EL-SUR

Viernes 19 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Cien años de Humberto Ochoa Campos

Florencio Salazar

Agosto 11, 2020

Juan Pablo Leyva y Córdova

Del centro llegaste al mar como los ríos que no se cansan de correr y no se acaban.

Mis primeros recuerdos de Humberto Ochoa Campos, datan de las postrimerías del gobierno del General Leyva, hacia el año de mil novecientos cincuenta. Para entonces, Ochoa Campos, había ya fundado el primer diario del Estado: El Diario de Guerrero, con la señalada participación de Aarón M. Flores, Roberto García Infante, Daniel Ramos, José Rubín, Moisés Reyes Parra, Lamberto Cervantes, Genaro Mendoza y Armando Salmerón.
Ochoa Campos era un ejemplo de pasión por el oficio y atraídos por su talento e innata cordialidad. Este inteligente y esforzado periodista se fortaleció en la ciudad de México hacia los años de 1956 y 1957, cuando nos brindó, a Píndaro Urióstegui, a Arturo Nava Díaz y al que esto escribe, la oportunidad de publicar en la página editorial del suplemento “Provincia”, los textos en que tratamos de difundir el pensamiento de los jóvenes guerrerenses.
“Provincia” fue una idea original de Ochoa Campos que, por su alcance, fue rápidamente puesta en práctica por don Adolfo Ruiz Cortines. Se trataba de un suplemento que se insertaba los domingos en los periódicos de circulación nacional y se proponía transmitir el mensaje de la provincia mexicana a todo el país. Pero Ochoa Campos no sólo era el periodista ágil y perseverante que logró diversificar su oficio; también fue el sincero promotor de la unidad de los guerrerenses que vivían por aquella época en el Distrito Federal y también este propósito lo alcanzó plenamente.
En su casa de Tlalpan, de la que decía Griselda Alvarez que tenía “un inevitable sabor provinciano”, nació el Círculo Social Guerrerense, dentro del que se fundó la Cooperativa de Escritores Ignacio Manuel Altamirano. Ahí miramos, sorprendidos e incrédulos, cómo viejos enemigos se ponían a platicar y muchas veces dejaron olvidadas sus diferencias en aras del propósito común de pugnar por el engrandecimiento del estado y ahí, también, se rindió homenaje a los guerrerenses que lo merecían. “Tiembla en mi corazón una estrella”, como decía Ricardo Arenales, cuando recuerdo la fiesta en que se convirtió la ceremonia de reconocimiento a Rubén Mora, Agustín Ramírez y Cheque Cisneros.
Todo esto que recuerdo y que escribo, no es una mera evocación gozosa; tiene el sentido de bosquejar los rangos sobresalientes de la poderosa personalidad de Ochoa Campos, quien terminó dedicándose por entero a la novela, lo cual es perfectamente lógico en un hombre que aspiró siempre a hacer su vida una síntesis armoniosa. Al fin encontró el entorno de su inmódico espíritu en el universo de acción y esperanzas que es la novela y por esos amplios y serenos caminos se internó, guiado por una constante en sus relatos: La preocupación social. En efecto, todas las novelas de Ochoa Campos giran en torno a problemas de libertad, de democracia y de justicia; ya sea en Tres campanas, donde relata la insurgencia del pueblo contra el gobierno de Caballero Aburto; en Al fin mundo ahí te quedas que es una radiografía de las causas de la violencia en el estado o en esta novela, Los medieros y en la que Ochoa Campos, con la tradicional facilidad de su pluma, expone, para que el lector juzgue, cómo el latifundismo sobrevive a pesar de la Reforma Agraria y como a menudo adopta la forma más injusta de explotación a través del virtual arrendamiento de tierras.
Su plática era siempre aleccionadora y nos sorprendía con la agudeza y penetración de sus observaciones. Su mayor interés era provocar una reacción positiva en los jóvenes, haciéndoles tomar conciencia de su elevada e inescapable responsabilidad. Entonces no imaginábamos que teníamos enfrente a un gran escritor que sabría traducir las inconformidades del pueblo, aunque adivinábamos su vocación definitiva por la amplitud y sabiduría de su charla.
Retirado, por razones de salud, a Zihuatanejo, donde al final murió y con el lastre doloroso de su esposa Leonor, de la que nunca se recuperó, jamás dejó de escribir. Desde aquel puerto enviaba sus mensajes en “Barcos de Papel” y frente a la costosa lujuriosa y magnánima, de espalda al mar, lleno de urgencias masculinas, dejó al fin la pluma, con su último aliento vital.
Voces tan altas y sinceras como la de Humberto Ochoa Campos, son intemporales y gravitarán por siempre sobre las conciencias de quienes tienen la responsabilidad de gobernar.
Saludemos con gratitud al Ayuntamiento de Chilpancingo, cuya comuna, bajo la dirección de su joven y talentoso presidente, Florencio Salazar Adame, dispuso la publicación de esta obra que viene a enriquecer el acervo literario de Guerrero.

* Síntesis del prólogo de la novela Los Medieros, (1989).
** Florencio Salazar Adame cedió su espacio semanal para este artículo.