Silvestre Pacheco León
Noviembre 18, 2024
En la Costa Grande nunca se habló de los cocodrilos como una amenaza para los seres humanos. Se supo de su existencia y abundancia en 1970, a raíz de la construcción de la marina turística en Ixtapa, sobre una zona de manglares y palmeras destruyendo su hábitat natural.
De esa época de desastre para los reptiles nació el chiste de que los cocodrilos, aparte de nadar, vuelan, eso a raíz de la discusión que se generó entre los defensores de los animales y los neoliberales. Mientras los primeros proponían inventariarlos y reubicarlos, los neoliberales, tan pragmáticos decían que había que dejarlos a la buena de dios, que cada uno buscara salvarse por sus propios medios.
Quien zanjó la discusión que se realizaba en la sala de cabildos fue el presidente municipal con el razonamiento pedestre de que se salvarían “los que puedan y los que no, no”.
–Lo que urge es que no se detenga la obra ni se gaste más de lo presupuestado. Metan los trascabos y las retroexcavadoras y van a ver que los cocodrilos con tal salvarse hasta van a volar.
–Cómo ves, (le dijo en son de burla el biólogo al secretario del ayuntamiento), que los cocodrilos vuelan.
–Jajaja, quien es el estúpido que dice eso.
–Tu jefe, el presidente municipal.
–Ah, bueno, sí vuelan pero bajiiito.
En efecto, los cocodrilos que no murieron aplastados o peleando con la maquinaria pesada que deforestó y desazolvó su hábitat emigraron para salvar sus vidas conquistando sus espacios en otros territorios.
Desde entonces en las noticias fue un hecho corriente la aparición de los saurios en cualquier parte de la ciudad, a veces atorados en alguna coladera del drenaje, a veces obstruyendo el paso en el patio de las casas, pero de lo que nunca se supo fue el registro de algún ataque a los humanos.
Recuerdo que en unas vacaciones de verano en el hotel del Fonatur en playa Linda el gerente recién llegado de Cancún me platicó todavía asustado que el lunes anterior una pareja de vacacionistas lo buscaron para despedirse y agradecer las atenciones del personal y que en la plática el señor le preguntó cómo le hacían para domesticar a los cocodrilos que deambulaban por el hotel.
–¿En qué parte? –inquirió el gerente.
–En la alberca, respondió la señora, le tomamos fotos con los niños.
El gerente que no daba crédito a lo que escuchaba, en cuanto despidió a los huéspedes corrió hasta la alberca donde un gigantesco cocodrilo tomaba el sol con desenfado y entonces su alarma aumentó pensando en el riesgo que corrían los huéspedes ante el ataque del imponente animal, luego llamó de urgencia al personal para que lo ahuyentaran, pero nadie sabía cómo, hasta que llamaron al jardinero quien con un palo en la mano fue guiando al animal a la salida del hotel y luego por su cuenta regresó a su madriguera en la desembocadura del arroyo.
Lo más cercano que se sabe del ataque a un humano fue la pelea que protagonizó una señora contra un cocodrilo. La abuela contó que en un descuido perdió de vista al niño y que lo descubrió cuando ya el cocodrilo lo iba metiendo al agua, entonces la señora corrió hasta alcanzarlo y lo arremetió a golpes hasta arrebatarle al niño.
En esta historia local es cierto que la crisis de los cocodrilos nunca alcanzó la atención social que recibieron las tortugas amenazadas con su extinción a principios del presente siglo como resultado de la sobreexplotación que vivieron desde 1957, año en el que se estableció la planta de Productos Pesqueros dedicada al aprovechamiento de la carne y la piel del quelonio.
En esa crisis severa que sufrieron las tortugas se articuló una campaña eficaz para educar a la población en el sentido de que carecía de fundamento la creencia de que el consumo de sus huevos mejoraba la potencia sexual en los hombres y gracias a una iniciativa de organizaciones protectoras de animales del norte del país, el Vaticano ayudó declarando que la carne de la tortuga era roja, no blanca como la de los peces, lo cual modificó la conducta de los católicos quienes en la idea de guardar los principios cristianos optaban por la carne de tortuga.
Desde entonces el consumo de carne de tortuga descendió y gracias a que se multiplicó en toda la costa su protección mediante el establecimiento de corrales para el cuidado de sus huevos la población de tortugas pronto se repuso.
En cambio la conducta de los seres humanos, prejuiciada por el color oscuro y rugoso de su piel y aspecto agresivo de su figura, es de temor y respeto. a respecto a los cocodrilos ha sido diferente, por eso la primera reacción frente a los saurios es de miedo y temor.
Sin embargo puede ser que los cocodrilos sean los animales más vistos que las tortugas por los visitantes y en ese sentido puede que tengan mayor valor turístico, pues en el caso del cocodrilario de Playa Linda, todos los días del año hay ejemplares expuestos y dispuestos para ser admirados y estudiados con detalle.
Pero en lo mucho o poco que la gente de Zihuatanejo conoce sobre los saurios debe reconocerse el papel de Tamakú, el Chanoc de la costa, un trabajador intendente de la SEP que se volvió legendario por conocer el lenguaje de los animales y sus habilidades para domesticarlos.
Durante largos años se dedicó Tamaku a alimentar a los saurios y dar exhibiciones de sus animales en las playas de Zihuatanejo e Ixtapa para que los turistas se fotografiaran con ellos, y sus anécdotas con los reptiles son memorables. Se cuenta que en una de sus exhibiciones en el lago del club de golf Tamakú se equivocó de cocodrilo y en vez de actuar una pelea con el domesticado lo hizo con otro ejemplar que habitaba el lugar que reaccionó violentamente contra el domador y le lanzó una tarascada en la espalda que rápidamente tiñó el agua de rojo, y el actor en un lance de sobreactuación tranquilizó a su público diciendo que todo estaba bien.
En el catálogo de experiencias que los zihuatanejenses viven resalta la de Margarita Arizmendi quien se familiarizó con los cocodrilos que viven en el estero de playa la Ropa en el tiempo que administró el hotel playa Real. Cuenta que en altas horas de la noche mientras hacía el balance del día veía pasar rumbo al mar a una cocodrila que abandonaba el estero y pasaba tranquila frente a su oficina hasta que una noche la miró haciendo un ritual llamativo en la arena para excavar hasta que descubrió sus huevos que estaban eclosionando, subió sus crías con el hocico en el lomo y se las llevó.
Cuenta Margarita que quizá por su cercanía con esos reptiles llegó a soñarlos y que eso la indujo al impulso de acercarse a la cocodrila para acariciarla sin que esta se molestara.
Frente a esa experiencia no deja de haber gente que se muestra preocupada por el riesgo que representan esos animales para los vacacionistas y apelan por medidas estrictas para controlarlos y limitar su movilidad impidiendo su acceso al mar.