nuestros sentimientos subsistan, eso es lo que nos hace únicos.
Casi oscurecía cuando subimos la cuesta más alta del camino que anuncia la llegada a la capital. Un aire fresco con olor a pinos nos recibe.
En la caseta de cobro de Palo Blanco todo parece estar en orden. Para llegar a la capital nos dicen que no hay problema, que la autopista se mantiene libre.
Ya en Chilpancingo nos vamos directo al hotel, muy cerca del bulevar para no andar dando vueltas temprano buscando la salida a Iguala.
Cuando salimos a cenar, después de un baño refrescante, caminando la avenida le digo a Suria que se han hecho encuestas entre burócratas y funcionarios venidos de la ciudad de México acerca de lo que les atrae y detestan de Chilpancingo, y que con esas respuestas se concluye que la capital del estado figura entre las más feas del país.
Todos los funcionarios se van a la ciudad de México, a Cuernavaca y Acapulco los fines de semana.
–Les parece demasiado sacrificio quedarse sábado y domingo respirando la contaminación del Huacapa, que así se llama su río, y el aire nauseabundo del basurero al que elegantemente denominan relleno sanitario.
La gente que no puede evitar esos problemas saliendo los fines de semana, se tiene que aguantar viviendo cotidianamente la contaminación del ambiente, la escasez de agua que ya es un mal crónico, y la violencia del crimen organizado.
–Ahora, los capitalinos están viviendo el caos por los bloqueos de la autopista que paralizan la ciudad y las manifestaciones que dislocan el tráfico.
La quema de edificios públicos y la vejación a personajes de la política se han vuelto un peligro en la convivencia social, y el temor se nota en el ambiente.
Para muchos de los activistas movilizados, Chilpancingo es como la Comuna de París, aunque no hay habitantes que los secunden en el saqueo de comercios y el asalto a los camiones repartidores de víveres.
En eso va nuestra plática cuando el tráfico se paraliza. Una camioneta de la policía está atravesada en medio de la calle y de ella se han bajado jóvenes con pinta de estudiantes, no policías, con la cara tapada. Han detenido un vehículo que reparte refrescos y comienzan a despojarlo de la carga.
Los jóvenes se muestran bien organizados y entre ellos hay mujeres que se encargan de repartir las botellas de refrescos a los transeúntes que, sorprendidos, las toman sin chistar.
Suria recoge del suelo la bolsa que se le ha caído a una señora que no puede con las tres botellas de refresco que lleva cargando rumbo a una combi de pasajeros y le agradece el gesto.
Ha tomado fotos de toda la acción, y cuando reanudamos nuestro camino nos vemos rodeados de cuatro jóvenes embozados que la despojan de su cámara.