EL-SUR

Sábado 20 de Abril de 2024

Guerrero, México

Opinión

Ciudad colapsada y sin soluciones

Humberto Musacchio

Septiembre 29, 2016

La ciudad de México está colapsada, pero las autoridades locales y las federales hacen como si no lo supieran. Es absurdo hacer tres horas desde los Indios Verdes hasta la salida a Cuernavaca, pero raya en lo inadmisible perder 120 minutos para desplazarse de Polanco a la cercanísima colonia Condesa.
Para la Madre Academia, colapso significa “paralización a que pueden llegar el tráfico y otras actividades”. Es también “estado de postración extrema”, que es precisamente, como se halla la capital, aunque sus autoridades no se han dado cuenta. Diariamente, a ciertas horas la gente afronta una virtual paralización del tráfico, pues a eso equivale circular a menos de cinco kilómetros por hora. El problema ya no es exclusivo de las horas pico, sino que todo el día la cantidad de automóviles rebasa la capacidad de calles y avenidas y cada año aumenta en algunos cientos de miles eso que los tecnócratas llaman “el parque vehicular”.
Miguel Ángel Mancera y sus achichincles han contribuido con entusiasmo al desastre urbano, pues se han propuesto reducir la superficie sobre la que ruedan los autos, como ocurrió en dos de las principales vías de la ciudad –Revolución y Patriotismo– a las que quitaron el carril de la derecha para cederlo a los ciclistas. Como consecuencia, los coches circulan con más dificultad, pero son contadas las bicicletas que pasan por su carril exclusivo, además de que otro carril suelen ocuparlo los carros estacionados sin que aparezca un policía de tránsito capaz de evitarlo.
Por supuesto hay que facilitar el desplazamiento de los ciclistas, pero no a costa de arruinarle la vida al resto de las personas ni de paralizar la ciudad. Está comprobado que la gran mayoría de los viajes en bicicleta son de corta longitud y generalmente dentro de zonas muy localizadas de la ciudad. Es plausible evitar el empleo del automóvil para viajes cortos, pero en las actuales condiciones no parece muy inteligente hacerlo para trayectos largos a favor de la bicicleta.
Las restricciones que puso la Suprema Corte al programa No Circula aumentó en cientos de miles el número de autos en circulación, pero hay también otros factores que han empeorado la movilidad citadina, como la desordenada colocación de bolardos o la construcción de banquetas y camellones que dizque ordenan el tránsito, pero en realidad lo complican, pues han hecho más angostas las vías.
Por si algo faltara, la colocación de parquímetros quita uno y generalmente dos carriles a calles y avenidas que en muchos casos tienen una gran afluencia de vehículos. Pero alguien está haciendo el negociazo con esos aparatos y se sospecha que hay moches y cochupos en los que está metido más de un funcionario.
Por supuesto, la lentísima circulación no es el único problema urbano, pero se ha convertido en el más evidente. Junto a él está la cada vez más compleja, onerosa e insuficiente captación de agua, la antigüedad del drenaje que se hace presente con cada tormenta, la creciente inseguridad y, por las mismas razones, la vida cada vez más difícil en la Ciudad de México, pues la industria, el comercio y los servicios ven aumentar sus costos y los repercuten al consumidor.
Estamos ante un colapso en toda forma, ante la ruina de un sistema de producción, de intercambio y de vida, todo agravado por la colosal ineptitud de las autoridades federales y urbanas. La existencia se hace cada vez más complicada y costosa en la capital del país y nadie plantea soluciones de fondo, sino en todo caso paliativos ineficaces.
A nuestra clase política el asunto no parece preocuparle. En el mejor de los casos se plantea manejar los recursos con honradez y hasta en forma eficiente, pero no se ve cómo pueden mejorar las cosas en este contexto que mucho tiene de apocalíptico.
Parece llegada la hora de discutir seriamente la salida de los poderes federales del valle de México, pero no para trasladarlos a Querétaro o Pachuca, ciudades que no tienen capacidad para recibirlos. Urge construir a la manera de Brasilia, una nueva capital, pero no en el altiplano, sino en la costa, donde haya agua en abundancia. Se arguye que no hay dinero, pero ese argumento cayó por su propio peso, pues mantener la capital en la ciudad de México resulta progresivamente oneroso, ya no es rentable ni financiable, pero quienes elaboraron el proyecto de Constitución de la CDMX prefirieron ignorarlo. Lo pagaremos todos.