EL-SUR

Miércoles 24 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ciencia para la sostenibilidad

Octavio Klimek Alcaraz

Enero 20, 2007

 

El tema de la ciencia en México es algo que tiene mucho que ver con el país que soñamos. Los datos indicadores siempre perturban. El gasto en ciencia y tecnología sigue decreciendo de 0.42 por ciento del PIB del país en el año 2000 a 0.35 por ciento en este año (29 mil 764 millones de pesos). En contraste, existen indicadores internacionales de la UNESCO, OCDE y el Banco Mundial que proponen entre 1 y 1.5 por ciento del PIB. Esto lo cumplen países desarrollados, como los de la Unión Europea, que invierten un promedio de 1.9 por ciento de su PIB al desarrollo científico y tecnológico; Japón con el 3 por ciento, y Estados Unidos con el 2.7 por ciento. Sólo Brasil, en Latinoamérica, otorga recursos públicos para la investigación que llegan al 1 por ciento de su PIB.
De hecho, los 24 Centros Públicos de Investigación del CONACYT reciben los embates de la disminución del presupuesto de egresos de la federación para 2007 al recibir un total de 2 mil 812.7 millones de pesos, esto significa una disminución de 2.5 por ciento con relación al año 2006 (72.3 millones de pesos) (nota de La Jornada, 18 de enero de 2007).
Hay acusaciones serias de investigadores reconocidos, como el Dr. René Drucker Colín, de que a la clase política no le interesa la ciencia –clase política de todos los colores–. Lapidario manifiesta en un artículo ese mismo día en el diario antes citado: “Ni a la derecha ni a la izquierda les interesa la ciencia y la tecnología.”
La mayoría de los científicos señalan al gobierno federal por abandonar su responsabilidad de invertir en ciencia y tecnología. Corroborando lo dicho por Drucker, la Cámara de Diputados en su conjunto comparte esta responsabilidad, al no mandar una señal distinta a la comunidad científica del país manteniendo por lo menos el gasto público en ciencia y tecnología en términos reales para el 2007.
Pero también hay cierta grado de responsabilidad en la comunidad científica del país, ya que muchos científicos todavía creen en que el quehacer científico se justifica por si mismo, que la clase política va entender per se la importancia de su trabajo o de entregar recursos para la llamada ciencia básica. Es una falacia suponer que el quehacer de la ciencia es neutral en la vida política de un país. Da la impresión que una buena parte de la comunidad científica del país se ha aislado social y culturalmente y no participan activamente en la construcción del país que necesitamos. Si hay investigadores que creen todavía que es casualidad el abandono oficial a la investigación pública, diría que son muy ingenuos y que jamás han hablado con un tecnócrata de los que abundan en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.
La comunidad científica en su conjunto debe prepararse para realizar acciones que logren cambiar la indiferencia de la clase política hacia la ciencia y la tecnología. Me viene a la cabeza el trabajo de cabildeo intenso que hicieron los intelectuales para impulsar el presupuesto de la cultura, o los grupos ambientalistas para el presupuesto ambiental. Ellos con toda humildad y sin ninguna inhibición salieron a la calle a manifestarse y comprometieron públicamente para su causa a los legisladores de todos los partidos políticos en la Cámara de Diputados.
En lo particular, tratamos con diputados y diputadas de la Comisión de Medio Ambiente y Recursos Naturales de incrementar los presupuestos en forma adecuada al Instituto Nacional de Ecología (INE), y al Instituto Mexicano de Tecnología del Agua (IMTA), las instituciones del Sector Medio Ambiente y Recursos Naturales responsables de la investigación científica en la materia.
Sin embargo, a pesar de tener suficiencia presupuestal con ampliaciones notables en relación al Proyecto del Ejecutivo Federal de mil 775 millones de pesos adicionales para el sector ambiental, en la publicación de los anexos del presupuesto presentados este miércoles 17 de enero por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, no se respeta la propuesta de la Comisión de Medio Ambiente y Recursos Naturales de otorgarles una ampliación de 232.7 millones de pesos a ambas instituciones –149.4 millones de pesos al INE y 83.3 millones al IMTA–. Por lo que ambas instituciones de investigación obtienen sólo 393.9 millones de pesos en su conjunto –191.6 millones de pesos al INE y 202.2 millones al IMTA. De hecho al IMTA todavía le disminuyen en estos nuevos anexos con relación al proyecto de presupuesto de egresos presentado originalmente por el Ejecutivo federal en 1.2 millones de pesos.
No debo dejar de comentar que hay todavía una bolsa de recursos sin etiquetar por mil 100 millones de pesos en el Sector Central de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), que tendrán los diputados colegiadamente que orientar y dejar claro a la Semarnat cuál fue el fin específico de tal ampliación –por ejemplo, impulsar decididamente la investigación en el tema ambiental y de los recursos naturales–. No es una bolsa de recursos para repartir al libre albedrío. Queremos creer que sólo es un problema de comunicación y tiempos reducidos entre la Semarnat y los legisladores. Si no fuera así, sería un pésimo precedente para los futuros presupuestos del sector, ya que eliminaría la confianza entre las partes, en especial del legislativo hacia el Ejecutivo federal y sus organismos ejecutores.
Ahora bien, porque se quiere impulsar el quehacer científico en la materia ambiental. Muchas de las preguntas y respuestas al respecto las puedo a referir al manifiesto de la Asociación de Científicos por el Medio Ambiente (CIMA) y a los diversos artículos que bajo la coordinación de Jorge Riechmann presidente del CIMA se publican en el libro que se titula: Perdurar en un planeta habitable. Ciencia, tecnología y sostenibilidad (España, Ed. Icaria, 2006). A continuación esbozo algunas de las ideas presentes en el libro al respecto.
A la comunidad científica le debe mover la preocupación del deterioro acelerado del planeta, en especial la biósfera y los espacios de vida humanos. También le debe preocupar las distorsiones graves entre ciencia, tecnología y sociedad. Ejemplos claros son la fragmentación del conocimiento, que nos ha llevado a la hiperespecialización de los investigadores científicos; su aislamiento social y cultural; o que en general la sociedad carezca de acceso a información adecuada e independiente sobre ciencia y tecnología; así como la priorizar de manera inadecuada la investigación científica en función de intereses dominantes, entre muchas preocupaciones que deben motivar a los científicos responsables.
Lo anterior nos hace perder la perspectiva holistica, sistémica e integradora en la ciencia. Por ejemplo, la ciencia de la ecología trata de atender esa perspectiva y en ella es fundamental el concepto de sustentabilidad, que el CIMA acota en su manifiesto como: “viabilidad en el tiempo de los ecosistemas y los sistemas humanos que se apoyan sobre ellos.” Aquí el CIMA señala que el lenguaje de la sustentabilidad se ha prostituido para un uso meramente propagandístico y táctico del término. Por ello debemos dejar en claro que con sustentabilidad o desarrollo sostenible nos referimos a “energías renovables, cierre de ciclos materiales, agroecología, producción industrial limpia, protección de la salud, reequilibrio Norte-Sur, igualdad social, equidad entre géneros, ética de la autocontención, democracia participativa…” Se debe agregar el tema de la nueva cultura y gestión democrática del agua.
Un gran reto es el lograr retirar a los científicos de los proyectos relacionados con la industria militar, así como la destrucción medioambiental. Sin querer ser apocalípticos, por ejemplo, el miércoles 17 la principal publicación de los científicos atómicos, el “Bulletin of the Atomic Scientists”, un comité asesor con 18 premios Nobel y la Royal Society de Londres advirtieron de manera simbólica que faltan cinco minutos para el fin de mundo. El reputado cosmólogo británico Stephen Hawking señaló, en la presentación de la nueva puesta en hora del reloj del juicio final: “Prevemos un gran riesgo si los gobiernos y las sociedades no actúan ya para dejar obsoletas las armas atómicas y para frenar el cambio climático”. Otro cosmólogo, Sir Martin Rees, presidente de la Royal Society, añadió: “Las armas nucleares todavía representan la amenaza más inmediata y catastrófica para la humanidad, pero el cambio climático y las emergentes tecnologías biológicas tienen también el potencial de destruir la civilización tal y como la conocemos” (El País, 19 de enero de 2007).
Obvio que no se trata de hacer menos ciencia, sino de hacer más ciencia, pero una ciencia social, cultural y ecológicamente responsable. Si los científicos trabajan de manera responsable con un control democrático por la sociedad de la ciencia y tecnología, es posible lograr impedir que ese modelo de desarrollo tecnológico apocalíptico que se nos advierte se haga realidad.